sábado, 23 de febrero de 2019

La Verdadera Guerra: EEUU Vs China Y La 5G

China ha dejado de ser, desde hace una década, la fábrica de bajo costo de los Estados Unidos, y se ha convertido en el principal rival allí en donde la potencia americana ha dominado desde finales del siglo XIX: la innovación tecnológica. Desde que China se abrió a la economía mundial, la relación de EEUU con el gigante asiático fue de amor-odio, pero pesaba más el amor, hasta que de unos años para acá, el odio (o el miedo), se ha convertido en el eje de la relación.
El difícil balance entre la necesidad de que el trabajo barato chino manufacturara para las multinacionales estadounidenses, y la capacidad de absorción y desarrollo tecnológico( inevitable) de las empresas chinas al adaptar tecnología estadounidense, se ha roto, y el caso de Huawei, la empresa tecnológica china más exitosa, lo hace patente. Detrás de los escandalosos titulares mediáticos rodeando a la marca, subyace una realidad dramática: China parece estar ganando a Estados Unidos la carrera por definir la 5G.
El protocolo con el cual se comunican todos nuestros artefactos móviles, que saturan y controlan nuestras vidas diarias, haciendo de todo el día y todo el planeta una fábrica de la cual es imposible sustraerse, ha evolucionado desde sus inicios en los años ochenta hasta hoy, y cada nueva fase de desarrollo cuántico se le denota con el número consecutivo y la letra G. La 5G por tanto es la quinta generación de equipo y software sobre la cual descansará y se desarrollarán las comunicaciones móviles del mundo en la próxima década, abandonando la actual plataforma 4G, a la cual superará de manera significativa en velocidad, confiabilidad, costos y potencia.
Todas las anteriores generaciones de protocolos (2G, 3G, 4G) fueron desarrolladas por empresas estadounidenses y europeas. En las primeras generaciones figuraban por ejemplo Ericsson, Nokia, Alcatel, Lucent, y ninguna empresa china. Hoy el liderazgo de la 5G la llevan las chinas Huawey y ZTE, e incluso la coreana Samsung, mientras que jugadores estadounidenses como Cisco y Qualcomm se encuentran en el mismo nivel que ellas, algo muy distinto del liderazgo incontestable al que estaban acostumbrada hasta hace muy poco tiempo.
El lanzamiento de la 5G se espera para 2020, es decir a la vuelta de la esquina, y por ello no sería una sorpresa si detrás de la guerra comercial de Trump contra el dragón asiático, que ha coincidido con retahílas directas contra ejecutivos e instalaciones de las empresas mencionadas, estuvieran actos coordinados de las empresas y el gobierno de Estados Unidos para tratar de evitar que China y sus empresas se les adelanten en el desarrollo y lanzamiento del nuevo protocolo.
Quien acaba definiendo la 5G no únicamente podrá controlar las comunicaciones móviles de celulares y artefactos de comunicación y esparcimiento. La 5G promete ser el inicio de la automatización del mundo a gran escala: nuestros autos, nuestros hogares, las fábricas, las calles de nuestras ciudades, los aviones, todo tiende a estar conectado y automatizado con una mínima intervención de operación humana, todo tiende a un gigantesco robot mundial que comenzará a operar con el protocolo de la 5G.
No es exagerado entonces suponer que el control y la definición de la 5G es una variables crítica para la economía global, para las ganancias de las empresas, y por supuesto, para el liderazgo geopolítico de las próximas décadas. El trasfondo de la guerra comercial de Trump quizá sea este: ¿cómo detener el desarrollo tecnológico chino, que es financiado por el Estado de manera deliberada, para que no avasalle el modelo estadounidense, el cual es financiado principalmente por las corporaciones?
Si China y sus empresas acaban imponiéndose a los Estados Unidos y Europa en la 5G entonces habrá una redefinición crucial para el capitalismo: el desarrollo tecnológico no podrá seguir siendo ya financiado únicamente por las empresas. Es tan alto su costo y su complejidad, que el Estado deberá de financiarlo también. La automatización del mundo implica plataformas tecnológicas cada vez más vastas, dirigidas y complejas que ya no podrán ser financiadas exclusivamente por las empresas. El Estado deberá de financiar y dirigir…y eso ya no se llama capitalismo.

jueves, 21 de febrero de 2019

Trabajamos Mucho, Producimos Poco ¿Cómo Mejorar La Productividad?

