sábado, 29 de agosto de 2020

Cinco Vacunas Económicas Contra El Covid

El manejo de la pandemia, tanto en el nivel social como en el individual, ha sido extremadamente difícil para todos. El efecto de los riesgos sanitario y económico ha implicado el enclaustramiento masivo, y el disparo de la peor recesión económica en un siglo. Y así de complicada que ha sido la recesión económica resultante, así será la recuperación, constreñida en todo momento por el tema sanitario, y con la dislocación en el nivel de las empresas, los trabajadores, y el financiamiento. Compartimos aquí algunas ideas que podrían ayudar a que la recuperación post-covid sea más eficiente.


1.-Un seguro de vida para todos (o al menos los trabajadores escenciales): en la reapertura y recuperación económica hay un riesgo que será complicadísimo manejar mientras no exista un remedio contra el covid: el de la infección y sus complicaciones. Como aún no hay una cura, una forma de amortiguar el riesgo que enfrentamos todos al salir a laborar sería el de una poliza general en caso de muerte por covid. 

Si no es posible, por el costo (yo creo que es posible, emtiendo bonos perpetuos por ejemplo) una póliza para toda la población, entonces que sea para los trabajadores con dependientes económicos, y de no ser asequible, al menos para los trabajadores escenciales: los de la salud, los del tranpsorte, el abasto de alimentos y bienes escenciales, los empleados de gobierno, los encargados de la seguridad pública y las comunicaciones y el transporte.

2.-Usemos, durante la pandemia, el Infonavit para pagar la renta: la crisis económica ha implicado millones de desempleados, y millares de entre ellos están pasando problemas para pagar las rentas de sus hogares. Es una ironía cruel que mientras esto ocurre, e incluso enfrente desalojos, sus cuentas del Infonavit están intactas. El Estado mexicano diseñó el Instituto del Fondo para la Vivienda de los Trabajadores (y el Fovissste), sin especificar si la vivienda era propia o rentada. Si, sólo durante la pandemia, los diputados enmendaran la Ley para pemitir que los trabajadores paguen la renta de su vivienda con su saldo Infonavit, se haría un uso justo, eficiente, y humano de esos recursos, y se cumpliría el propósito escencial de la fundación del Instituto, a la vez que evitaríamos el sufrimiento de miles de familias.

3.-Usemos nuestra Afore como garantía: nuestra cuenta de Afore es muy valiosa, pues será la principal fuente de pensiones para nuestra vejez. Mal usarla en esta emergencia económica no es aconsejable, pero existe un uso más eficiente. Si los diputados modificaran la Ley para que nuestro saldo Afore pudiera servir como garantía para un crédito bancario, millones de mexicanos podrían tener una línea de liquidez durante estos meses difíciles, sin perder su ahorro para el retiro. Cuando la recuperación económica llegue (y ya está en marcha), los trabajadores podrán pagar ese crédito, liberando la garantía y preservando su cuenta de retiro, evitando la sangría que hemos visto recientemente en dichas cuentas.

4.-Moratoria temporal al costo de nómina: Una forma de apoyar el empleo, sin dirigir apoyos a las ganancias, es apoyar la preservación de la nómina. De manera temporal, mientras dure la pandemia, a aquellas empresas que acrediten que no han reducido su plantilla que tenían en febrero-marzo, se les puede condonar dos terceras partes del impuesto sobre nómina. Las otras dos terceras partes serían absorbidas por los gobiernos estatales, y de ese costo, una tercera parte sería compensado a los estados por la federación. Es posible también, de manera separada, establecer un fondo de garantía para que las empresas la usen para sacar créditos para pagar sus nómina, haciendo deducibles los intereses reales pagados por dichas líneas.

6.-Bonos perpetuos y bonos indexados al PIB: Si nos preocupa que las calificadoras nos castiguen porque se nos va a subir la relación deuda/PIB, hay una forma sencilla de evitarlo: que la deuda sea emitida en bonos cuyo principal esté indexado al PIB.  Si nos preocupa tener que pagar mucho si nos endeudamos fuerte para financiar la recuperación económica, entonces emitamos bonos que no se pagan nunca, los bonos perpetuos. 

