domingo, 30 de octubre de 2022

¿Y Si La Fed Se Equivocara? (De Nuevo)

No es fácil ser Jerome Powell estos días. De la decisión del presidente de la Reserva Federal depende en buena medida la suerte de la economía global. Si acierta logrará controlar la inflación con el menor impacto sobre el empleo y la actividad. Si falla, ni controlará la inflación, ni evitará una recesión económica intermitente en los próximos años. El problema es que su elección es muy difícil. Se trata de elegir el veneno que vamos a ingerir. No hay solución indolora. Debe de subir las tasas de interés para controlar la alta inflación que sufrimos, pero al hacerlo implicará una contracción económica. Lo peor sería ignorar que no existe una solución de costo mínimo. Algo que Wall Street le quiere hacer creer a la Fed, y al público.

Esta Fed ya se equivocó una vez, con un costo altísimo para la economía de la mayoría de los países al demorar en su estrategia para controlar la inflación, pues consideró en sus inicios que era un repunte temporal. No sería inédito entonces que se equivoque de nuevo, cediendo a las presiones de Wall Street quien le exige que comience a reducir las tasas lo antes posible; y de no ser posible recortarlas, que deje de subirlas; y de no ser posible interrumpir las alzas, que al menos reduzca muy pronto el ritmo de incrementos para evitar que los precios de las acciones, junto con el resto de activos financieros, sigan cayendo como lo han hecho este año.

A Wall Street no le gustan las tasas de interés altas. Los inversionistas están muy mal acostumbrados. Los precios de las acciones en las bolsas trabajan bajo el supuesto de más de dos décadas de réditos extremadamente bajos provenientes de una voluptuosa inyección de liquidez por parte de los bancos centrales, así que ahora que éstos amenazan con retirar el dinero barato con el fin de controlar la inflación, las bolsas están exigiendo, chantajeando con el apocalipsis financiero si las tasas suben hasta donde deberían de subir para controlar el alza de precios.

La discusión de hasta dónde debería de subir la tasa de interés es muy intensa. Pero más allá de cualquier teoría hay una evidencia histórica. En todo período inflacionario en el pasado en Estados Unidos, la inflación sólo cedió cuando la tasa de interés superó a la tasa de inflación. Eso es un hecho, no una hipótesis.

Para que lo anterior se cumpla, aún falta rato. La tasa de fondos federales (fed funds) de EEUU se encuentra en 3.25 por ciento, mientras que la inflación de los últimos doce meses es de 8.2 por ciento. Claramante quien ha invertido en bills estadounidense ha perdido en términos reales en el último año. Pero ya lo pasado, pasado. Lo perdido ya no aparece. Veamos hacia adelante, pues es lo que importa en términos de lo que la Fed debe de hacer.

Supongamos que Powell y todos nosotros, tenemos mucha suerte y la inflación de los próximos doce meses se reduce a la mitad, a 4 por ciento. De acuerdo con la historia eso ocurrirá porque la tasa de interés superó a la inflación (el promedio ha sido de cerca de un punto porcentual), lo cual implicaría tasas de la Fed de cerca del 5 por ciento. Dado que en este momento estamos en 3.25 por ciento, aún faltaría subir, en este caso relativamente optimista, cerca de 175 centésimas.

La pregunta importante en este caso es ¿Podrá aguantar Wall Street 175 centésimas de incremento de tasas sosteniendo los actuales precios? O alternativamente: ¿tendrá la Fed la visión y el temple para subir esos 175 puntos a pesar de que Wall Street se derrumbe en algún momento?

Las bolsas de valores, mal acosumbradas a vivir de exceso de liquidez y de dinero barato, están apostando a que la Fed no subirá esos 175 puntos. Apuesta a que, temerosa de causar un quebranto en el sistema financiero, o una severa recesión, o una reacción adversa por parte de los políticos y la opinión pública, se detenga antes, mucho antes, y no alcance ese umbral necesario históricamente para controlar la inflación.