México es una economía de baja productividad. Muy baja. Y este quizá sea el factor más importante detrás de la dificultad que nuestra economía ha tenido para crecer por encima del 2-2.5 por ciento en las últimas décadas. Tanto el sector público como el sector privado deben de contribuir a que en los próximos años el trabajo de los mexicanos produzca más en menos horas, para que así nuestra competitividad deje de depender de salarios bajos.
Dentro de los países que conforman la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), México es el último en el indicador de productividad. Medido por el PIB producido por hora trabajada, la lista de los países con mayor productividad la encabezan Irlanda, Luxemburgo, Noruega, Bélgica y los Estados Unidos. España, Japón y Canadá por ejemplo se ubican en el promedio de la OCDE, y Corea y Chile superan con creces la productividad mexicana.
Una lección ha quedado muy clara para los economistas en años recientes: trabajar más horas no nos hace más productivos. México es el país con la productividad más baja de la OCDE, pero es el país que trabaja más en todo el mundo, con una semana laboral promedio de 41.2 horas, muy por encima de la semana laboral promedio de Luxemburgo, por ejemplo, la economías de más alta productividad del mundo.
Los alemanes por ejemplo, trabajan en promedio 26.3 horas por semana, la jornada laboral semanal más corta de la OECD, y se encuentran en el octavo lugar en el listado de países más productivos. Los daneses tienen una semana laboral promedio de 27.2 horas y son la sexta economía más productiva de la lista.
Trabajar mucho no necesariamente es trabajar bien. Si eso fuera México sería una economía muy rica. La verdad es que la economía mexicana hace un uso muy poco eficiente de las horas trabajadas: tiene que trabajar mucho más para producir lo que el resto de las economías producen en mucho menos horas. Entramos temprano a nuestros trabajos, salimos tarde y producimos lo mismo o menos que economías con jornadas laborales significativamente más cortas.
Hasta hace unas décadas la explicación socorrida para explicar estas diferencias era el nivel de tecnología. Los países más productivos usaban equipo y procesos muchos más complejos, sofisticados y caros que los nuestra, más artesanales y simples. Pero al abrirse la economía (y México es de las economías más abiertas del mundo), eso dejó de ser un pretexto: México tiene acceso y está equipado con los equipos y las tecnologías más eficientes del mundo, no únicamente en la franja maquiladora, sino en zonas industriales de primer nivel como Querétaro, Chihuahua, San Luis Potosí y el Valle de México.
La productividad laboral en México es muy baja, somos una economía que trabaja muchas horas en sectores que producen poco (piensen en los franeleros, en el ambulantaje, en los vagoneros del metro), y cuyos bienes y servicios en promedio tiene poca competitividad en los mercados globales.
Las cifras locales muestran esta dificultad de nuestra economía para elevar la productividad promedio: del año 2008 al año 2018, la productividad laboral general de la economía creció un acumulado de 2.5 por ciento. En once años. Un crecimiento verdaderamente lento, y que incluso muestra una reducción en los últimos dos años.
A nivel de los distintos sectores es posible descubrir patrones que ayudan a diagnosticar el malestar de la productividad: en el sector construcción por ejemplo, la productividad ha también aumentado un poco más que los 2.5 puntos porcentuales de la productividad general. Nada espectacular digamos, a pesar del buen dinamismo que en algunos períodos ha tenido la construcción en la última década. 
