Las bolsas de valores suelen ser muy pragmáticas en términos políticos. Por ejemplo, a pesar de que muchos banqueros e inversionistas deploran lo que califican como “políticas de estado intervencionista” de Joe Biden, incluyendo su muy estratégica política industrial, el año 2023 fue uno de los mejores en tiempos recientes para Wall Street, y la economía da muestras de una resistencia insospechada, inmune a los múltiples choques que la han afectado de la pandemia de Covid a la fecha. Vale la pena tener presente lo anterior ahora que los Estados Unidos se encamina a su elección más importante desde la segunda guerra mundial.
Si las elecciones fueran hoy, probablemente el ganador sería el inefable Donald Trump, quien, a pesar de haber sido desaforado como presidente en dos ocasiones y de enfrentar múltiples acusaciones y procesos legales, ganaría una mayoría suficiente en el colegio electoral para convertirse de nuevo en presidente, a pesar de perder por millones de votos de diferencia el voto directo.
¿Cómo es posible que la democracia estadounidense, pregonada como ejemplo mundial, esté a punto de elegir, de nuevo, a un subvertidor de la democracia misma, a alguien que el 6 de enero de 2022 incitó a un golpe de Estado para evitar entregar el poder que había perdido en las urnas?
Si Donald Trump no está preso por sedición es porque: uno, tiene el dinero suficiente para montar una defensa legal de sus crímenes, en un país en donde la justicia y la política son muy sensibles al dinero; y dos, porque el estabilshment de ese país teme que encarcelándolo podría desatar una violencia civil que acabe por fracturar el delicado balance social, político y racial que tensa desde hace unas décadas la vida de nuestros vecinos.
Más aún, una parte importante de ese establishment comparte la fobia anti-intelectual, anti-globalista, racial y anti-democrático del millonario fascista. El partido republicano, respresentante de esa parte de la élite del poder estadounidense, ya no es el partido de Reagan, ni de Bush: conservadores globalistas, sino que Trump lo ha convertido en un objeto de su culto personal con una agenda aldeana, racista, dictatorial, anti-intelectual y contra las libertades civiles y religiosas.
La deriva autoritaria del partido republicano viene de tiempo atrás, con el crecimiento a lo largo de las últimas décadas de denominaciones como el “tea party”, o los “freshmen”, alimentados por los poderosos grupos cristianos, aquellos ligados a los supremacistas blancos, y a los intereses económicos afectados por la lucha contra el cambio climático, que fueron ganando terreno en ese partido a las familias y grupos conservadores tradicionales, como los Reagan, los Bush, los Macain, etc. ligados a las élites protestantes educadas.
La adopción mutua de Trump y la extrema derecha estadounidense es un matrimonio de conveniencia. La derecha intolerante necesita un líder cínico, sin medias-tintas intelectuales; y Trump precisa de una corte de aduladores que satisfaga su preligroso ego. Trump está dispuesta para ello a conceder su apoyo a causas que él no comparte, como el aborto o el matrimonio igualitario; a cambio la extrema derecha religiosa acepta un líder descaradamente corrupto, infiel a su familia, mentiroso y ruin.
Trump y el partido republicano, quienes se adueñaron de la mayoría de la suprema corte y del sistema judicial durante los cuatro años de su presidencia, están dispuestos a violentar la mayoría del voto popular mediante la estrategia de ganar los colegios electorales estatales suficientes para repetir en el ejecutivo y asestar el golpe definitivo a las cortes y al diseño de los distritos electorales en favor de los republicanos.
Lo que está en juego en la próxima elección en Estados Unidos es la sobrevivencia de su democracia. No es una exageración. Como lo dice Larry Summers, el avezado ex secretario del Tesoro de ese país, y uno de los economistas más respetados del mundo: será la elección más importante desde la segunda guerra mundial, en la que se definirá si ese país será un país de leyes; o una nación en donde un criminal que ordena un ataque contra el Congreso no sufre consecuencia alguna, sino que por el contrario, el premio a su sedición es la reelección.
Las palabras de Summers fueron dirigidas explícitamente a un público especial: los presidentes de las empresas estadounidenses. La advertencia fue muy nítida: no se trata de negocios o de dinero. No se trata de si los demócratas favorecen un mayor gasto público y los republicanos bajan los impuestos.
Summers fue muy claro: Trump quiere comprar a los empresarios con la promesa de menores impuestos a cambio de una agenda de extrema derecha que implicaría la dictadura de un tirano egocéntrico acostumbrado a romper la ley y a comprar la justicia a billetazos.
Wall Street suele ser indiferente a la alternancia entre demócratas y republicanos. Sube siempre en el largo plazo. Pero esta ocasión, quizá si sea diferente.