A los inversionistas no les preocupa la inflación tanto como a la Fed. Muchas de las empresas que cotizan en bolsa son justamente las que están aumentando los precios de los bienes y servicios. A las empresas les preocupará la inflación cuando a sus clientes ya no les alcance para comprar lo que compraban, y porque la Fed está subiendo las tasas de interés, así que Wall Street no es un aliado natural en el combate contra la inflación.

Para la Fed en cambio, es su mandato más íntimo. Mantener a la inflación dentro de su objetivo de 2 por ciento es su principal objetivo, pues dentro de ese margen, buscará el crecimiento máximo. Una inflación baja es su principal objetivo. O debería de serlo.

Ya a nadie sorprende este juicio. La Fed se equivocó garrafalmente al juzgar como transitoria una inflación que ha sido much más terca de lo que se pensaba. Falló terriblemente en cumplir con su mandato de inflación baja dejando que esta se disparara a su nivel más alto en cuarenta años, comenzando a subir tarde y lentamente sus tasas de interés.

¿Volverá a fallar al no subir las tasas con la velocidad, hasta el nivel, y por el tiempo suficientes para que la inflación descienda de 8.2 por ciento a 2 por ciento en los próximos 12-24 meses? Wall Street está apostando a que fallará de nuevo. A que le temblará la mano, relajando las condiciones monetarias antes de que logre bajar la inflación. Apuesta a que le importará más la opinión pública o el crecimiento antes que cumplir cabalmente su mandato.

A Wall Street lo único que le interesa es seguir subiendo. Ese es su mandato. El de la Fed debería de ser el de mantener la inflación bajo control, independientemente de para donde vaya Wall Street. Pero el ex jefe de la Fed, Alan Greenspan, en un contexto de inflación baja, decidió que la salud de Wall Street era también la salud de la economía, pudiendo darse el lujo, él y sus sucesores, de rescatar a los mercados bajando las tasas e inyectando liquidez cuando fue necesario. Nadie puede culpar entonces a los mercados de haberse acostumbrado a la mala vida del dinero barato.

En esta encrucijada la Fed debe decidir si hará lo necesario para controlar la inflación, al costo que sea, o si suavizará su postura para evitar costos económicos y políticos que no puede tolerar. Entre esos extremos la posiblidad de volverse a equivocar es muy alta. La Fed está entonces en riesgo de quedar como en aquél verso del bello soneto de Miguel Hernández: “terca en su error, y en su desgracia, terca”.

domingo, 23 de octubre de 2022

Britania Y El Regreso De Los Temidos Vigilantes

Los vigilantes del mercado parecen estar de regreso. Replicando a aquellos inversionistas de bonos de los años ochenta y noventa, que solían castigar a los gobiernos y banqueros centrales que dieran señales de apartarse del buen comportamiento subiendo las tasas para poner orden, los mercados no nada más doblegaron a la primera ministra del Reino Unido, sino que acabaron defenestrándola, reduciendo su mandato al más breve en la historia de ese país. Hicieron algo más, enviaron el mensaje al resto del mundo de que, en medio de este entorno deteriorado por la reflación, serán intolerantes a aquellas economías que se aparten del equilibrio fiscal y monetario (y premiarán a las bien portadas).

Liz Tuss, la impresentable primera ministra del Reino Unido, ciega e insensible a las condiciones económicas globales, intentó implementar una estrategia económica que implicaba un crecimiento del déficit fiscal, un incremento consecuente en la deuda pública, acompañados de una expansión del gasto del gobierno para apoyar los ingresos familiares contra los incrementos en la en energía, alimentando el exceso de demanda sin importar que este es uno de los factores detrás del crecimiento de la inflación.

La enorme irresponsabilidad de Tuss y su gobierno, alimentada por la fantasía de que reducir los impuestos en esta circunstancias impulsaría el crecimiento de la economía británica, disparó de manera violenta las tasas de interés locales, al tiempo que hundía a la libra esterlina a su mínimo histórico en contra del dólar estadounidense, fracturando los mercados financieros del país, paralizando el crédito y poniendo a los enormes sistemas de pensiones de los trabajadores ingleses al borde de la moratoria.