Algo que vale la pena destacar de este sector en la última década es como después de haber alcanzado un pico en 2010, los costos laborales unitarios por hora trabajada, han tenido un descenso casi constante, de alrededor de 12-13 por ciento. Si la productividad ha aumentado lentamente, pero los costos laborales se han reducido, la consecuencia es un aumento importante en los márgenes de beneficio del sector.
La industria manufacturera es ligeramente distinta: de 2008 a 2018 la productividad promedio se ha incrementado en cerca de nueve por ciento, casi cuatro veces más fuerte que en el sector construcción, mientras que los costos unitarios, que también han disminuido, lo han hecho a un ritmo más lento que en la construcción, con lo que en este sector las ganancias de productividad han sido repartidas de manera más equilibrada que en el sector construcción, en donde los costos laborales se han hundido de manera constante.
En el comercio al por mayor sin embargo, ocurre un caso casi inverso al que hemos visto en el sector de construcción. En ese caso la productividad ha caído de manera significativa y sostenida en la última década, con un acumulado de casi once por ciento, siendo uno de los sectores que más han afectado el nivel y el crecimiento de la productividad mexicana, mientras que en el mismo sector, los costos laborales unitarios se han disparado por encima del 25 por ciento acumulado en la última década, uno de  los crecimientos más altos de la economía en épocas recientes, lo que implica que los márgenes de beneficios de las empresas se han reducido de manera importante en los últimos años.
La historia es muy distinta en el sector del comercio minorista, en donde la productividad laboral ha crecido de manera notable, un acumulado cercano al 20 por ciento en la última década, mientras los costos laborales han acumulado un alza de casi 7 por ciento, muy por debajo de lo anotado para la productividad, lo que ha resultado en un aumento en los márgenes de beneficios sostenido en las empresas del sector.
Pero la historia más notable, dado el peso preponderante que ocupa en la economía, y el patrón que observa, es el del sector de servicios. En los últimos once años el incremento acumulado en la productividad ha sido de cerca del 15 por ciento, moderado pero sólido, contribuyendo a compensar el pobre desempeño en algunos de los otros sectores reseñados arriba.
Pero lo notable es el comportamiento en los costos laborales unitarios del sector, los cuales se han hundido alrededor de un 15 por ciento acumulado en la última década. Es decir, la salud del sector servicios se ha sostenido, más que en un aumento de la productividad, en una comprensión de los costos laborales, ilustrando muy bien el comportamiento de la economía mexicana en general, en donde justo, las ganancias de productividad han sido modestas, mediocres, y en donde el éxito exportador, de competitividad en los mercados globales, ha descansado sobre todo en la comprensión de los costos laborales, y eso ya no es eficiente.
El éxito en la competitividad de la economía mexicana no puede ser ocultado. es una plataforma abierta, global y muy competitiva: una historia de éxito exportador. Pero dicho éxito ha descansado sobre la variable equivocada: la comprensión de los costos laborales, y no sobre la correcta: el aumento en la productividad. Si esta economía quiere ser competitiva en el largo plazo, debe de invertir el orden de los factores.

