domingo, 21 de noviembre de 2021

Frida: El Arte De Especular, Especular Con El Arte

Especular es todo un arte, especialmente cuando se especula con el arte. La semana pasada la célebre artista mexicana, Frida Kahlo, hizo pedazos todos los récords previos para un artista latinoamericano, luego de que una de sus pinturas, “Diego y Yo”, se vendió por 34.9 millones de dólares en una subasta en Nueva York. Hay tanto dinero suelto por el mundo que no saben qué hacer con él, así que los precios alcanzados por la obra de Kahlo y otros son apenas la espuma de una ola colosal de liquidez.

No debería de extrañar a nadie que el arte y sus productos sean sujeto de la especulación, tal y como las acciones de Tesla, o Bitcoin o el aluminio lo están siendo. La obra de arte, especialmente la de artistas ya fallecidos, tiene una característica deseable para los inversionistas: su escasez. Frida Kahlo ya no puede pintar más, así que sus cuadros en el mercado son escasos y los inversionistas están dispuestos a pagar lo que sea por uno de ellos.

El dinero, sin embargo, es lo más fácil de producir del año 2000 para acá, desde que los bancos centrales, empezando por la FED de Estados Unidos, comenzaron el desorden de inyectar liquidez en el sistema financiero a través de mecanismos cada vez más ramplones y directos.

El dinero ha perdido valor. La constatación de la anterior sentencia es sencilla: el dinero no vale nada, su precio, la tasa de interés, está en cero desde 2020.

Si el dinero no vale nada, pues hay tanto que se regala y no se sabe qué hacer con él, no debería de sorprenderle a nadie que los inversionistas estén dispuestos a pagar por artefactos financieros estrafalarios, como el bitcoin, que aspiran a la escasez y a la rareza, precios que suenan ridículos. Los precios de los cuadros de Kahlo y el Bitcoin no son ridículos, que el dinero cueste cero por ciento si lo es.

Bitcoin y su caterva de cripto monedas anhelan ser cuadros de Frida Kahlo: apreciados por su rareza y escasez, e imposibles de falsificar, así que ambos activos financieros comparten esas características deseables para todo inversionista.

El mercado del arte es más mercado, que arte. Es un error asociar el precio de una pintura a la calidad de la obra o de su autor. Que un cuadro de Frida Kahlo supere en precio a cualquier obra de un artista latinoamericano no está asociada al valor artístico de la pintura. El mercado tiene razones que el arte desconoce.

En la subasta de la semana pasada, que en México fue destacada por el precio del cuadro de Kahlo, los récords cayeron uno tras otro. Por ejemplo, cuatro cuadros de Van Gogh se vendieron por un total de 161 millones de dólares, y una escultura de Alberto Giacometti se vendió por 78.4 millones. Los precios parecían no tener límite.

Algunos análisis estadísticos asocian los ciclos del mercado del arte a los del mercado de valores. Creen encontrar en las cúspides y valles de los precios pagados por obras de arte, una anticipación de lo que ocurrirá luego en las bolsas de valores. Otros especialistas descreen de dichas conjeturas y aseveran que ambos mercados tienen vida independiente, pues la obra de arte no es replicable como lo son los bonos, las acciones y el mismísimo dinero en circulación, que es fácil de crear y falsificar.

A despecho de lo anterior, ambos mercados comparten una característica: son susceptibles a la liquidez. Si el sistema financiero está inundado de dinero como lo está ahora, los precios que los inversionistas están dispuestos a pagar por el riesgo en Wall Street, y por el arte en Sotheby’s, se comportarán de manera similar.

Los subastadores de galerías y casas de arte sostienen que pocas veces en el pasado ha sido tan fácil vender arte, que los coleccionistas han dejado el paso a los inversionistas, y que el arte es percibido como un activo especulativo, más que un dije estético y una reserva de valor para los coleccionistas.

 Wall Street tiene una enorme ventaja respecto de Sotheby’s: la liquidez. Comprar y vender arte no será nunca tan fácil como la transacción de valores. El mercado del arte es más pausado y físico que el financiero, y la obra plástica contrasta con el etéreo activo que es el derecho a recibir ganancias detrás de una parte accionaria.

Pero en mercados que queman como el actual, en donde la liquidez brota por los poros del sistema financiero, el dinero busca desesperadamente en dónde materializarse, ya sea en el derecho a recibir intereses o dividendos de los bonos y acciones; en la estrafalaria aspiración a la rareza de las criptomonedas; o tras el disfraz estético de una obra maestra de Frida Kahlo.

