domingo, 28 de junio de 2015

La Tumba de la Cultura Occidental

Este lunes los bancos no abren en Grecia. Es decir, si usted viviera en Atenas y quisiera ir al banco a disponer de sus depósitos, no podrá hacerlo. La decisión del gobierno griego es difícil, pero usualmente cuando éstas cosas pasan es porque todo está a punto de ponerse peor. Quizá mucho peor.
La razón por la que Greca cierra los bancos es porque los griegos quieren retirar el dinero de sus cuentas, y muy probablemente los bancos no tengan el efectivo suficiente para pagarlos. Al no tener una moneda propia, los Griegos dependen de que su cuenta con el exterior les provea de Euros suficientes, y no los tienen. Si quisieran, los otros países del Euro les prestarían Euros para hacer frente a la demanda de efectivo de los habitantes de ese país que no quieren tener dinero en el banco sino prefieren tenerlo bajo le colchón. Pero nadie le presta a Grecia, ni para cubrir los depósitos a sus ahorradores, ni para cubrir el vencimiento de un préstamo del FMI mañana martes, ni para nada.
Grecia en otras palabras, está a punto de entrar en moratoria, y eso está asustando a los griegos, quienes temen que esa moratoria aleje a Grecia de cualquier crédito institucional y que por tanto, no habrá Euros suficientes en Grecia para cubrir los depósitos. Cuando eso ocurre en una economía convencional, lo que sigue es una devaluación de la moneda, y por eso es que los Griegos están corriendo hacia sus bancos: si Grecia devaua, quieren tener los Euros en sus manos y no que se les devalúen ene el banco.
¡Pero esperen, hay un problema! Grecia no puede devaluar, pues su moneda no le pertenece. No es suya. Grecia no puede devaluar el euro pues no le pertenece, es una moneda común. Es como si Sinaloa quisiera devaluar el peso. Es una moneda compartida, no puede devaluarla.
Lo que si puede ocurrir sin embargo es la peor de las opciones: que Grecia abandone el Euro, que decida no pertenecer al club de esa moneda común y emitir su propia moneda, regresar al dracma, recuperando así su soberanía monetaria y pudiendo manejar su divisa para recuperar su productividad y su empleo. Ojalá fuera tan fácil.

Si Grecia abandona el Euro tendrá un severo problema. El dracma tendría muy seguramente una cotización muy devaluada frente al Euro, y como sabemos Grecia es un país con una deuda muy, muy alta. Pues bien, si abandonan el euro, los griegos verán de la noche a la mañana multiplicar el tamaño de sus pasivos por el simple hecho de devaluar su moneda local, precipitando y generalizando la moratoria.
Si Grecia entre en moratoria y abandona el Euro, pueden pasar dos cosas. Que los bancos que tienen deuda griega sufran severas pérdidas, obligando a los bancos centrales a inyectar más liquidez a dichos intermediarios; y puede pasar algo peor: que el miedo cunda en otros países de la zona Euro que siguen vulnerables, y los ahorradores comiencen a retirar sus depósitos presos del pánico de una posible reedición de la corrida bancaria griega, amenazando a la eurozona con una efecto dominó en su periferia.
El escenario podría ser tan devastador, que no es permisible. Y es eso con lo que cuentan los griegos. Ante la cerrazón de la Comisión Europea por ofrecer una negociación favorable a los griegos en esta crisis, la dirigencia griega ha recurrido a un recurso extremo: amenazar con el caos, y están estirando la liga a todo lo que da: si la bola de nieve desatada por el pánico creado por el cierre de los bancos de éste lunes termina en el abandono del Euro por Grecia y en contagio hacia otras economías de la periferia de la Eurozona, Alemania perdería más de lo que gana con su estrategia de castigar a Grecia por su tozudes.
Pero el riesgo de la estrategia griega es que quizá no pueda controlarla. Si el pánico bancario se desata será muy difícil pararlo, y lo que empieza como una bravata puede terminar muy mal: puede concluir con el fin del Euro tal y como lo conocemos. Keynes lo dijo una vez respecto de Alemania: imponerle condiciones excesivas, imposibles de cumplir, son contraproducentes en lo económico; inconsistentes en lo político; y bárbaros en lo humano.
Las siguientes horas serán cruciales para saber si la estrategia extrema de Grecia de empujar las cosas hasta el límite del desastre logra flexibilizar a Alemania, o si los teutones seguirán sin moverse de su postura infranqueable. También serán horas clave para saber si el país que fue la cuna del mundo que hoy vivimos, puede convertirse tambin en su tumba.una del mundo que hoy vivimos, puede convertirse tambiasta el l en lo econn el fin del Euro tal y como lo conocemoén en su tumba.


