domingo, 28 de mayo de 2017

El Crítico Gigante Y La Euforia De Wall Street

Si usted es dueño de un restaurante sabe que la ración por comida de una persona promedio, dada la estatura promedio de los comensales, es de poco menos de trescientos gramos. De repente a su restaurante llegará un cliente de casi dos metros de altura, que requerirá una ración más copiosa que la normal. Pero su aparición será tan rara que usted preparará raciones promedio y ya verá que hace cuando se le aparezca un gigante en la puerta. Pero si a su restaurante le piden hacer de comer para un equipo de basketball, entonces mal haría en preparar raciones promedio.
Más o menos así se analizan los mercados financieros. La teoría predominante de las finanzas sostiene que los mercados evolucionan de manera impredecible, pero suave. Que si bien el derrotero de los mercados es incierto, tal incertidumbre es parsimoniosa, y puede manejarse como un restaurante común: ignorando los eventos extraordinarios suponiendo que son tan improbables que no vale la pena preocuparse por ellos.
Pero supongamos que por alguna razón los críticos de comida del país sean escogidos de entre los mexicanos con altura mayor a los dos metros. Eso quiere decir que en caso de aparecerse un cliente muy alto en su puerta, la probabilidad de que sea un crítico de comida es muy alta. Si el crítico gigante entra en su restaurante y usted le sirve una porción promedio de alimento, el crítico quedará hambriento y escribirá una reseña devastadora en los medios que hará que ni las moscas se vuelvan a parar en su restaurante y por lo tanto su negocio irá a la quiebra. Pero si usted por suerte tenía una ración apropiada lista para el gigante, recibirá una reseña favorable y sus ingresos prosperarán ante el alud de clientes atraídos por las palabras del crítico.
La solución parece fácil: usted averigua que la ración promedio de una persona de dos metros es de cuatrocientos gramos, por tanto de aquí en adelante usted comprará los insumos necesarios para preparar raciones de ese peso en su restaurante. Los comensales promedio recibirán una ración mayor a la que digieren y dejarán sobras en el plato que a su restaurante le costarán tanto por cada servicio que en un par de meses su establecimiento estará fuera de circulación. El costo de prepararle a todos comida como si fueran un gigante de dos metros es impermisible para las finanzas de su negocio.
Los mercados financieros: Wall Street, los mercados de divisas, los de materias primas, los de derivados, parecen operar de una manera similar.
Es decir: los eventos extremos (una caída o alza extrema en los precios) son inusuales, pero cuando ocurren, su efecto puede ser desproporcionado sobre la rentabilidad de la estrategia de los inversionistas. Para bien o para mal. Debemos estar entonces preparados para esos eventos extremos que se convierten en una oportunidad o un riesgo únicos. El problema es que estar preparados en todo momento es imposiblemente costoso.
Quizá lo adecuado será entonces preparar algunas raciones de cuatrocientos gramos (no todas) y tenerlas listas, después de todo los gigantes de dos metros no son tan usuales. La pregunta entonces es: ¿cuántas raciones gigantes debemos preparar? ¿qué tan comunes son los gigantes de dos metros? En el caso de las personas de dos metros o más no es difícil saber cuántos ni quienes son. Existen formas de saberlo. En el caso de los mercados financieros tenemos un problema: esos eventos extremos ocurrirán en el futuro, y como lo saben los físicos: el futuro es incognoscible.
La semana pasada, contra todo pronóstico, y a pesar de los escándalos políticos de Trump, el Brexit y las elecciones en Gran Bretaña, el distanciamiento entre los Estados Unidos y Europa en muchos aspectos críticos, y la degradación crediticia por parte de Moody’s a China, los mercados en Wall Street siguieron subiendo e imponiendo nuevos récords históricos en sus cotizaciones. Nada parece detener al optimismo de los mercados Cada mala noticia les da alas para subir más alto, cada escándalo de Trump los anima a subir un peldaño nuevo.

