domingo, 24 de diciembre de 2017

Buscando Bajo El Arbolito de Navidad: El Futuro de Las Tasas

La economía es una disciplina compleja porque su objeto de estudio es una mezcla de certeza aparente y caos detrás, lo que produce la falsa impresión de que puede ser prevista y estimada con precisión. Y no es el caso. Detrás de la sólida y geométrica apariencia de la economía opera un sistema de fuerzas muy similar a un fractal, a un sistema de múltiples determinantes gobernado por la probabilidad y el azar. Veamos por ejemplo el caso de una sola variable, sencilla en la superficie, y determinante por sus efectos: la tasa de interés. Y tratemos de hacer un pronóstico para el 2018.
El consenso del mercado para el siguiente año, apoyados incluso por el deletreo de la Reserva Federal, quien adivina tres muy probables incrementos, es que las tasas de interés de los Estados Unidos, la variable endógena más importante del mundo, vera un año de alzas en el 2018. Como la mayoría de nosotros somos adversos al riesgo, lo más cómodo es adoptar el consenso a la hora de hacer nuestros pronósticos. Si nos equivocamos, nos equivocamos todos juntos y en bola.
Pero déjennos tomar el sentido contrario. Veamos qué tendría que pasar para que el escenario base de al menos tres alzas en las tasas para 2018 no se materialice. Es decir: ¿qué tendría que ocurrir para que las tasas bajen? La respuesta parece ser sencilla: que la curva de plazos en Estados Unidos se invierta.
La curva de plazos es la gráfica que dibuja la relación entre el rendimiento de los bonos y el plazo, y por lo general dicha relación es creciente. Pero por alguna razón, siempre que dicha relación se invierte y la curva tiene tendencia negativa, sobreviene una recesión económica en los Estados Unidos.
La curva se aplana y se invierte si las tasas de corto plazo suben más rápido que las de largo plazo, o equivalentemente: si las de largo plazo caen más rápido que las de corto plazo. Y eso es justo lo que ha estado pasando en los mercados de bonos en las últimas semanas, y la pendiente de la curva es la menos inclinada desde el 2007, cuando la curva se invirtió en anticipación de las temible crisis del 2008-2009.
Si la Fed efectivamente, y como lo ha telegrafiado, sube tres veces las tasas de interés, sumando probablemente 75 centésimas de incrementa, y si las tasas de largo plazo no suben lo mismo, o peor aún, comienzan a bajar, entonces tendremos una curva plana o invertida, pues la pendiente de la curva actualmente es de 57 centésimas. Y si la curva se invierte entonces quizá sea una señal de que la larguísima expansión económica estadounidense iniciada en el 2009 y que hasta hoy sigue, podría detenerse.
No existe por el momento un indicador económico que vaticine la interrupción de la expansión estadounidense: los datos más recientes muestran una economía vigorosa y mercados laborales sanos y alegres. Pero por alguna razón la pendiente de la curva de plazos, ese misterioso oráculo que ha predicho todas las recesiones modernas en los Estados Unidos, está aplanándose rápido.
Geométricamente lo que se requiere es sencillo: que la parte corta de la curva se empine y que la parte larga suba menos (o que baje incluso). De la primera parte se está encargando la Fed, pues en su último comunicado parece sugerir dos o tres incrementos basado en una economía pujante, una tasa de desempleo en niveles récords, y en el muy probable impulso de corto plazo en el consumo que tendrá la reforma fiscal de Trump que podría aumentar el ingreso disponible de un segmento de la población y en menor medida, su gasto.

Si el desempleo se encuentra en niveles muy bajos y la economía en expansión, no se requiere de un impulso fiscal. El cheque que reciban los estadounidenses como consecuencia del recorte de impuestos de Trump se inyectaría en una economía ya muy cercana al pleno empleo y creciendo a tasas relativamente altas. En ese escenario la Fed tendría que subir las tasas, pero al hacerlo quizá termine invirtiendo la ya muy aplanada curva. Así que el año se va a poner interesante.