El deterioro en las condiciones financieras en el Reino Unido fue tan violento que el Banco de Inglaterra tuvo que recular en su estrategia de retirar liquidez del sistema como parte de su estrategia antiinflacionaria, inyectando liquidez con el fin de evitar un colapso del sistema de pensiones local. Humillado por los vigilantes de los mercados, el banco central tuvo que desandar lo ya caminado en su retiro de liquidez del sistema.

Más allá del efecto sobre los mercados, la economía y la política del Reino Unido, los mercados parecen estar enviando un mensaje muy claro, poderoso, contundente, a las autoridades financieras del mundo.

¿Quiénes son los vigilantes? ¿Qué hacen para recibir ese nombre? ¿Cómo pudieron poner de rodillas al gobierno del Reino Unido, forzándolo a recular respecto de las políticas absurdas que habían anunciado?

Los vigilantes son los grandes inversionistas del mercado de bonos global, quienes han sufrido este año el peor de los quebrantos en la historia de las finanzas mundiales. Así como se oye. Simplemente en el mercado de bonos más grande y sofisticado de todos, el de Estados Unidos, las pérdidas acumuladas en el año hasta el día de hoy rondan el 19 por ciento.

Tales pérdidas colosales derivan de un hecho: el violento incremento de las tasas de interés de los bancos centrales en 2022, especialmente por parte de la Fed de Estados Unidos, la cual reaccionó tardíamente al retorno de la inflación. Los precios de los bonos se mueven en sentido inverso a las tasas, así que error de la Fed les ha costado a los grandes inversionistas de bonos perdidas descomunales en sus valuaciones.

La confianza de los inversionistas de bonos en las autoridades monetarias y financieras del mundo ha sufrido un grave deterioro. La Fed les dijo que la inflación sería temporal, provocando un alza dulce de las tasas de interés sin afectaciones mayores al crecimiento económico. La realidad ha sido lo contrario, con alzas violentas en los réditos y la perspectiva de una recesión inminente creciendo en el horizonte, lo que ha provocado minusvalías profundas en los portafolios de bonos.

La avalancha de venta de bonos británicos tras el anuncio de Liz Tuss desplomó el precio de los bonos de ese país, provocando un incremento tremendo en las tasas de interés, paralizando el crédito hipotecario, hundiendo a la libra esterlina y forzando al Banco de Inglaterra a intervenir a regañadientes para evitar un quebranto financiero de país.

Algo similar está ocurriendo en Japón, en donde, a contrapelo de lo que hacen el resto de los bancos centrales, el Banco de Japón sigue inyectando liquidez con el fin de subir la inflación (si, subirla) a cerca del 2 por ciento, para mantener el crecimiento económico. En otras circunstancias durante los últimos veinte años dicha estrategia habría sido indolora, pero no esta vez. Los vigilantes están apostando contra el yen japonés, hundiéndolo en mínimos de 32 años, forzando al banco central a vender dólares de sus reservas para apoyar a su moneda.

La implausible Turquía, quien en medio de una inflación superior al 80% sigue recortando sus tasas de interés de corto plazo, también es presa de los vigilantes, hundiendo la cotización de la lira y elevando las tasas de interés de largo plazo.

Pero quizá la gran arena en donde los vigilantes están buscando determinar el curso de la política económica y financiera sea en los Estados Unidos, aunque en un sentido inverso al del resto del mundo, pues mientras en los otros mercados los vigilantes están subiendo las tasas para evitar que el balance fiscal y monetario se desordene, en EEUU la presión es para que la Fed deje de subir, y el gobierno no reduzca su déficit fiscal de manera tan brusca como lo está haciendo.