sábado, 16 de febrero de 2019

La (Des)Unión Europea Frente Al Abismo

Europa es una buena idea. Pero está derrumbándose por dentro. Si se mantiene unida es por la misma razón por la que Borges amaba a Buenos Aires: no los une el amor, sino el espanto. En caso de romperse el bloque, los países más pobres del mismo corren el riesgo de desmoronarse, y los más ricos de resurgir poderosos, pero en el balance las pérdidas económicas y sociales serían catastróficas, y la larga paz europea estaría comprometida. El espanto del fin es lo que los mantiene unidos, pero las fuerzas irracionales para desmembrarse son cada vez más fuertes.
El corazón de Europa es la unión franco-alemana, el equilibrio económico-político entre las dos naciones más poderosas del continente del siglo XVIII a la fecha, pero la medida del éxito de la unión quizá sea España. Por su historia antropológica España ha sido la nación más tolerante de Europa. La genética de los españoles, mezcla intensa de casi todos los pueblos del continente, de los musulmanes del norte de África e histórico destino de la diáspora judía, los condena a la tolerancia y a la convivencia.
El surgimiento de la extrema derecha española, corporizada en Vox, es una ominosa señal: incluso España, crisol de pueblos como hay pocos en el mundo, destino y origen de migrantes, maravillosa cacofonía de lenguas y artes, ha sido atrapada por la esquizofrenia de la ultraderecha xenofóbica, mostrando el nivel que la xenofobia ha alcanzado en Europa. La xenofobia es la negación de la integración. Su avance es la medida del riesgo de desintegración de Europa, si un partido xenofóbico alcanza el 11 por ciento de las preferencias electorales en España, casi podríamos afirmar que dicha cifra es la probabilidad de desintegración de la Unión Europea.
Estamos a tres semanas (29 de marzo) de que venza la fecha para que el Reino Unido abandone la Unión Europea (UE). Pero hasta el momento ninguna de las dos partes han alcanzado un acuerdo que regule la relación económica entre ellos después de esa fecha. Si bien en sectores como las finanzas, el transporte aéreo y la seguridad, las empresas y los gobiernos han llegado a acuerdos mínimos para evitar una catástrofe, el riesgo de que el Reino Unido abandone la UE sin un acuerdo económico y comercial crece con los días, y lo que parecía descabellado: una salida desordenada, es una posibilidad creciente.
La causa última de este malestar antieuropeo, que ya corroe a Europa misma, es por supuesto, económica. Cada vez más europeos están más enojados con Europa: la unión económica y política no ha dado para la mayoría los resultados que fueron prometidos, y los beneficios se han concentrado en los menos y en las grandes corporaciones del continente. Para una mayoría, la idea de la UE no les ha dado a ganar como esperaban, y creen entonces que la destrucción de la misma es la alternativa para mejorar sus condiciones de vida y la de sus hijos. 
Se equivocan por supuesto, el colapso de Europa sólo profundizaría su pobreza y la concentración de la riqueza, pero ¿cómo culparlos?, si no hay manera de demostrar lo contrario a lo que sienten: la riqueza ha crecido poco, y se ha distribuido en favor de los más ricos desde la fundación de la UE. Y hasta el momento las élites no han dado muestras de revertir el curso
El desquiciado Brexit, el ascenso de grupos nazis en Francia, Grecia e incluso Alemania, los esquizofrénicos independentistas en Cataluña, el País Vasco, Flandes, los Balcanes, que quieren regresar a sus pequeños países cuando lo necesario es crear prósperas uniones. Todas ellas son manifestaciones centrífugas que amenazan con desbaratar una eficiente construcción supranacional que tiene claro que ante las potencias económicas estadounidense y china, la única alternativa posible para competir es mediante identidades supranacionales que sepan unirse a la vez que son diversos.
Pero hay un fallo grave en el diseño económico, del cual todos son conscientes pero que es difícil arreglar: para tener una moneda común es necesario que la fuerza de trabajo fluya de un lado a otro para equiparar los salarios, y que exista un presupuesto del sector público consolidado para todos los países. Esto significa profundizar la UE, no desintegrarla como quieren los xenófobos. Pero ojalá fuera tan fácil.