Hay algunas señales débiles en los mercados de opciones y futuros que sugieren que muchos inversionistas están cubriéndose ante una posible contracción aguda de los mercados. La liebre está por saltar parecen decir, pero quién sabe dónde. ¿Debemos de prepararnos? Hay que estarlo siempre, de alguna forma, porque lo que los mercados han mostrado en las últimas tres décadas es que los eventos extremos son mucho más comunes de lo que los modelos financieros predicen, y que después de un largo período de calma no es raro que sobrevenga un temporal.

sábado, 20 de mayo de 2017

Psicoanálisis Financiero De Donald Trump

No puede ser una casualidad que el primer periplo externo de Donald Trump sea no a una democracia, sino a una monarquía. Es todo lo que él quisiera ser: un rey en una palacio de oro rodeado de cortesanos que hacen lo que su capricho dicta. Y el estandarte de su visita muestra también lo que el piensa que debe de ser la economía, anunciando una venta de armas gigantesca, por 10 mil millones de dólares. Vender armas a los reyes: eso es Trump pintado de cuerpo entero.
Barak Obama pasó ocho años en una relación difícil con la corte saudita. Le era claramente difícil simpatizar con ese aliado incómodo pero necesario para detener el extremismo islámico, y gran surtidor energético del mundo. Pero Trump se siente a sus anchas: un régimen que nulifica a las mujeres, sin oposición ni prensa libre, y que compra todas las armas que Estados Unidos quiera venderles. No parece ser gratuito que Trump haya escogido ese destino, tan afín a su psyche, para su primer periplo.
Arabia Saudita es la principal cliente de armas de los Estados Unidos, adquiriendo el 10 por ciento de las exportaciones estadounidenses de esos artículos, y es el segundo mayor proveedor de petróleo de ese país (después de Canadá). La importancia del reino saudí para Estados Unidos no es secundaria, no únicamente en términos económicos. Saudiarabia es la gran potencia árabe, es el fiel de la balanza en la zona más complicada del mundo en materia de seguridad y de abasto de energía.
Pero Trump viaja a la corte de los árabes en un momento en que su estatua se desploma en casa, mostrando a todos el mediocre político que es.
Un líder debe saber que su gente no únicamente lo sigue porque necesita tener más dinero. Un líder debe de proveer a su gente algo más que dólares en los bolsillos: debe de traer paz, concordia, felicidad a su gente. Debe de procurar la felicidad de los que lo siguen. Y eso no ha estado nunca presente en la vida ni en la cabeza de Trump.
Alguien que hizo su fortuna construyendo una torre de oro de mal gusto en el corazón de Manhattan, arruinando a sus accionistas en casinos y giros negros en Atlantic City, que mide su felicidad en los metros cuadrados de sus posesiones, no puede entender que su gente busca más que dinero, la felicidad.
Donald Trump fue electo por una considerable minoría de estadounidenses bajo promesas de odio, de exclusión, de misantropía y de desprecio a la democracia. Trump prometió a esa considerable minoría casi una dictadura y logró, con la vetusta aritmética del colegio electoral estadounidense, ser electo presidente. Pero la pequeña mayoría que lo rechazó está actuando, y no dejará de hacerlo, para hacerle ver al soflamero que están dispuestos a proteger su democracia y que derrumbarán su malhecha estatua a martillazos.
Felizmente la primera en reaccionar contra los sueños dictatoriales de Trump ha sido la prensa, la cual goza de un esplendor inusitado. La semana pasada fue en términos periodísticos una de la más asombrosas en la historia del periodismo: día tras día, en un periódico o en otro, se publicaron reportajes que, uno a uno, derrumbaron a martillazos a Trump.
La saga que el periodismo estadounidense, de manera comunitaria y abriendo nuevas fronteras en la profesión (con la ayuda de funcionarios del gobierno que aman a su país) muestra una historia terrible: que hay elementos que permiten sospechar que  presidente de los Estados Unidos recibió apoyo de Rusia y ayuda para ganar la elección, a cambio de favores. ¿En qué consistió ese apoyo, y cuales fueron esos favores? No hay nada claro aún. Pero las pistas evidenciadas hasta el momento muestran un esfuerzo obstinado del presidente para evitar que las investigaciones, hasta el punto de que un número creciente de republicanos apoya la necesidad de una investigación independiente para saber de una vez por todas si los estadounidenses están siendo gobernados por alguien dispuesto a todo por dinero, incluso a traicionar a su país.

Y los mercados ya han tomado nota: se han dado cuenta que la inestabilidad del líder puede contagiarse y convertirse en inestabilidad financiera. Que un líder que no tiene ni idea de a dónde quiere llevar a su país, que no tiene idea de lo que significa gobernar, que no tiene noción de lo que significa el poder y su delicado equilibrio, no es bueno para Estados Unidos ni para el mundo. Por eso hemos visto en esta última semana caídas tremendas en los mercados, esos seres inexistentes pero vivos que lo que mas odian en la vida es la incertidumbre y la falta de claridad.

domingo, 14 de mayo de 2017

La Ruta De La Seda Vs El Muro de Trump

Si quisiéramos adivinar cómo será el próximo milenio (si no destruimos nuestro planeta antes), consideren lo siguiente: Donald Trump quiere construir un muro para aislar geográficamente a los Estados Unidos. Xi Jiping, el líder chino, quiere reconstruir la “ruta de la seda”, aquella milenaria senda de las caravanas que cruzaba desde Portugal hasta China, conectando Europa y Asia. Trump quiere encerrarse, China está abriendo los continentes a billetazos. Súbitamente la estafeta de la globalización está cambiando: de Washington a Beijing. Y la historia muestra quien será el ganador en el largo plazo.