Los vigilantes, tan estrictos en el resto del mundo, están dispuestos a tolerar la inflación que sea con tal de que la Fed baje cuanto antes sus tasas de interés. Están amagando con escenario catastrófico, de altísimo desempleo, de agudo dolor económico, para que la Fed deje de subir sus tasas a pesar de la terca inflación que no ceja. Con el Banco de Inglaterra son intransigentes, con la Fed son alcahuetes. Al Reino Unido, a Japón, a Colombia, a Chile, a Turquía, no les permiten apartarse un milímetro del guion prescrito por los manuales para cuidar la estabilidad financiera. A la Fed no únicamente le permiten que la inflación casi triplique la tasa de interés, sino que le exigen que comience a reducirlas lo antes posible.

Son unos vigilantes muy peculiares, pues son muy estrictos cuando echan el ojo al gato, pero complacientes cuando miran al garabato.

domingo, 16 de octubre de 2022

Fábula de La Fed, La Inflación, La Liebre Y La Tortuga

“Zenón, cruel Zenón, Zenón de Elea”, comienzan los versos de ese bello poema de Paul Valéry a propósito de la ardua paradoja del filósofo griego, quien demostraba que por más veloz que fuese Aquiles, el más rápido de los hombres, jamás podría alcanzar a la lentísima tortuga. La razón es sencilla: Aquiles dejó que la tortuga arrancara con ventaja, y la infinita división del espacio impediría al héroe emparejar al quelonio. Algo así estará sintiendo la Fed estos días: dejó que la inflación se le escapara, al punto que ahora, por más rápido que corra, no puede alcanzarla, amenazando en su desesperada carrera el equilibrio financiero de los mercados, así como de la economía global.

La Fed ya ha hecho su acto de constricción, su Mea Culpa, aceptando su fallo en el diagnóstico de la inflación, la cual consideró pasajera en sus inicios, tardando muchísimo en reconocer el carácter persistente de este episodio inflacionario, inédito en los últimos cuarenta años.

Pero en el pecado de la Fed, estamos llevando, todos, la penitencia.

Luego de décadas en donde el riesgo fue la deflación, la Fed, así como los bancos centrales de las economías avanzadas, calcularon que podían ensayar una reflación moderada en la post-pandemia con el fin de mantener el empleo acompañado de expansión económica, así que cuando vieron los primeros datos de precios crecientes, decidieron esconder la cabeza primero, para después llanamente menospreciar el riesgo.

Luego de meses de inflación creciente y persistente, los bancos centrales aceptaron su equivocación, y no tuvieron otro remedio más que tratar de correr detrás de la inflación para tratar de alcanzarla primero, para controlarla después. Como Aquiles a la tortuga.

La última vez que Estados Unidos tuvo una inflación superior al 8.0 por ciento, como ahora sufre, la Fed tuvo que subir las tasas de interés a prácticamente el 20 por ciento. ¿qué tan rezagada va la Fed que con una tímida tasa de 3.25 por ciento quiere controlar una inflación de 8.2 por ciento? 

La fábula de la liebre y la tortuga, tributaria de la paradoja de Zenón, parece también familar. La confiada liebre deja que la tortuga se adelante, solazándose en su rapidez, perdiendo el tiempo en diversiones ajenas a la competencia. Cuando la liebre reacciona, ya era demasiado tarde para alcanzar a la tortuga, la cual persistentemente, llega a la meta, inalcanzable.

Como la inflación se le escapó, llevándole una gran ventaja, la Fed tiene que correr muy aceleradamente. De hecho el actual es el ciclo alcista más agresivo, más rápido, de los últimos cuarenta años. Las tasas de referencia de la Fed, han pasado de cero a 3.25 por ciento (y llegarán a alrededor del 5 por ciento), en muy pocos meses. Una velocidad inusitada en las últimas cuatro décadas.

Pero la velocidad no es neutra, y esta premura en tratar de alcanzar a la inflación que ella misma dejó escapar en su momento, implica que la Fed está provocando un gran riesgo: la probabilidad creciente de que algo, en algún lugar del mundo, se rompa, causando que la actual crisis, que en este momento es de reflación, se convierta en sistémica, dañando alguno de los ductos críticos para el funcionamiento de la plomería económica mundial.

