domingo, 13 de diciembre de 2015

“Envía Al Coche Por Los Niños A La Escuela”

Un buen día inventamos las ciudades. Nos dimos cuenta de que era mejor vivir juntos que separados, y que había muchas ventajas, para protegernos y económicas, en vivir muchos de nosotros uno junto al otro. Las ciudades se hicieron entonces para que pudiésemos caminar por ellas, y luego para que paseáramos en caballos, pero el Siglo XX trajo una transformación radical: las ciudades se adaptaron para esa creación revolucionaria: el automóvil, la cual transformó para siempre a las ciudades de los hombres, forzándolas a adaptarse para mejorar su circulación y resguardo.
El auto cambió a las ciudades, pero el auto está a punto de cambiar.
La palabra automóvil se explica sola, es un móvil que se mueve solo. Pero tal autonomía es relativa. Le llamamos automóvil porque no es tirado por caballos u otras bestias, pero debemos conducirlo, debe de haber uno de nosotros tras el volante. Pero a juzgar por las noticias estamos a punto de que el automóvil cumpla lo que su nombre ofrece: moverse sólo.
El auto sin conductor, que nos lleva a nuestro destino sin que lo conduzcamos, es ya técnicamente factible, y un modelo comercial probablemente esté disponible en el curso de las próximas dos décadas, y cuando eso ocurra nuestra vidas cotidianas cambiarán de maneras que aún no podemos imaginar (¿podremos enviar a nuestros autos a recoger a nuestros hijos a la escuela?). Pero a la par de nuestras vidas, las ciudades en las que vivimos y morimos cambiarán de manera radical.
Para que el auto sin conductor sea comercialmente viable y sea un estándar en nuestra vida diaria, las calles y avenidas que hoy conocemos deberán de transformarse por completo para convertirse en una pista de nodos de conexión conectados al automóvil que se retroalimentarán respecto de las condiciones del camino, de las condiciones del auto, de las condiciones del tráfico, respecto de la velocidad y los destinos de cada uno de los vehículos.
Nuestros arbotantes, la red eléctrica y de comunicaciones, todas esas redes unidimensionales que subtienden nuestras ciudades, deberán de metamorfosearse en una gran computadora para poder coordinar el flujo de los millones de autos sin conductor que poblarán nuestras metrópolis: los segundos pisos que circundan el Valle de México, la larguísima Avenida de los Insurgentes, y quizá más tarde la autopista México-Querétaro, la carretera panamericana, la dylaniana Highway 61, todas deberán de ser densos nodos de interconexión entre el auto y la infraestructura tradicional para podernos transportarnos a nuestros destinos sin tener que conducir. La transformación de nuestras ciudades, y en general de la infraestructura que ahora conocemos será inédita e inconcebible, pero va a llegar, y más pronto de lo que creemos.
La transformación no va a parar allí. Hasta hoy nuestro auto es un refugio en donde podemos aislarnos de la economía moderna. Cuando conducimos estamos solos frente al camino, no podemos distraernos y si vamos en la carretera no puede alcanzarnos ni el radio cuyo alcance está limitado a la cercanía con la estación. Estamos lejos de los anunciantes y de los medios. Pero si nuestro auto está tan conectado que podrá ir recibiendo y transmitiendo información al ir por el camino, nosotros viajaremos conectados con videos, sonido y datos como si estuviéramos en nuestra oficina o nuestra casa, acabando con ese último reducto en donde hasta ahora necesariamente tenemos que estar desconectados.
El automóvil pleno es quizá el ejemplo más notorio de lo que los tecnólogos llaman “la internet de las cosas”. Hasta ahora el internet y las tecnologías de información han servido para conectar sobre todo a los consumidores, a los habitantes de este mundo globalizado gracias a la conectividad de todas las computadoras y dispositivos móviles  del planeta. Pero el siguiente paso es conectar a las cosas: a nuestros autos, a nuestros transportes en general, pero también a nuestra fábricas, a los electrodomésticos para que se coordinen, a los semáforos y arbotantes de la ciudad. De acuerdo con algunas estimaciones el número de objetos conectados (en este momento sobre todo nuestras computadoras) pasará de cinco mil a 21 mil millones en la próxima década, implicando una explosión en la capacidad de conectar, procesar y almacenar datos que no podrá ser cubierta por la infraestructura existente y requerirá un enorme esfuerzo por parte de las corporaciones y los gobiernos que deberán de adecuar sus presupuestos y leyes, respectivamente para hacer frente a esta multiplicación de la infraestructura que deberá de conectar las cosas a través de la internet…en el largo plazo.


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