sábado, 9 de febrero de 2019

Leyendo Los Labios A La Tasa De Dos Años

Repitamos aquella simpática frase de Neils Bohr: es muy difícil pronosticar, especialmente el futuro. Una y otra vez se ha mostrado que atisbar el futuro, como bien lo saben los físicos, no es posible. Si acertamos es porque tuvimos suerte, o porque los escenarios posibles eran limitados. Nadie puede conocer el futuro, pero quizá “algo” si. Los griegos tenían al oráculo de Delfos, los mesoamericanos al peyote: nosotros tenemos a la tasa de dos años de Estados Unidos.
La correlación entre la tasa de dos años y el comportamiento futuro de la Reserva Federal es algo medianamente documentado. Otras características de la llamada curva de plazos han sido profusamente estudiadas, tales como la pendiente de la misma, la cual hemos comentado aquí de manera regular.
Pero la capacidad de la tasa de los bonos de dos años para predecir la tasa de muy corto plazo y su posible cambio de dirección ha quedado patente en meses recientes.
Recordemos lo que ocurrió en diciembre 2018, justamente en la sesión de nochebuena, cuando los mercados en Wall Street se hundieron hasta un nivel que rosaron una caída de veinte por ciento por debajo de su nivel máximo histórico alcanzado apenas en septiembre pasado. El cierre de ese día envió un escalofrío por todos los mercados globales, y los principales funcionarios financieros del mundo escucharon sonar las alertas ante la posibilidad de mayores caídas en los mercados.
Pero no bien hubo el mercado coqueteado con el desastre cuando la Reserva Federal, tan sensible a las lágrimas de los inversionistas como lo hemos detallado en este espacio, anunció que sería muy paciente en su política de tasas de interés, y dio a entender claramente que, de ser necesario, podría incluso bajarlas.
Lo que esto significó es que el ciclo restrictivo de política monetaria de la Fed, iniciado en diciembre de 2015, se ha detenido, y que de ser necesario (si los mercados se colapsan, o la economía da muestras de flaqueza), podría revertirse e iniciar un nuevo ciclo expansivo de liquidez. Esto bastó para que los mercados dieran un salto asombroso el día después de la navidad y que cerraran el 2018 e iniciaran el 2019 en una larga y festiva celebración.
Lo asombroso es que alguien ya había anunciado lo que iba a venir. Mientras que la Fed subía sus tasas de diciembre de 2015 a la fecha, la tasa de dos años acompañaba a la Fed. Paso que subía la tasa de la Fed, paso que había sido acompañado por subida de la tasa de dos años. Pero el 7 de noviembre, mientras la Fed aún estaba telegrafiando subidas, la tasa de dos años llegó a un máximo y comenzó a bajar.
La baja de la tasa de dos años a partir de esa fecha fue rápida y constante, separándose del discurso y accionar de la Fed por primera vez en tres años, como si hubiera roto con ella. Parecía decir: “ya no puedes subir más. Es hora de parar las subidas y de hasta comenzar a bajar”.
Poco un mes después la Fed estaba dándole la razón a la tasa de dos años, y anunciaba claramente que el ciclo de alzas (ojo, si no repunta la inflación), estaría por llegar a su fin, y que incluso, de ser necesario, podría revertirse y comenzar un período de recorte de tasas.
Tras escuchar ese cambio de dirección de la Fed, la tasa de dos años dejó de caer, subió un poco hasta un nivel compatible con una tasa de corto plazo de la Fed de cerca del 2.2 por ciento, y allí se ha estabilizado en las últimas semanas, contenta quizá con las palabras de la Fed, a quien parece estar esperando para poder caminar juntas de nuevo.
La tasa de dos años está dando muestras de comunicar más cosas aún. Si uno mira el comportamiento de las divisas de mercados emergentes, como el peso, a partir de que la tasa de dos años comienza a caerse en noviembre, la correlación es muy alta: la tasa baja y las divisas suben (cayendo el dólar), y dicha correlación se mantiene hasta hoy día, en que vemos al peso y otras divisas muy estables tras un par de meses de debilidad del dólar.
Así que este es el tip de esta semana. A falta de una ventana que nos permita ver el futuro, en ausencia del oráculo de Delfos, sigan de cerca la trayectoria de la misteriosa tasa de dos años, y dado que es muda, aprendan a leerle sus expresivos labios.