¿Qué podría romper la Fed en su acelerada carrera por alcanzar y controlar a la desbocada inflación?

Podría ser a la libra esterlina, al sistema de pensiones británico, o de plano, a la economía inglesa; podría ser a los mercados de bonos estadounidenses, que atraviesan por su peor racha de la historia; podría ser a las bolsas de valores, quienes a pesar de las terribles bajas aún no han tenido una sesión de venta de pánico; podría ser algún mercado emergente de importancia sistémica; podrían ser de nuevo los bancos del mundo, quienes contaminarían el colapso al resto de la economía; podría ser el mercado de derivados, luego de años de apalancarse con tasas ultra bajas; podría ser el yen japonés; podría ser el oscuro mercado de cripto monedas, cuyos lazos desconocidos quizá lleguen a jugadores claves para la economía global; podría ser los presupuesto de múltiples países, acostumbrados a pagar cacahuates por los intereses de su deuda pública pero que hoy, súbitamente, sufren presiones presupuestales por esta partida. Podría ser a la economía estadounidense, enviándola a la recesión. Podría ser algo que no esté bajo nuestro radar, pero que tenga un impacto tal que sacuda a la economía del mundo.

Podría ser una o varias de las posibles de esta lista, pero es muy difícil que la rapidez con que la Fed está subiendo el costo del dinero no rompa algo en el camino. El problema es que a la Fed hay que recitarle los versos de Sor Juana: sois la ocasión de lo mismo que culpáis, pues ella, y solo ella, es la responsable de la ventaja que le dio a la inflación en esta perpetua carrera entre la tasa de referencia y el crecimiento de los precios. 

La Fed no tiene opción más que seguir subiendo tasas. Lo hará hasta que vea que la inflación se encuentra anclada rumbo al 2 por ciento. Si tenemos suerte eso ocurrirá en un año, quizá dos. Si a la Fed le tiembla la mano y relaja la liquidez antes de tiempo, como le está rogando Wall Street, le tomará más tiempo.

Pero en lo que doma a la inflación el alza de tasas y la confusión respecto de la trayectoria de las mismas será muy alta, lo que causará un estancamiento económico difícil de resolver, pues no existen las condiciones para hacer lo que Paul Volker hizo, jalonear las tasas hasta el 20 por ciento. Una reacción de ese tipo, con lo endeudado que están los países, las empresas, y las familias en el mundo, precipitaría un tsunami de bancarrotas que hundiría a las economías en una gran depresión.

Nadie se quejó cuando los bancos centrales inundaban a la economía del mundo con abultada liquidez. Pero ahora que tímidamente comienzan a retirarla, todos amenazan con el Armagedón. En fin, la hipotenusa.

 

 

 


domingo, 9 de octubre de 2022

Wall Street: ¿Un Final Espantoso, O Un Espanto Sin Fin?

Como una larga agonía. Así se ha vivido este año la caída en los precios de las acciones en las bolsas de valores. La razón quizá sea la reticencia de la mayoría de los inversionistas a aceptar que la prolongada fiesta de la liquidez, que propulsó a los mercados a alturas insospechadas, ha llegado a su fin luego de décadas de ser alimentada por las políticas expansivas de los bancos centrales, especialmente de la Fed. Fue bueno mientras duró, sin duda, y mientras no hubo inflación. Porque cuando la inflación resurgió, a regañadientes, la Fed tuvo que recordar que su misión es controlarla.

Muy a su pesar. Con un infausto rezago, pero la Fed, a través de muchos de sus funcionarios, comunicó claramente su intención la semana pasada: ni la caída de las bolsas, ni un desbarajuste en mercados emergentes, ni la quiebra de algún banco, detendrán la resolución de la Fed de contener la inflación para dirigirla hacia su objetivo de dos por ciento.

