China es la fábrica del mundo. Una gran parte de nuestros utensilios cotidianos tienen la leyenda “Made in China”. Pero el producto de exportación más reciente del dragón chino no es ni un mueble, ni una vajilla: es deflación. En la cartera de los banqueros centrales del mundo quizá lleven una foto cariñosa con la imagen de China, quien súbitamente se ha convertido en la mejor aliada en contra de la complicada inflación occidental, pues directa e indirectamente, el coloso asiático está poniendo presión a los precios, pero en la dirección contraria.
Las razones por las cuales China está exportando deflación al resto del mundo no son halagüeñas, pero al menos de corto plazo, son bienvenidas, pues están ayudando a que la complicada inflación que irrumpió por el mundo en 2021 comience a ceder con más rapidez de lo que se esperaba, y como lo mostraron los datos de la semana en Estados Unidos, ha enviado a las cifras anuales en dirección a los objetivos de la Reserva Federal.
La inflación anualizada al consumidor en China es de 0.1 por ciento, mientras que la inflación al productor es negativa, señalando que la gran fábrica del mundo enfrenta deflación a la hora de adquirir sus insumos y, por tanto, está creando condiciones para que la inflación de los consumidores sea incluso menor en los próximos meses.
Escarbando en los números, algunos sectores muestran caídas más profundas: la carne de puerco, por ejemplo, un básico de la dieta china, vio una reducción de sus precios de 7.2 por ciento, mientras que en los sectores de transporte (-6.5 por ciento) y bienes no alimenticios (0.6 por ciento) hubo también caída en los precios por quinto mes consecutivo.
Algunos especialistas sugieren un paralelismo entre lo que está ocurriendo en China en este momento, con lo que ocurrió en Japón de los 1990 a la fecha, en donde la economía ha estado en una trampa deflacionista con bajo crecimiento económico.
No parece ser el caso, a pesar de que en ambos casos existe el antecedente de una burbuja inmobiliaria, la desproporcionada euforia financiera de Japón de los 80 fue muy superior al disparatado mercado de bienes raíces chino, cuyo desinflamiento se encuentra en la base del actual malestar de la economía del dragón oriental.
China está sufriendo ahora las consecuencias de las decisiones tomadas hace casi quince años, cuando para enfrentar la severa crisis de 2008-2009 que hundió a las economías occidentales, el liderazgo de aquél país decidió deliberadamente incentivar una inversión descomunal en el sector inmobiliario, literalmente construyendo ciudades nuevas enteras para albergar a los millones de ciudadanos que estaban emigrando del campo a la ciudad para emplearse en las fábricas que surten de cosas al resto del mundo.
Tal estrategia funcionó en ese momento, aislando a China de la gran recesión global, pero quince años después, el exceso de inversión inmobiliaria se refleja en caída en las propiedades, y en el deterioro progresivo del valor de los activos bancarios, lo cual a su vez petrifica la dinámica de crédito en el país. Dado lo anterior, China enfrenta una deflación muy complicada: la de activos, que se está traspasando recientemente a los bienes y servicios.
Por lo anterior, China está exportando deflación al resto del mundo por dos vías: de manera directa, al reducir los precios de los innumerables artículos que produce en su suelo y que vende al exterior; y de manera indirecta, al estar su economía creciendo en niveles inesperadamente bajos desinfla la demanda de materias primas y energéticos, por ejemplo, del gas, desplomando sus precios y ayudando a que los precios de la energía se colapsen en todo el planeta.
Al menos por el lado del combate contra la inflación, la debilidad económica china es una buena noticia, pues los factores antes mencionados son una inesperada y favorable sorpresa para los índices de precios de las economías occidentales, en donde los indicadores de junio presentaron lecturas menores a las anticipadas.
Pero, así como abusar de una medicina puede tener efectos nefastos, así como demasiado de lo bueno puede ser malo, que la inflación mundial esté bajando porque China está enfermita no es una buena noticia del todo. Sería bueno que la inflación bajara al tiempo que China esté creciendo, porque el estancamiento económico de ese país puede conjugarse con un punto de inflexión en los Estados Unidos y complicar aún más el escenario.
Gracias al gigantesco estímulo fiscal y monetario de Estados Unidos y Europa durante la pandemia, y respondiendo también a la enorme productividad y flexibilidad de nuestros vecinos, apoyados en un acelerado cambio tecnológico, la economía estadounidense ha logrado hasta el momento capotear el alza más agresiva de las tasas de interés de las últimas cuatro décadas sin caer en una recesión.
Pero según algunos indicadores el efecto del estímulo está pasando, y los mayores costos financieros acabarán produciendo el resultado lógico: una desaceleración del empuje económico estadounidense. Si a lo anterior añadimos el malestar económico chino, tenemos algunos ingredientes para que la economía global detenga su dinamismo en los próximos meses.