sábado, 2 de noviembre de 2013

Mujeres Que Amé y No Me Amarán VI: Sofía Loren

En “El Zahir”, Borges usa una moneda común y corriente, para ilustrar una parábola: lo de algo que es imposible olvidar. La parábola de Borges es clara y explícita: algo inolvidable es algo que es imposible dejar de recordar en todo momento, es decir, una obsesión intolerable.

Borges dice en esa cuento que el Zahir, un objeto que es imposible olvidar, puede ser una moneda, pero también el fondo de un pozo en una judería; un astrolabio de Nadir Zah; una pequeña brújula en las prisiones de Mahdí, un Tigre. El Zahir, ese objeto imposible de olvidar un segundo en la vida, puede ser cualquier cosa, nimia o magnífica.

El Zahir puede ser por ejemplo, Sofía Loren.


Romana, abandonada por su padre y criada por su madre con esfuerzos propios de una película italiana, a los 14 años Sofía gana un concurso de belleza y de allí, gradualmente hasta su explosiva entrada a Hollywood, la bellísima se convierte en una de las presencias más fulgurantes del cine mundial.

Yo la he visto en muchísimas películas: con Mastroiani en la poderosa, “Una giornata particulare”; en “The Cassandra Crossing” en donde su breve prescencia apabullaba a sus coestrellas estadounidenses; en “The Countess of Hong Kong” de Chaplin.

Sofía Loren es un hexámetro latino, es una tránsfuga de algún enredo erótico del Olimpo, es una estatua encarnada, es un monte divino.

Mujeres van y vienen en el cine, pero como en la metáfora borgeana del Zahir, la imagen perfecta de la Loren produce ese mal incurable: la obsesión intolerable. Quien la vio alguna vez, no podrá olvidarla nunca.


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