Cierto, ni los bonos perpetuos (que son muy antiguos), ni los bonos indexados al PIB (que son nuevecitos), son fáciles de vender, pero existen inversionistas que lo pueden hacer, para empezar los organismos multilaterales, los cuales fueron fundados hace cincuenta y cinco años, en un mundo que como el de hoy, atravesaba una situación extraordinaria que requirió soluciones extraordinarias.

domingo, 16 de agosto de 2020

Teorías Del Peligro Y Del Cubrebocas

 ¿Cómo percibimos el peligro, y cómo reaccionamos ante él? ¿Por qué hay quienes, ante la pandemia, se guarecen en casa, y otros que salen de paseo como si nada ocurriera? ¿Por qué, ante la evidencia de lo infeccioso y mortal del covid-19, nos comportamos de maneras tan dispares? La economía convencional tiene una respuesta: porque para todo riesgo, hay un rendimiento. Algunos pueden soportar la pérdida asociada a protegerse del virus, para otros el encierro implica una pérdida. intolerable. No parece ser tan fácil como la economía convencional lo sugiere.

Uno de los desarrollos más relevantes de la economía en los últimos años es la llamada “economía del comportamiento”, que busca fundamentar las decisiones económicas que tomamos los individuos a partir de los impulsos primarios, casi biológicos y hormonales, ante estímulos externos como el peligro y la recompensa. Sus propuestas han provocado un sismo en la profesión económica, quien suele aceptar que nuestro comportamiento se rige por misteriosas funciones de utilidad y armónicas preferencias.

Pero la evidencia surgida, primero de experimentos controlados, y luego de aplicaciones directas, por ejemplo, a inversionistas en los mercados bursátiles, ha hecho que la economía del comportamiento (para muchos, más psicología que economía) se tome en serio, al punto que algunos de sus representantes han recibido ya un Premio Nobel (Kahneman y Smith, en 2002).

Para los economistas tradicionales nuestro comportamiento ante el peligro es un cálculo sencillo: ¿cuánto se ganará a cambio de correrlo? Asumen que todos los individuos tenemos una actitud ante el peligro similar, relativamente fácil de tratar matemáticamente, y armónica con sus postulados de equilibrio general.

Una muestra de que quizá nuestra actitud ante el peligro no sea tan simétrica y simple como la que los economistas suponemos ha quedado evidente en esta pandemia.

Existen por supuesto factores institucionales. China, con una economía dirigida por un planeador central, optó por el máximo control y ha logrado casi erradicar la pandemia hasta el momento. Los Estados Unidos, creyentes en la libertad individual y en la libertad de elección, alérgicos a la intervención del Estado en las decisiones de individuos y empresas, es el sitio de las peores cifras.

Quizá los estadounidenses pierdan de vista un dato importante: el sistema de libre competencia es adecuado para producir bienes. El covid es un mal. Erradicar un mal tal vez requiera una estrategia distinta a la de producir bienes.

Pero a nivel individual, las diferentes actitudes ante el peligro mortal que puede ser el covid-19 son aún más complejas. Desde aquellas personas que se encierran a cal y canto en sus casas y no tocan la perilla de una puerta o no están dispuestos a ir a un cajero automático, hasta aquellas que ignoran cualquier precaución y desafían todo consejo.

La jerga de la cuarentena ha acuñado un neologismo (que usaremos con su permiso en este texto) para estos últimos: covidiotas. Personas cuya actitud ante el peligro es no nada más ignorarlo, sino procurarlo.

Para los economistas, que suponen individuos lejos de esos extremos, o en su caso, toman al individuo promedio que cancela ambas puntas, modelar esta pandemia ha de resultar imposible dado que sus efectos son asimétricos, pues los efectos de la propagación del virus (las externalidades, pues), seguramente responden al comportamiento de los covidiotas, mas que a los que se queden en casa.

Si entendiéramos por qué algunos individuos se comportan ante el peligro de muerte no nada más ignorándolo, sino hasta buscándolo, podríamos diseñar políticas públicas para amortiguar la propagación del virus. O de manera equivalente: si logramos que esos individuos se guarden el virus para sí, y no produzcan externalidades negativas (es decir, propaguen el virus), tendríamos un efecto similar, inmediato y tangible. 

Bajo un planeador central los que toman peligro en exceso no son un problema: son obligados a quedarse en casa. En una economía de mercado tenemos dos opciones: o nos ingeniamos cómo incentivarlos para que se queden en casa y no se propague el virus, o sugerimos un mecanismo de bajo costo y alto impacto para minimizar las externalidades negativas que producen, y usamos mascarilla todos.