domingo, 3 de febrero de 2019

La Reforma Fiscal Que Nos Falta

Calibrar cuál es la tasa de impuesto adecuada no es una ciencia, es un oficio. Hay países con muy altas tasas impositivas, como los nórdicos, en donde la economía, la salud y la sociedad funcionan bien. Hay países con bajas tasas impositivas, como Mónaco, Australia y Austria, en dónde las cosas también marchan bien. Pero en todas esas economías algo es cierto: los impuestos de los gobierno locales se cobran y son significativos. Encabezados por el impuesto predial, las contribuciones locales son el sustento de la provisión de bienes y servicios públicos en los países avanzados, y entre los emergentes, en los que más fuerte compiten con México, como en Brasil.
En nuestra entrega anterior comentábamos la importancia y equilibrio del impuesto predial: de su equidad y eficiencia. Los mismos calificativos pueden aplicarse a los gravámenes aplicados a la propiedad inmobiliaria, como los que gravan el impuesto sobre la renta y la compra-venta de inmuebles en México. El primeo de estos impuestos es recaudado por el gobierno federal y el segundo por los gobiernos locales (aunque no todos lo cobran). Los impuestos a transacciones de activos tienen un diseño deseable para la política pública, gravan progresivamente a quienes tienen mayor capacidad para tributar.
Hace ya un par de siglos los franceses hicieron una división de las potestades fiscales que ha probado ser tan adecuada que con pocas modificaciones, prevalece hasta hoy: los gobiernos nacionales recaudan los impuestos provenientes del ingreso y del consumo, así como los del comercio exterior; mientras que los gobiernos locales recaudan los impuestos ligados a la propiedad y los derechos por el uso de servicios públicos (como el agua). El diseño es simple y es una gran idea: los gobierno nacionales gravan los flujos, mientras que los gobiernos locales gravan los activos.
Para las familias el activo más importante es su casa, pero el segundo más importante es el auto, y aquí tenemos un tremendo problema. Una decisión populista e irresponsable derogó la tenencia federal en México hace casi una década, introduciendo un caos en la coordinación fiscal del país, y una peligrosa perturbación en los registros vehiculares de todos los Estados. El daño ha sido tal que aún hoy la pérdida de recaudación por la eliminación de la tenencia no ha podido ser subsanada en la mayoría de los Estados, y ha clausurado opciones para gravar ese activo, el auto, que debe de ser gravado por razones de equidad, ecológicas, de tráfico y de seguridad vial y peatonal.
El auto es un bien que epitomiza el desarrollo económico, la libertad de movimiento y el acceso a la clase media. Es una industria que da empleos y salarios a millones de personas. Pero el auto debe de ser gravado, la decisión de Felipe Calderón de eliminar la tenencia federal creó el incentivo a que los estados compitieran entre si mismos por congraciarse con los contribuyentes y ocurrió lo que la teoría de juegos predice que ocurrirá: la tenencia ha sido prácticamente eliminada, y allí donde subsiste es evadida masivamente pues el auto es la definición misma de la movilidad, así que puede ir de un lado a otro buscando los impuestos más bajos (a diferencia del predial).
El uso del auto implica muchas externalidades negativas: contamina, quita espacio a los peatones y a las áreas verdes, corre el riesgo de atropellar a la gente, causa tráfico. Los economistas descubrieron hace mucho tiempo cuál es la mejor manera de compensar las externalidades negativas: con impuestos. No gravar el auto implica que todas esas externalidades negativas no tienen financiamiento para ser remediadas. No gravar el auto es una ineficiencia enorme para la economía mexicana, sobre todo para los grandes centros urbanos, que absorben la mayoría de las externalidades negativas de su uso.
¿Volveremos a ver la tenencia federal que tan irresponsable e inútilmente fue eliminada? Difícilmente, pues requiere el acuerdo de las treinta y dos entidades del país y una reversión con un costo político considerable.
Pero más allá de los impuestos inmobiliarios y la tenencia, existen impuestos: el de nómina, el de espectáculos, y el de hospedaje, que deben de ser fortalecidos y sobre todo, cobrados. Porque esa es la reforma fiscal que necesitamos: podemos discutir si hace falta subir o bajar los impuestos federales, pero esa discusión debe darse sobre la base de que los estados y los municipios de México deben de cobrar, y bien, sus impuestos locales. Y eso no ocurre.