domingo, 10 de diciembre de 2017

Cosechar Dinero De Los Árboles

El dinero no crece en los árboles, dicen. Lo cual es una lástima, porque si creciera entonces la deforestación no sería un problema y los traumas producidos por el innegable calentamiento global no serían tan catastróficos. Los mercados no sirven para todo, pero si sirven para muchísimas cosas, y muchas experiencias muestran que los mercados podrían aportar a la solución para reforestar nuestro devastado país y el planeta.
Desde mediados del siglo pasado nos dimos cuenta que el costo del crecimiento y el desarrollo económico era la depredación de la naturaleza: la expansión de las ciudades y de la industria se dio a costa de la deforestación de los bosques, la devastación de los recursos hídricos y el exterminio de la fauna silvestre.
Dada la escala de la población humana y los objetivos de crecimiento que nos hemos fijado implícitamente (la obsesión de ser constantemente más ricos), la estrategia actual, en donde le asignamos un valor de cero a la destrucción del medio ambiente, no es sostenible. Si no se le asigna un valor dinerario a la destrucción compartida de la naturaleza el planeta estará colapsado en menos de un siglo.
Pero podemos hacer algo mejor que asignarle un costo en dinero a la destrucción de la naturaleza. Podemos hacer que mantenerla y recuperarla sea un buen negocio.
Pocos experimentos son tan exitosos como los llamados “servicios ambientales”, una transferencia fiscal a los poseedores de bosques o zonas naturales prioritarias. Los poseedores comunales de bosques críticos, de zonas lacustres fundamentales, de reservas de la biosfera o de la fauna, son retribuidos por el resto de la sociedad por mantenerlas. Si todos los ciudadanos del mundo pagáramos una fortuna por un rinoceronte adulto a quienes lo cuidaran, tendríamos una población estable o ascendente de esas bestias. El problema es que los rinocerontes valen más vivos que muertos: paguemos una fortuna por un rinoceronte adulto y probablemente el problema pueda revertirse.
El esquema anterior implica usar nuestros impuestos para hacer rentable la preservación de la naturaleza. Pero podemos ir más allá: podemos hacer proyectos en donde sea el mercado quien pague por esa preservación. La recuperación y crecimiento de un bosque es fácil de convertirse en un buen negocio: la demanda por madera, pulpa, y combustible lo convierten en una buena inversión. De hecho en algunos países como Reino Unido, los fondos de inversión en bosques se han disparado más del 100% en la última década, y son una opción de inversión crecientemente atractiva, relativamente aislada de los vaivenes del mercado financiero.
Creo que la industria del vino provee un buen ejemplo de cómo los mercados pueden contribuir a la sustentabilidad natural. Durante siglos los robles franceses han sido usados para añejar el vino. Dicen los que saben que no hay mejor forma de hacerlo. Siglos de industria vinícola habrían ya acabado con los bosques de roble franceses. Pero no ha ocurrido, y dichos bosques presentan una salud envidiable y un dinamismo notable.
Desde el siglo XVI, y antes quizá, los monarcas franceses se dieron cuenta de la importancia de preservar sus bosques para darle viabilidad de largo plazo a su industria vinícola, la cual sigue siendo hasta hoy, líder en el mundo. Los bosques han producido por siglos robles para las barricas, a pesar de que el roble es un árbol de muy lento crecimiento. No es nada nuevo, el mercado del vino y la sustentabilidad de los bosques franceses es un ejemplo que puede repetirse en cualquier parte.
En Estados Unidos grandes inversionistas como las universidades privadas, las aseguradoras y fondos de pensión dedican una parte sustancial de sus fondos a invertir en bosques y zonas naturales. Siempre en la frontera de la innovación financiera, Wall Street ha producido fondos para que inversionistas minoritarios puedan acceder a los rendimientos de dichas inversiones.

México ha perdido casi la cuarta parte de sus bosques y selvas en las últimas décadas y no podemos permitirnos seguirlos perdiendo. Existe en el mercado local una empresa muy interesante: Agropecuaria Santa Genoveva, que invierte en la planeación y el crecimiento de bosques maderables y que forma parte de esa solución. La banca de desarrollo mexicana debería de invertir e incentivar más empresas como Santa Genoveva para que la sustentabilidad del espacio natural mexicano, todavía uno de los más diversos del mundo, pueda seguir en el largo plazo.

