No es fácil ser Jerome Powell estos días. De la decisión del presidente de la Reserva Federal depende en buena medida la suerte de la economía global. Si acierta logrará controlar la inflación con el menor impacto sobre el empleo y la actividad. Si falla, ni controlará la inflación, ni evitará una recesión económica intermitente en los próximos años. El problema es que su elección es muy difícil. Se trata de elegir el veneno que vamos a ingerir. No hay solución indolora. Debe de subir las tasas de interés para controlar la alta inflación que sufrimos, pero al hacerlo implicará una contracción económica. Lo peor sería ignorar que no existe una solución de costo mínimo. Algo que Wall Street le quiere hacer creer a la Fed, y al público.
Esta Fed ya se equivocó una vez, con un costo altísimo para la economía de la mayoría de los países al demorar en su estrategia para controlar la inflación, pues consideró en sus inicios que era un repunte temporal. No sería inédito entonces que se equivoque de nuevo, cediendo a las presiones de Wall Street quien le exige que comience a reducir las tasas lo antes posible; y de no ser posible recortarlas, que deje de subirlas; y de no ser posible interrumpir las alzas, que al menos reduzca muy pronto el ritmo de incrementos para evitar que los precios de las acciones, junto con el resto de activos financieros, sigan cayendo como lo han hecho este año.
A Wall Street no le gustan las tasas de interés altas. Los inversionistas están muy mal acostumbrados. Los precios de las acciones en las bolsas trabajan bajo el supuesto de más de dos décadas de réditos extremadamente bajos provenientes de una voluptuosa inyección de liquidez por parte de los bancos centrales, así que ahora que éstos amenazan con retirar el dinero barato con el fin de controlar la inflación, las bolsas están exigiendo, chantajeando con el apocalipsis financiero si las tasas suben hasta donde deberían de subir para controlar el alza de precios.
La discusión de hasta dónde debería de subir la tasa de interés es muy intensa. Pero más allá de cualquier teoría hay una evidencia histórica. En todo período inflacionario en el pasado en Estados Unidos, la inflación sólo cedió cuando la tasa de interés superó a la tasa de inflación. Eso es un hecho, no una hipótesis.
Para que lo anterior se cumpla, aún falta rato. La tasa de fondos federales (fed funds) de EEUU se encuentra en 3.25 por ciento, mientras que la inflación de los últimos doce meses es de 8.2 por ciento. Claramante quien ha invertido en bills estadounidense ha perdido en términos reales en el último año. Pero ya lo pasado, pasado. Lo perdido ya no aparece. Veamos hacia adelante, pues es lo que importa en términos de lo que la Fed debe de hacer.
Supongamos que Powell y todos nosotros, tenemos mucha suerte y la inflación de los próximos doce meses se reduce a la mitad, a 4 por ciento. De acuerdo con la historia eso ocurrirá porque la tasa de interés superó a la inflación (el promedio ha sido de cerca de un punto porcentual), lo cual implicaría tasas de la Fed de cerca del 5 por ciento. Dado que en este momento estamos en 3.25 por ciento, aún faltaría subir, en este caso relativamente optimista, cerca de 175 centésimas.
La pregunta importante en este caso es ¿Podrá aguantar Wall Street 175 centésimas de incremento de tasas sosteniendo los actuales precios? O alternativamente: ¿tendrá la Fed la visión y el temple para subir esos 175 puntos a pesar de que Wall Street se derrumbe en algún momento?
Las bolsas de valores, mal acosumbradas a vivir de exceso de liquidez y de dinero barato, están apostando a que la Fed no subirá esos 175 puntos. Apuesta a que, temerosa de causar un quebranto en el sistema financiero, o una severa recesión, o una reacción adversa por parte de los políticos y la opinión pública, se detenga antes, mucho antes, y no alcance ese umbral necesario históricamente para controlar la inflación.
A los inversionistas no les preocupa la inflación tanto como a la Fed. Muchas de las empresas que cotizan en bolsa son justamente las que están aumentando los precios de los bienes y servicios. A las empresas les preocupará la inflación cuando a sus clientes ya no les alcance para comprar lo que compraban, y porque la Fed está subiendo las tasas de interés, así que Wall Street no es un aliado natural en el combate contra la inflación.
Para la Fed en cambio, es su mandato más íntimo. Mantener a la inflación dentro de su objetivo de 2 por ciento es su principal objetivo, pues dentro de ese margen, buscará el crecimiento máximo. Una inflación baja es su principal objetivo. O debería de serlo.
Ya a nadie sorprende este juicio. La Fed se equivocó garrafalmente al juzgar como transitoria una inflación que ha sido much más terca de lo que se pensaba. Falló terriblemente en cumplir con su mandato de inflación baja dejando que esta se disparara a su nivel más alto en cuarenta años, comenzando a subir tarde y lentamente sus tasas de interés.
¿Volverá a fallar al no subir las tasas con la velocidad, hasta el nivel, y por el tiempo suficientes para que la inflación descienda de 8.2 por ciento a 2 por ciento en los próximos 12-24 meses? Wall Street está apostando a que fallará de nuevo. A que le temblará la mano, relajando las condiciones monetarias antes de que logre bajar la inflación. Apuesta a que le importará más la opinión pública o el crecimiento antes que cumplir cabalmente su mandato.
A Wall Street lo único que le interesa es seguir subiendo. Ese es su mandato. El de la Fed debería de ser el de mantener la inflación bajo control, independientemente de para donde vaya Wall Street. Pero el ex jefe de la Fed, Alan Greenspan, en un contexto de inflación baja, decidió que la salud de Wall Street era también la salud de la economía, pudiendo darse el lujo, él y sus sucesores, de rescatar a los mercados bajando las tasas e inyectando liquidez cuando fue necesario. Nadie puede culpar entonces a los mercados de haberse acostumbrado a la mala vida del dinero barato.
En esta encrucijada la Fed debe decidir si hará lo necesario para controlar la inflación, al costo que sea, o si suavizará su postura para evitar costos económicos y políticos que no puede tolerar. Entre esos extremos la posiblidad de volverse a equivocar es muy alta. La Fed está entonces en riesgo de quedar como en aquél verso del bello soneto de Miguel Hernández: “terca en su error, y en su desgracia, terca”.