La semana pasada, mientras Trump despedía al jefe del FBI y se enclaustraba más en su cascarón aislacionista, Xi hospedaba a 29 jefes de Estado, desde Vladimir Putin hasta Recep Erdogán de Turquía, para anunciar su iniciativa de conectar con caminos, rieles, aeropuertos y comunicaciones, todo el macizo geográfico de Eurasia y África, aportando los chinos un chequecito de 125 mil millones de dólares.
Mientras Trump está más ocupado en poner a un vasallo leal en el FBI, olvidando su plan de infraestructura, con la excepción del muro con México, Xi abre la chequera para financiar una vastísima red de infraestructura para reconectar decenas de naciones e integrar a la globalización a los tres continentes.
La jugada contra la hegemonía estadounidense es muy astuta: mientras los estrategas estadounidense esperan el enfrentamiento con China-Rusia en el Pacífico: en Corea del Norte o en el Mar del Sur de China, China-Rusia están tocándoles la puerta por el lado del Atlántico, llevando trenes, mercancías y servicios desde Vladivostok hasta Lisboa. Han decidido enfrentar la hegemonía norteamericana tomando el camino más largo. Pero quizá el más efectivo.
India ha respondido a la iniciativa China con alarma. No únicamente por que su milenario rival está articulando una nueva hegemonía ante el rechazo del mundo anglosajón a ejercerla, sino porque advierte que dicho plan implicará una montaña colosal de deuda para construir los proyectos que la conforman, y que dicho financiamiento resultará eventualmente en una catástrofe financiera.
El financiamiento de infraestructura es muy complejo, pues implica el gasto hoy y un retorno incierto en el muy largo plazo. Es muy fácil equivocarse. Es fácil hacer predicciones disparadas del futuro (que por definición es inescrutable) y decir que el enorme gasto que se realiza hoy será compensado con los beneficios futuros. El mundo, nuestro país, están repletos de ejemplos en donde el gasto presente resultó no ser compensado por mayores beneficios cuando el luminoso futuro proyectado resultó no ser tal. Y si, en ese caso, las deudas contraídas explotan y arrastran consigo economías enteras.
Pero si los proyectos se articulan bien, alrededor de rutas geográfico económicas que en el largo plazo coinciden con la demografía y la innovación tecnológica, el retorno puede ser incluso muy superior a lo esperado: la red de carreteras interestatal que unió a los Estados Unidos, la costosísima red de cables submarinos que llevan internet alrededor del mundo, el faraónico Canal de Panamá, la desecación del mar para crear un país entero que se llama Holanda, son ejemplos clarísimos de que un mega proyecto de infraestructura bien diseñado, ejecutado y operado, producirá un retorno a su financiamiento que de forma amplia compensará el enorme gasto realizado en el presente.
Vale la pena mirar la foto de esa reunión encabezada por China en donde estaban 29 jefes de Estado. No había ningún representante de los Estados Unidos. Todas esas naciones se estaban poniendo de acuerdo en como conectar el mundo, y la mayor potencia no estaba sentada a la mesa. Eso se llama un desafío, al cual Trump está respondiendo de la peor manera posible: aislándose.

Si la estrategia china resulta exitosa, entonces el nuevo milenio se parecerá mucho a como inició el  anterior: caravanas recorriendo Eurasia para intercambiar productos con el fastuoso imperio chino. A mediados del milenio pasado algo inesperado ocurrió: se descubrió un nuevo continente que acabó dominando el mundo al cierre del milenio. La China imperial fue incapaz de hacerle frente al nuevo emperador y se durmió durante casi quinientos años. Pero el viejo imperio ha despertado y aquello que sustentó la corte celestial: su enorme población, su genio inventivo y su ambición comercial, están haciendo que la historia mundial presencie una gigantesca vuelca de tuerca.