domingo, 3 de diciembre de 2017

Invertir En Ciudades Bonitas

No hay mejor inversión que construir una ciudad bonita. En el largo plazo es la mejor inversión posible para un país. Vean lo que está ocurriendo con el “Brexit”, ese suicidio colectivo que se han producido a si mismo los ingleses. La principal industria de Londres, la bancaria, está huyendo ante la salida del Reino Unido de Europa, y las grandes ciudades europeas están disputando los despojos. Frankfurt, París, Ámsterdam, están surgiendo como las ganadoras del Brexit, ofreciendo sobre todo el atractivo de sus ciudades.
Los mexicanos sabíamos hacer ciudades bellas: nuestra capital, pero también Guadalajara, Guanajuato, la hermosa Querétaro, San Miguel de Allende, Puebla, Xalapa, la lindísima Oaxaca, San Luis Potosí, Durango, y muchas otras. Pero algo ocurrió tras el despegue de la industrialización del país y el fin del México rural: no fuimos capaces de crear ciudades nuevas con la belleza que caracterizaba a las centenarias urbes del país, y en muchas ocasiones la migración deformó los cascos antiguos y produjo urbes atrofiadas.
Hasta mediados del siglo pasado la ubicación de una ciudad estaba ligada a dos factores: la cercanía a los recursos naturales, y su ubicación territorial estratégica. La dotación de minerales, la producción de alimentos, su carácter de puerto o boca de río, el ser un descanso en el largo camino, condicionaban el éxito o fracaso de un asentamiento humano.
Pero la segunda mitad del siglo pasado mostró cómo una ciudad puede crecer con base en el talento de sus habitantes. Silicon Valley es desde hace cincuenta años el motor económico del planeta, allí se han incubado las nuevas tecnologías que han modificado el mapa económico global y han mudado el eje del desarrollo hacia el Pacífico.
Las grandes ciudades no han podido responder bien al desafío planteado por Silicon Valley. Desarrolladas muchas de ellas como centros industriales, las metrópolis tradicionales no han podido adaptarse a la competencia ofrecida por las nuevas tecnologías en donde lo determinante no son los recursos naturales ni la importancia estratégica de su territorio, sino la capacidad de atraer talento.
Las ciudades bonitas atraen al mejor talento: todos quieren vivir en París, Londres, Nueva York y San Francisco. El talento llama al talento y al talento le gustan las ciudades bonitas. Londres ha sobrevivido, y hasta el Brexit, florecido en el mundo de las nuevas tecnologías atrayendo talento con sus ventajas al sector bancario, pero las otrora grandes urbes inglesas: Liverpool, Manchester y muchas otras, llevan décadas en decadencia, incapaces de atraer migrantes y capitales. Lo mismo ocurre en Francia, en donde la bella dama, París, es la única excepción a un panorama de deterioro que ha fermentado el crecimiento de movimientos aldeanos y aislacionistas.
San Francisco, en el corazón de Silicon Valley, y Nueva York, la ciudad de ciudades, parecen ser inmunes a esta tendencia por una sencilla razón: ellas son las que disparan la tendencia, pero metrópolis antes orgullosas y prósperas, como Detroit y Pittsburgh, flaquean y basculan sus pasos desde hace lustros.
No basta con invertir en parques industriales en Guadalajara para atraer a empresas electrónicas: la Feria Internacional del Libro, y el clima y el encanto tapatíos han hecho tanto por el crecimiento de esa ciudad como la inversión en plantas de microelectrónica las últimas tres décadas. El talento, que es lo que propulsa a las nuevas tecnologías, es atraído por las ciudades bonitas: en dónde se pueda vivir, pasear, convivir y florecer. En donde los bosques urbanos florezcan, las vialidades sean racionales y equilibradas con el transporte público, y en donde existan atractivos para el tiempo libre y la recreación.

China lo sabe bien, y por ello florece. Fíjense lo que ha hecho en los últimos años: no ha invertido en fábricas, ha fabricado ciudades enteras. La mayor migración rural-urbana en la historia de la humanidad ha ocurrido en nuestros días, los últimos cuarenta años en China, en donde cientos de millones de personas han dejado el campo y se han mudado a trabajar a nuevas ciudades que ha sido levantadas de la nada. Las ciudades serán una ventaja competitiva crucial en las siguientes décadas: construir urbes que compitan no por su capacidad manufacturera, sino por las ganas que den de vivir en ellas.