 

sábado, 8 de agosto de 2020

Pandemias, Guerras, Y El Pavor Por El Futuro

 La tasa de interés es el precio del futuro. Es el precio de renunciar a consumir hoy y consumir mañana. Tiene que haber un premio por el sacrificio que implica posponer el consumo. ¿Pero qué ocurre cuando ese premio es negativo? Es decir, cuando se castiga el consumo futuro. El castigar el futuro es lo que está detrás no únicamente del pasmoso rally en Wall Street y las bolsas, sino detrás del auge del precio del oro y de la plata, de la debilidad del dólar, y de la flaca recuperación de la economía.

Si el futuro está siendo castigado, es racional evitarlo. Tal es el mensaje que el sistema de precios parece estar enviando. La tasa de rendimiento se desprende del precio de los bonos en el mercado, entre más sube el precio de los bonos, menor es el rendimiento. En años recientes los precios de los bonos han subido tanto, que los rendimientos son bajísimos, tan bajos que la tasa de inflación los supera fácilmente. Es decir, el rendimiento real es negativo, con las implicaciones que hemos sugerido en los dos párrafos anteriores.

Lo notable es que los rendimientos reales negativos vienen del mercado, de ese mecanismo misterioso que nadie dirige y que produce ese resultado: no es una autoridad la que dicta que la tasa de rendimiento real, después de inflación, sea negativa. Son los millones de inversionistas en el mundo quienes, sin ponerse de acuerdo, deciden comunicar que el futuro que nos espera no es muy promisorio en materia económica.

Si tomamos como ejemplo a los Estados Unidos, ha habido en el pasado períodos durante los cuales la tasa de rendimiento real es negativa, en donde la inflación supera a los rendimientos de los bonos gubernamentales. En particular, las décadas del 30-40 del siglo pasado, cuando las economías sufrieron la Gran Depresión iniciada en 1929, atestiguaron tasas reales negativas, las cuales duraron hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, fecha a partir de la cual las tasas de interés nominales se dispararon ante el fin de la deflación y la resurgencia moderada de la inflación.

Hemos insistido en este espacio que la economía de las pandemias se comporta de manera muy similar a una economía de guerra, con una parte de la población en estado de sitio/toque de queda, y la otra parte en el frente combatiendo al enemigo.

Para evitar un daño mayor, durante la crisis financiera de 2008-2009, los bancos centrales tumbaron sus tasas de interés al cero por ciento, y los mercados aplastaron los rendimientos nominales incluso por debajo del cero, mandando las tasas reales a valores negativos por primera vez en décadas. La actual depresión económica disparada por la cuarentena ha acentuado este comportamiento, e intensificado la comparación del actual momento económico con una economía de guerra.

En el momento más álgido de la Segunda Guerra, cuando Hitler había conquistado París y avasallaba al ejército soviético, las tasas de rendimiento negativo enviaban justamente ese mensaje: el miedo al futuro, la incertidumbre de que la civilización, la especie misma, pudieran sobrevivir y prosperar.

Si las tasas son negativas estamos castigando el futuro, queremos evitarlo, no queremos saber de él. Con el mundo y la especie sitiados por un virus desconcertante, que ha puesto patas arriba las políticas públicas, la geopolítica, y ha cobrado ya centenares de miles de víctimas, es comprensible que nuestra visión del futuro sea similar al de una guerra: dudamos de nuestra propia sobrevivencia como especie y civilización.

Pero el mercado de acciones, siempre el optimista, parece decirnos otra cosa. Las acciones en Wall Street siguen un derrotero opuesto al que las tasas negativas están mostrando, y su euforia desconcertante requiere de un futuro brillante para ser validado.