México Tecnológico

La domesticación del maíz, el jitomate y la calabacita; la invención de la tortilla, del barroco pozole, los primeros tamales, son hitos de innovación tecnológica fundamentales para nuestra sociedad, y una muestra de que la innovación era central en las culturas precolombinas. La construcción de la asombrosa Tenochtitlan es un hito tecnológico notable que muestra la centralidad de la tecnología en esa época también.
Un bellísimo libro de Américo Larralde: “El eclipse del Sueño de Sor Juana”, muestra cómo la monja jerónima convirtió un eclipse de luna en uno de los mayores poemas del castellano, y al hacerlo, Larralde ilustra la intensidad con la que en el virreinato se discutían los temas científicos, cómo los conventos novohispanos eran también el centro de la ciencia y la tecnología renacentistas trasplantados en América.
En el largo plazo, aquellas sociedades que hacen de la tecnología el centro de su estrategia económica son las mejores para proveer de bienestar y crecimiento a sus habitantes. Y tecnología no es como la conocemos hoy: aplicaciones para smartphones y nuevos artefactos. La domesticación del maíz fue para la humanidad un salto tecnológico mucho más importante que la invención de la computadoras personal.
La destrucción de los centros del saber novohispanos y el larguísimo período de consolidación del nuevo país quizá hayan interrumpido la construcción y la acumulación del capital intelectual tan notable que bullía en el país, y reconstruir las instituciones que generen el saber tecnológico y sus aplicaciones ha sido lento e irregular en sus resultados.
Los gobiernos que reconstruyen el país tras la revolución, y fomentan la modernización industrial se echaron a cuesta la creación de algunas instituciones que generarían ese saber y ese acento tecnológico ausente durante muchísimos años en la sociedad mexicana. La Universidad Nacional, el Politécnico, el Cinvestav, los Tecnológicos regionales, y varias instituciones de menor calado, tendrían la encomienda de generar polos de ciencia, tecnología e innovación.
En el largo plazo la estrategia ha funcionado apenas a medias debido a un tema estrictamente económico: la innovación va ligada intrínsecamente al mercado. Para bien y para mal, el desarrollo tecnológico ha ligado su suerte a lo que el mercado necesita y premia, incluso la ciencia básica debe de tener un ojo puesto en el mercado, aunque es cierto que en el largo plazo, el mercado no ve cosas que la ciencia básica mira. Si sólo importara el mercado, Einstein no habría descubierto la relatividad, por decir lo menos.
Pero hay algo que falta, que nos falta. La vocación por la tecnología debe de ser una manía generalizada, un acento cultural, y no únicamente una estrategia limitada a claustros académicos. No únicamente el Estado, no nada más las empresas, sino toda la sociedad, nuestra cultura, debería de estar avocada a la adopción, la generación, el financiamiento y la propagación de la tecnología.
El grupo étnico más importante de los Estados Unidos, aún hoy, cuando la nación más poderosa del mundo se ha convertido en un caldo multirracial, sigue siendo el de ascendencia alemana. En algún momento los alemanes se convirtieron en los grandes ingenieros del mundo, y la masiva migración de ese pueblo a América en el siglo XIX llevó la impronta tecnológica a esa nueva nación, convirtiéndola en el polo tecnológico del mundo.
La capacidad de generar, adoptar y consumir no es un atributo racial por supuesto, sino cultural. Cualquier sociedad puede convertir la tecnología en el centro de su hacer económico generando una cultura propicia, basta ver la suerte de Corea del Sur en los últimos cuarenta años, suficiente con ver a Estonia, o aquí en nuestro hemisferio, el ejemplo de Chile. Para una cultura que domesticó mas cultivos que ninguna otra, cuyas innovaciones tecnológicas en el nivel alimentario tienen pocos rivales en la historia humana, que los mexicanos hagamos de la tecnología uno de los centros de nuestra cultura, debería de ser algo tan sencillo como hacer tortillas.

La Ciudad de México, Querétaro, Monclova, Guadalajara, y por supuesto Monterrey, son algunos ejemplos de ciudades en donde la tecnología y la persecución de innovaciones son centrales en el día a día. En estas ciudades sus habitantes y sus empresas están en la búsqueda constante de la frontera tecnológica, ya sea adaptándola, o generándola, pero inmersas en ella. La tecnología es parte de la cultura diaria. Pero incluso en esos polos, es necesario que el acento sea mayor, y en aquellos lares en donde la tecnología es vista incluso con reticencia y resistencia, la cultura debe de cambiar. Aquellos países que generan tecnologías reciben de quienes la adoptan una renta tan importante, que los beneficios para el resto de la sociedad que siempre saldrán a la vanguardia, en el largo plazo.