El Banco de Inglaterra reculando hace tres semanas, inyectando liquidez para evitar el desplome de la libra esterlina ante el cercano incumplimiento de los fondos de pensiones de ese país, avivó la esperanza de que la Fed, más temprano que tarde, fuera sensible a algunos de los quebrantos que comienzan a pulular por el mundo, anunciando que pronto, a inicios del año siguiente, retrocederá, recortando sus tasas de interés al tiempo que modera la reducción de la liquidez en los mercados.

Wall Street está apostando a que el miedo a una recesión económica estadounidense fuerce a la Fed a revertir hacia una postura de liquidez expansiva. Pero eso no ocurrirá.

La discusión no es si habrá una recesión económica en los Estados Unidos, quizá tarde más de lo que se piensa en llegar, pero es inevitable. La pregunta es si la Fed permitirá que la inminente recesión sea lo suficientemente severa como para enviar la inflación anualizada cerca del dos por ciento, o si se conmoverá ante las múltiples presiones que le llegarán de todas partes, relajando las condiciones de liquidez antes de tiempo.

La apuesta de Wall Street es muy clara: a la Fed le temblará la mano ante la recesión económica, y relajará su rigidez actual para convertirla de nuevo en expansión monetaria. Una y otra vez. Semana tras semana, la legión de inversionistas, de corifeos mediáticos que anuncian el regreso del dinero fácil, buscan doblegar la postura cada vez más ferrea del banco central estadounidense.

Pero a juzgar por los mensajes unánimes de los últimos días, un consenso parece ya predominar entre los funcionarios: el objetivo prioritario es el control de la inflación, lo que implica que el resto de las consideraciones, son secundarias, incluido el evitar una recesión en los Estados Unidos o en cualquier otra parte del mundo.

La Fed entendió, tarde, pero no demasiado tarde, que la consistencia es el ingrediente principal de la confianza, y que la confianza es la mejor arma para combatir la inflación con el menor daño posible.

Dicha consistencia implica que aún cuando llegue la recesión que ya viene, la Fed no podrá relajarse sino hasta que la inflación esté convincentemente bajo control, lo que significa probablemente varios meses con tasas anuales cerca del dos por ciento. Relajarse antes arriesga un resurgimiento inflacionario, como lo demuestra la traumática experiencia de los años setenta.

Este escenario no es el que está contemplando Wall Street. Los inversionistas siguen esperanzados a que las primeras señales de recesión espantarán a la Fed, y que el dinero fácil regresará a alimentar un rally bursátil, como la Fed lo hizo una y otra vez los últimos veinte años. Pero eso no ocurrirá, porque esta vez, a diferencia de las últimas décadas, la Fed tiene un muy grave problema de inflación, la cual sólo puede atenderse con sus garras y colimillos, más no con su cara amable.

Esa esperanza es lo que ha hecho que Wall Street en este 2022, caiga poco a poco, como un lento atardecer, y no como un violento apagón. Marx acuñó una frase memorable que decía: “más vale un final espantoso, que un espanto sin fin”. Eso es lo que hemos visto en este 2022 en Wall Street, un espanto sin fin, una agonía lenta, penosa. Pero no hemos tenido un final espantoso: un crack bursátil que elimine de una vez a los últimos esperanzados inversionistas que todavía piensan que la Fed a estas alturas, no está hablando en serio.

sábado, 1 de octubre de 2022

La Reina (Y La Economía) De Inglaterra Ha Muerto

El Reino Unido se ha empeñado en hacer todo mal el último lustro. Pero ahora lo está haciendo peor. Quizá sea su añoranza imperial lo que hace a la mitad de su población creer que son una excepción a la que no le aplican las reglas elementales de la economía, pero lo cierto es que una decisión tras otra están convirtiendo a una de las economías más poderosas del mundo en una ínsula, no geográfica, sino económica, y la paridad de su moneda, que la semana pasada se hundió hasta su mínimo de casi un cuarto de milenio contra el dólar, la asemeja a una economía emergente, o más precisamente, sumergente.