La Economía Del Castellano Y La FIL

El castellano es el segundo idioma más importante del mundo en términos de hablantes nativos, sólo detrás del mandarín. Y en términos de su calidad de lingua franca el idioma ha venido ganando fuerza en las últimas décadas y quizá rivalice el segundo lugar al francés y al mandarín, sólo detrás del inglés. El castellano no tiene dueño, los hispanoparlantes no pagamos derechos de autor ni licencias para usar nuestro idioma, por lo que es una tristeza que no usemos esta poderosa herramienta como un arma económica en la economía global.
Cataluña es la sede de muchas de las empresas más importantes de medios en castellano en el mundo: el Grupo Planeta es uno de las mayores empresas editoriales del globo. Separarse de España no tiene sentido económico para ellos: ellos venden castellano, y son de los mejores haciéndolo. ¿Por qué renunciar a la nación que les ha regalado su vivir? Si las empresas de medios catalanes se dedicaran a transmitir, publicar y propalar el catalán perderían más del 95% de su mercado.
El español es un mercado común: mucho más grande que el de la unión europea (UE), en donde los consumidores no pagamos una tarifa invisible pero altísima: la traducción. Los consumidores europeos tienen que pagar el arancel de la traducción so quieren escuchar la música sueca o la chanson française; los italianos no pueden vender sus libros en Polonia; los eslavos tienen que traducir sus programas de televisión si quieren ser vistos en Dinamarca. Y el arancel de la traducción es caro.
Un ingeniero de primer nivel en España tiene muchos problemas para trabajar en Alemania si no sabe inglés. Y lo mismo vale si queremos trabajar como editor de una revista de modas en China.
Hace quinientos años las carabelas y bergantines españoles comenzaron, a sangre y fuego, y evangelizando, a construir un gigantesco espacio en dónde no debemos pagar arancel alguno para consumir los bienes y servicios producidos en el mismo: el mercado común del castellano.
La novela que un joven de un lejano rincón de Bolivia sea capaz de pergeñar puede convertirse  en una éxito de ventas en el enorme mercado del castellano sin que tengamos que pagar el arancel de la traducción. Las telenovelas mexicanas y las películas de la época de oro de su cinematografía siguen ganando mercado; la Liga Española de fútbol se ha convertido en el referente en el mundo y en el mercado del castellano es vista y seguida por millones sin ninguna dificultad para su entendimiento; la música caribeña y el tango; el vallenato y el hip hop latino; tienen un dilatado mercado en donde no se requiere cubrir el arduo arancel de la traducción.
La Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), que inició el fin de semana pasado, es una muestra festiva y contundente de la potencia del castellano. Desde hace algunos años establecida como la segunda mayor feria editorial del mundo (detrás de Frankfurt), la FIL se diferencia de su competencia teutona por residir en un solo idioma: la lengua de Castilla, y en la capacidad de consumidores de la menos dos continentes para intercambiar libros e impresos producidos en cualquier lugar de ese espacio sin tapujos.
Es una pena que muchos de los libros más vendidos en la FIL sean traducciones de éxitos editoriales anglófilos o francófilos. El castellano tiene la capacidad de producir libros e impresos que puedan venderse en nuestro espacio lingüístico y geográfico común sin problema alguno y con esa fuerza abrirse al mercado del inglés y del francés.
La escala del mercado común castellano sobrepasa la masa crítica, somos millones de consumidores capaces de sostener una industria de espectáculos y entretenimiento, cultural y cinematográfica, musical y literaria común. Las empresas oriundas del espacio del castellano han desaprovechado por décadas el potencial del idioma que compartimos.
Rubén Darío fue digamos la primera trasnacional literaria que tuvimos: abreviando en el modernismo francés, sacudió las anquilosadas estructuras de la poesía en castellano y nos dotó de recursos inéditos que aún hoy usan quienes escriben poesía en castellano. Su influencia fue avasalladora en el espacio del castellano, y transformó el mercado literario de nuestro idioma antes de que el cine mexicano y la música caribeña hicieran lo propio.

La FIL y su tremendo éxito han mostrado cómo una empresa común puede utilizar ese enorme recurso, nuestro idioma, pera crear un mercado común para convertirlo en líderes globales. Mas ejemplos deberían de existir, las empresas basadas en nuestro idioma no pueden seguir ignorando el enorme potencial del castellano, el idioma en el que hablamos y soñamos, y consumimos.