Esto ocurre y seguirá ocurriendo mientras el dinero valga nada. Mientras su precio siga siendo cero como lo es hoy, porque en cuanto el dinero comience a costar, el mercado de arte y otros, será mirado con distintos ojos.

domingo, 7 de noviembre de 2021

El Banxico Y El Precio De Las Tortillas

Solemos decir que la inflación es un impuesto. No es correcto. Cuando un precio sube alguien lo paga, pero también, alguien lo recibe. La inflación entonces funciona como un impuesto para quien lo tiene que pagar, pero como un premio para quien lo recibe. No es difícil ver que quien lo paga son quienes no tienen activos, es decir, los pobres, y quienes se benefician son quienes venden los bienes y servicios, es decir, los abastecidos. Este fenómeno es más agudo cuando la inflación viene por el componente más importante del consumo de los pobres: los alimentos, y eso es justo lo que está pasando estos días.

Entre menos afortunado se es económicamente, mayor es la proporción del consumo dedicado a los alimentos. Los afluentes dedican ya una parte mínima de su consumo a los alimentos, y una mayor parte a bienes y servicios de lujo, por lo que cuando la inflación es producida por presiones en el rubro de alimentos, quienes más padecen son los pobres.

En las últimas décadas, por ejemplo, en los países desarrollados la inflación viene de sectores como el de la salud y la educación privadas, y en el de bienes raíces, en donde los precios se han incrementado irrefrenablemente. Para los pobres, la inflación las presiones de precios en esos sectores no son tan importantes por el triste hecho de que no tienen acceso a los mismos.

Un vistazo rápido a algunos indicadores nos muestra lo crítico que este comportamiento de la inflación puede convertirse si no se resuelven en el mediano plazo las condiciones que lo producen: cuellos de botella en múltiples insumos, saturación de rutas comerciales y de almacenamiento, falta de trabajadores agrícolas y de transporte, altos precios de los fertilizantes, etcétera.

En México, por ejemplo, la inflación general al mes de septiembre fue de 5.8 por ciento, muy por encima del objetivo de 3 por ciento buscado por el Banxico. Pero dicha cifra, medida por el índice de inflación de precios al consumidor (INPC), es un promedio de una centena de bienes y servicio, así que el índice mo revela lo que ocurre en el nivel del consumo de alimentos.

Pero las oficinas de datos suelen proveer una riqueza de datos que permiten analizar los detalles, como es el caso del INEGI y el Banxico, quienes publican varios niveles de desglose del comportamiento de los precios. En particular, la “Canasta de Consumo Mínimo”, la cual refleja de manera más precisa la inflación del sector de alimentos, registra una tasa anual de 6.8 por ciento, un punto completo por encima de la inflación general.

Lo que ocurre en México acontece en casi todas las economías: la inflación de alimentos está superando el ritmo de incremento de los precios generales, lo que implica una caída en el salario real y un incremento en los márgenes de beneficio de las empresas productoras y de sus accionistas. En otras palabras, una regresión en la distribución del ingreso y la riqueza.

La inflación en el sector de alimentos presenta una complejidad: son menos susceptibles a la acción de la política monetaria de los bancos centrales. Tan es así que el indicador preferido de los banqueros centrales es la “inflación subyacente”, que excluye la medición de los precios agrícolas y de energía, por su volatilidad.

La inflación de alimentos, por tanto, va más allá de la política monetaria que busca controlar la inflación en si, y debe de ser atendida por otras medidas.

Para la política fiscal la inflación de alimentos también es complicada de atenuar. Subsidiar alimentos es muy difícil, pues hay múltiples oferentes y demandantes. No es como subsidiar el boleto del Metro o del autobús, o proveer transferencias generales a los pobres. Es muy complicado etiquetar las transferencias para exclusivamente el consumo de alimentos. La emisión de vouchers o timbres, es una solución imperfecta, pero es proclive a la falsificación, al clientelismo y la corrupción.

Los bancos centrales están, en su mayoría, apostando a que la inflación general está sufriendo un incremento temporal. Suponiendo que así sea, no es garantía que la inflación de alimentos sea igualmente temporal, y abatir dicho problema requiere del concurso de herramientas más allá de los alcances de la política monetaria, pues es un problema de oferta, no de demanda.

El Banxico por ejemplo, no puede hacer gran cosa para abaratar el precio de la tortilla o los frijoles, o las pizzas, que tan importante son para la “Canasta de Consumo Mínimo”. Pero la inflación de los alimentos suele alimentar expectativas de inflación general, y pesan mucho en el ánimo de las sociedades si no se doma a tiempo.