Alimentar a siete mil millones de personas en un planeta cada vez más caliente, y con una dieta cada vez más basada en proteína animal será cada vez más difícil. Y si a eso agregamos que la tierra agrícola está siendo devorada por la especulación inmobiliaria, la mezcla de causas lleva a un efecto claro: los alimentos serán cada vez más caros. En más de una medida.
La invasión de Ucrania por Rusia, dos de los mayores productores de alimentos del mundo sólo agravó una tendencia secular, pues el calentamiento global y la sequía han reducido los rendimientos agrícolas y producido un incremento sostenido de los precios de muchos víveres esenciales.
Los precios de los cereales, de granos como el cacao y el café, del azúcar y del jugo de naranja, entre otros, se han incrementado de manera consistente durante las últimas dos décadas. A pesar de lo anterior, los índices de precios de los alimentos, que incluye tanto frescos como procesados, han permanecido relativamente contenido y estables. La razón no es misteriosa, pero si preocupante: al tiempo que los alimentos frescos aumentan de precio, el de los procesados disminuye, resultando en un comportamiento bastante moderado del costo de la alimentación a la población.
Pero detrás de esa dinámica hay un costo distinto. Cada vez comemos más alimentos procesados, los cuales se han abaratado en precio, pero también en calidad nutrimental. Para producir comida crecientemente barata la industria debe de usar ingredientes que, no únicamente no nos nutren, sino que producen males crónicos entre la población. Ingredientes como las grasas, el azúcar, y la industrialización de la proteína animal han masificado la alimentación con el fin de abaratar la dieta moderna.
Lo anterior ha compensado, en el nivel de precios generales, la inflación de los alimentos frescos, pero la tendencia al alza en este sector no parece detenerse, y podría incluso agravarse ante la evidencia contundente de un planeta cada vez más caliente, seco y salino, acompañado del engullimiento de la tierra agrícola por las machas urbanas.
El proceso anterior está teniendo otra consecuencia: el incremento sostenido en los precios de las tierras agrícolas. Será un error pensar que la superficie agrícola es inelástica, no renovable, fija. Por supuesto que la frontera crece, pero a costa de la Amazonia, de los bosques y las selvas, de nuestra decadente reserva biótica. El costo de aumentar la superficie agrícola es perder las plantas y animales que sostienen el equilibrio ecológico de nuestro planeta.
Pero la superficie agrícola se está reduciendo más rápido que la tasa de deforestación, así que el resultado es el incremento en los precios de la tierra agrícola de manera constante en los últimos años. Y allí donde hay algo cuyo precio monta sin descanso, aparece siempre Wall Street.
La compra de tierra agrícola por parte de fondos de inversión es cada vez más común, si bien la cantidad de hectáreas en sus manos es aún reducida respecto de las prevalecientes posesiones privada o comunal. El cambio tecnológico, (pensemos en la posibilidad, ya existente, de producir carne de res a escala industrial a partir de células madre de manera artificial), podría cambiar la tendencia aquí descrita y desincentivar la tala del Amazonas o de la selva baja de Tabasco para criar ganado.
Pero mientras lo anterior no se materialice, las presiones de costos y precios de mediano plazo para los alimentos frescos y la tierra agrícola estarán presentes, y el calentamiento global sólo empeora las cosas.
En este espacio hemos destacado, de forma separada, la dinámica reciente de los precios de víveres como el café, el cacao, el azúcar o el aguacate. Hemos publicado columnas individuales sobre ellos. Viéndolos en su conjunto, sin embargo, las semejanzas brotan: los rendimientos, cuyo crecimiento había sido una característica tras la aplicación de la tecnología a la agricultura el siglo pasado, se han estancado, o están cayendo como resultado de las mayores temperaturas y las más largas sequías.
Contrapesando esta tendencia a víveres frescos más caros se encuentra la de alimentos procesados más baratos. La carne de pollo es cada vez más barata porque estas aves son más gordas y pesadas debido a las condiciones en que se crían. El salmón es cada vez más asequible por su producción en granjas. La carne de res es más económica a costa del Amazonas.
Pero el impacto de la calidad de dichos alimentos sobre nuestra nutrición y bienestar puede tener un costo que supere incluso, al de la inflación, pues podemos pagarlo con años de vida y con nuestra salud.