No es raro que esto ocurra. De hecho, ocurrió justo en el momento histórico que hemos usado aquí como paralelo. Cuando Hitler toma París con la mano en la cintura, y enfila sus tanques y ejércitos hacia Moscú bajo la operación Barbarroja, los mercados de bonos arrojaban tasas crecientemente negativas. Pero el Dow Jones, que había empezado a caer meses antes del estallido de la guerra, súbitamente, y de manera eufórica, comenzó a subir tras la caída de París, cuando todo parecía perdido, para ya no detenerse.

sábado, 1 de agosto de 2020

Para Los Mercados, La Muerte Tiene Permiso

Los mercados financieros han roto sus máximos históricos, a pesar de que el número de contagios y muertes por el covid-19 superan las cifras que existían antes de la cuarentena. Imparables, ni la contundencia de los datos que muestran que atravesamos por la peor depresión económica desde la segunda guerra mundial, ni que la pandemia está resurgiendo con furia incluso en lugares donde ya estaba controlada, los amedrenta. Nada los detiene, porque para los mercados, la muerte tiene permiso.
Hurtando el contundente título del cuentista sonorense Edmundo Valadés, los mercados han dejado atrás el costo humano y social que implican el creciente número de muertes en el mundo, y celebran un nuevo nivel récord tras otro concentrándose en dos supuestos, realistas ambos: que la política monetaria de los bancos centrales del mundo, seguirá inyectando toda la liquidez que sea necesaria; y que los gobiernos, las empresas, las familias y los individuos en promedio han ya decidido aceptar un costo en términos de mortalidad con tal de dejar atrás la cuarentena y el encierro.
El primer argumento es el más evidente: la política monetaria global, encabezada por la Fed de Estados Unidos, ha sido la de inundar de liquidez la economía. No únicamente de la manera que era tradicional, a través de los bancos comerciales, sino que han decidido inyectar fondos directamente a las empresas, al tiempo que la política fiscal de casi todos los países ha apoyado directamente, con cheques y transferencias personales, a la población para que permanezca en reclusión lo más posible.
Nunca en la historia del capitalismo habíamos visto una intervención tan inmediata, tan concertada, y tan masiva de los dos brazos de la política económica, la fiscal y la monetaria, como la que vimos a partir de marzo de 2020. La inyección de liquidez y de apoyos se acerca al 15 por ciento del PIB mundial, y lo más impresionante es que todas las cifras del PIB, país por país, publicadas la semana pasada, muestran una catástrofe económica descomunal, la peor desde la segunda guerra mundial, lo cual nos da una idea de qué es lo que habría ocurrido de no haberse decidido una inyección de subsidios y créditos como los que vimos. La depresión baría sido mucho, pero mucho peor incluso.
¿A dónde se van la liquidez y los subsidios, todo ese dinero, inyectado en la economía, en un momento en donde no las familias no pueden usar esos fondos para comprar y viajar pues están encerrados, y las empresas no invierten pues las ventas están paralizadas? A los mercados de valores. 
Sin duda una parte muy importante de ese torrente de liquidez ha terminado comprando bonos, acciones y otros activos financieros, ante la ausencia de alternativas de inversión y de gasto, produciendo lo que tiene muchos visos de ser una burbuja especulativa en Wall Street, especialmente en el Nasdaq y en las acciones de una decena de acciones pertenecientes a los colosos tecnológicos que han podido sortear la depresión: Apple, Amazon, Google, Microsoft, Facebook, y la desquiciante Tesla.
Pero el segundo argumento es inquietante: a pesar de que, en Estados Unidos y en muchos otros lugares, las cifras de contagiados y muertos superan con mucho los números que dispararon una cuarentena global, ningún país ha decidido, ni considerado, volver a encerrar a su población tras las recientes reaperturas.
Esto significa que las poblaciones, los gobiernos y las empresas, le han dado ya permiso a la muerte, y que su tolerancia al riesgo es mucho mayor de lo que era en febrero-marzo cuando nos encerramos todos. Ante cifras récord de contagios y muertes, los gobiernos siguen con las reaperturas, y las familias e individuos retoman gradualmente sus actividades y viajes. Una parte de esta retomada puede obedecer a que aquellos que ya tienen anticuerpos están regresando a sus actividades económicas bajo condiciones de feliz inmunidad, pero todos los cálculos sugieren que dicho guarismo no es superior al 10 por ciento en cualquier país.
Seguramente este comportamiento refleja que, como sociedad, hemos decidido a aceptar una tasa de mortandad que creemos aceptable, y las empresas, la economía y sobre todo los mercados, están celebrando que, ante el alto costo que le asignamos a seguir enclaustrados en nuestras casas, le hayamos dado permiso a la muerte para andar entre nosotros.