domingo, 7 de mayo de 2017

Francia, Capital Del Inglés

Tras el desembarco aliado en Normadía, una soldado inglés inscribió en una tumba de un panteón normando: “hemos venido a liberar al conquistador”. La victoria de Emmanuel Macron en la presidencial francesa parece devolverles el favor, pues un credo anglosajón: la globalización y el liberalismo político, derrotado estruendosamente en sus dos patrias de origen; Estados Unidos y el Reino Unido, acaba de ser salvado, al menos momentáneamente en uno de sus implantes mas reticentes: Francia.
Pocas naciones tienen una relación tan simbiótica y esquizofrénica como Francia e Inglaterra. La última ocasión que las islas británicas fueron conquistadas fue por el rey normando Guillermo “el Conquistador”, en el año 1066, y en realidad Inglaterra nunca fue reconquistada ni liberada. Los normandos acabaron asimilados por Inglaterra, y un idioma peculiar, el inglés, surgió de la simbiosis del francés con las lenguas sajonas existentes. Aún hoy, la mayoría de la matrícula en Oxford y Cambridge consiste de jóvenes de apellidos normandos, mostrando el larguísimo impacto que la conquista normanda tuvo sobre Inglaterra y sus reinos.
La globalización fue concebida en las capitales anglosajonas: Londres y Washington, como una reedición del credo clásico liberal creado también por los ingleses en el siglo XVII y XVIII. El liberalismo pero en escala planetaria, reforzado con poderosos ingredientes de economía monetaria y el libre flujo de capitales, fue disparado como la moda ideológica de finales del siglo XX tras la derrota estruendosa del bloque soviético. La seducción de la globalización la hizo imparable: el antiguo bloque soviético, el recluido sureste asiático, la atávica Latinoamérica y finalmente China, acabaron abrazando la globalización como la bandera que llevaría al mundo a la prosperidad y el desarrollo sostenido.
La globalización parecía imparable hasta que fue detenida (en retrospectiva, no podía ser de otra forma), justo allí en donde nació: en el Reino Unido y en los Estados Unidos, en donde sendos movimientos populistas de derecha dieron voz al malestar creado por la globalización entre la población que ha sufrido los costos de la misma y están deteniendo de manera embarazosa la marcha de dicho proceso justo en su centro geográfico-económico.
El malestar de la globalización estalló justo en el epicentro y por eso es irónico que uno de los implantes más reacios del liberalismo y la globalización: Francia, haya decidido este domingo con su voto, confirmar la marcha del proceso detenido en el mundo anglosajón, asignando una victoria resonante a Emmanuel Macron, el político más liberal del mundo occidental quizá desde Reagan-Tatcher.
En Francia el liberalismo y la globalización fueron vistos siempre con recelo. De cultura napoleónica, grandes burócratas y creyentes firmes en el rol estatal en la economía, a los franceses no se les da el liberalismo y a pesar de poseer una cauda de trasnacionales de primera línea, la globalización fue aceptada siempre con resquemor y envidia a los anglosajones. Es irónico entonces que sea Francia en donde se defienda ahora al liberalismo y la globalización tras la claudicación del Reino Unido (con el brexit), y los Estados Unidos (con el impresentable aislacionista Donald Trump) a seguir abanderando dicha causa. ¿O lo es?
El ascenso de Macron a la presidencia francesa tiene dos componentes: uno común y otro particular a Francia. El común es el hartazgo de los votantes a los partidos tradicionales, y en Francia esto significa los gaullistas, los socialistas, pero también loa comunistas (de allí el error histórico de Melénchon). Emmanuel Macron supuso una figura fresca, ajena al estatus quo institucional que tuvo la habilidad de romper el molde de la quinta república. En eso radica su visión: leer el hartazgo existente.
Y es justo allí en donde reside la particularidad francesa. Si, los franceses, como muchos otros, están hartos del fracaso de la globalización para los muchos y su éxito para los pocos. Están hartos, pero no locos. No están tan hartos como para abrazar al nazismo que significó casi la desaparición de su nación hace apenas setenta años. Su hartazgo, por mayúsculo que sea, no implica su auto destrucción. Y eso supo también leerlo Macron. Cuando los comunistas le pidieron abandonar su idea de flexibilizar el mercado laboral a cambio de su apoyo en la segunda vuelta, Macron se negó: sabe que incluso los comunistas se resignarán a cualquier alternativa antes que a los nazis.

¿Será suficiente la habilidad y sagacidad mostrada por Macron para hacer que Francia, aquejada por décadas de crecimiento paupérrimo, vuelva a crecer y a encontrar la joie de vivre? Se ve difícil. Pero esperemos con resignación. La garra nazi ha sido detenida por los franceses, y la república se ha preservado. Pero quizá sea la última oportunidad.