domingo, 7 de junio de 2015

Compartiendo el auto y la cama

La tecnología va siempre por delante de la legislación. Es normal, la imaginación es justo ir siempre más allá de la norma. El derecho es un invento del capitalismo industrial; cuándo los derechos de propiedad, y no de herencia, se convierten en el motor de la economía y la sociedad, fue necesario protegerlos, y se crea así el derecho tal y como lo conocemos.
El derecho de los reyes protege a los herederos, el derecho moderno protege a los propietarios, y desde sus orígenes, la legislación crea el fermento para que la innovación y el emprendedurismo hagan que la economía crezca. Pero la innovación va siempre delante de la ley y de la norma, y de vez en vez, se suscitan verdaderas crisis entre la legislación y la economía resultante de la innovación.
Echemos un ojo a un par de ejemplos: Uber y Air Bnb. Desde el punto de vista tecnológico ambas soluciones presentan una gran innovación: la posibilidad de que particulares puedan compartir sus activos entre ellos mismos, sin intermediarios. En el caso de Uber son los autos, en el caso de Air BnB, nuestras casas. Esto es muy importante, pues para la gran mayoría de la población, su riqueza se materializa en esos dos activos: su casa y su auto. El que los consumidores podamos compartir los dos principales activos que sustentan nuestra riqueza tendrá profundas implicaciones económicas en el futuro muy cercano.


En términos económicos Uber y Air BnB presentan un asunto fascinante. Por lo general asociamos las innovaciones tecnológicas a un incremento en el capital: cuando se creó la máquina de vapor, la siderurgia, los autos, las computadoras, se crearon artefactos e implementos nuevos que incrementaron el stock de capital de las economías del mundo. Air BnB y Uber no lo hacen, no incrementan el capital existente. Lo que hacen es algo muy interesante: la hacen más eficiente, pues reducen los tiempos en que el capital permanece inactivo, poniéndolo a trabajar lo más posible, aumentando así la rentabilidad del capital. En lugar de que tu auto esté en la cochera, está trabajando transportando pasajeros; en lugar de que tu casa de verano acumule polvo, está recibiendo huéspedes y produciendo para ti mientras no la usas.
Tecnologías como la de Uber y AirBnB, e incontables otras, lo que han hecho es usar las plataformas provistas por internet para abaratar casi al límite de la gratuidad, una opción que era antes extremadamente costosa: el compartir el capital durante sus períodos inactivos.
Pero la legislación actual está hecho para una economía de consumo exclusivo, no de un consumo compartido. ¿Cómo regular que otro use mi auto, sin que deje de ser mío? ¿Cómo puedo compartir mi casas sin perder la propiedad? Y si el tema de la propiedad queda zanjado, el que los consumidores compartan y reciban ingresos por los activos compartidos, ¿los convierte en empresas? ¿la posibilidad de compartir activos y generar ingresos los debe de regular como se regula a las empresas? ¿Se están convirtiendo los consumidores normales que comparten sus activos en una competencia desleal contra las empresas y gremios que pagan derechos para prestar servicios que ahora los consumidores están prestando.?
La posibilidad de que los consumidores compartan entre ellos, sin ser intermediarios por empresas y gremios validan las hipótesis de grandes economistas, como Ronald Coase, quien en 1937 publicó un texto que fue ignorado por mucho tiempo, hasta que muchas décadas después, se le reconoció su valía: “The nature of the firm”, en donde mostraba que la razón de existir de las empresas es que ahorraban los costos de transacción de que millones de consumidores hicieran trueque entre ellos.
Pero sin el costo de transacción para que los millones de consumidores se presten sus autos sin pasar por los taxis; que compartan sus habitaciones sin pasar por los hoteles; que se presten dinero sin pasar por los bancos; que en general compartan sus activos sin pasar por alguna institución económica, la misma necesidad de la empresa, de las instituciones económicas, se pone en entredicho.
Las tecnologías que permiten el intercambio de activos con un mínimo de costos de transacción y de manera eficiente comienzan a tener un impacto importantísimo sobre las economías desarrolladas, pero su potencial de transformación es casi ilimitado: las empresas podrán compartir sus máquinas; los transportistas podrán compartir sus trailers y autobuses; los aerolíneas sus aeronaves; los agricultores sus tierras, a un costo mínimo.

Pero las leyes actuales no están hechas para que compartamos activos, y por ello durante un tiempo éstas tecnologías serán frenadas por la legislación y por las instituciones que viven precisamente de los altos costos de transacción. No nada más las leyes van detrás, los gobiernos sufrirán un largo período para adaptar las consecuencias fiscales, legales y de servicios que estas nuevas tecnologías tendrán sobre las sociedades, en el largo plazo.