Una economía que no sea la de Estados Unidos, cuando incurre en un déficit considerable en su cuenta corriente debe de compensar su falta de ahorro externo con ahorro interno, lo que típicamente se logra balanceando el déficit fiscal, o de lo contrario el ajuste vendrá por una depreciación de la moneda local ante la mayor demanda de dólares. Así funcionan todas las economías abiertas, y la británica no debería de ser distinta. Pero sus gobernantes creen que lo son.

Hace unos diez días el nuevo encargado de la Hacienda británica, Kwasi Kwarteng, anunció un agresivo plan para reducir impuestos, especialmente a los contribuyentes más ricos. Sin embargo, no detalló cómo compensaría los ingresos perdidos por los menores impuestos. Peor aún, el fin de semana antepasado anunció, en vez de cómo los financiaría, más recortes de impuestos junto con numerosos subsidios, en una batería de apoyos que van directamente contra el déficit y deuda adicional del país.

 La respuesta de los mercados ha sido implacable: primero hundiendo a la libra esterlina hasta un nivel jamás visto en casi tres siglos de historia contra el dólar estadounidense; y segundo, elevando las tasas de rendimiento de los bonos ingleses en anticipación de una actitud agresiva del banco central de Inglaterra para detener la corrida contra su moneda, cuya depreciación alimentaría aún más la elevadísima inflación que ya sufre la “pérfida Albión”.

Desde el FMI, pasando por las agencias calificadoras, hasta la secretaria del Tesoro de EEUU, Janet Yellen, han vocalmente expresado su preocupación respecto del desarrollo de los eventos en las islas británicas. Los analistas más críticos comentan que la otrora potencia hegemónica mundial está comportándose como un país emergente, como si fuera una nación de la periferia latinoamericana o africana, descontrolando el déficit fiscal junto con el comercial, poniendo toda la presión contra su divisa.

El Banco de Inglaterra, ante esta coyuntura no tuvo remedio mas que hacer el moonwalk, el famoso pasito de Michael Jackson, aparentar que camina hacia adelante cuando en realidad esta caminando para atrás, y tuvo que reactivar la inyección de liquidez, contradiciendo su plan para retirarla como parte de su plan para combatir la inflación, perdiendo así casi el resto de la credibilidad que le queda.

Lo que ocurra con la economía inglesa, a pesar de lo que sus ciudadanos piensen, no es exclusivo de ellos. La economía y los mercados globales se encuentran en una situación tan delicada debido al tratamiento de choque que los bancos centrales están aplicando para tratar de subyugar a la inflación, que una convulsión económica del Reino Unido podría ser la gota que derrama el vaso y convertir al actual ajuste financiero relativamente ordenado, en pánico y turbulencia.

Pero de un lustro para acá el mosquito del nacionalismo les ha picado a los británicos y han ido a contrapelo de la economía global. Su tristísima salida de la euro zona dejó claro que no se podía contar con ellos para una integración económica más eficiente de Europa.

La lamentable era del impresentable Boris Johnson hizo que la poca confianza que Europa le tenía se perdiera; y la decisión del nuevo gobierno, presidido por Liz Tuss, parecen indicar a un país que no es consciente de su lugar en el mundo, y que piensa que vive aún en el reino de sus sueños, en donde sigue siendo el mayor imperio de la historia de la humanidad.

Pero los mercados no se basan en sueños, sino en contantes y sonantes realidades. Si los números no dan, la confianza en la conducción económica del Reino Unido se evapora como si fuera Turquía o cualquier otro país emergente que apueste contra su propia moneda. 

Y es esa moneda, con la efigie de la llorada Elizabeth II, la que ya no es lo que fue alguna vez. Inexpugnable hace un siglo, la libra es hoy tan mundana como el Real brasileño o la Lira turca: una divisa vulnerable si no se protege con políticas fiscales y monetarias prudentes. Los conservadores ingleses piensan, por alguna razón, que la Libra es el dólar, y que todo mundo está dispuesto a pagar lo que sea por tenerla entre sus manos. Pero más temprano que tarde se darán cuenta de una sencilla verdad: dólar sólo hay uno, las demás son monedas mortales. Incluida la Libra Esterlina.