sábado, 11 de febrero de 2017

Los Óscares Y El TLCAN: El Arancel Iñárritu

En los últimos tres años el Óscar, el premio cinematográfico más valioso del mundo, ha sido ganado por dos mexicanos: Alejandro González Iñárritu y Alfonso Cuarón, y los tres últimos Óscares a la mejor cinematografía han sido ganados por otro mexicano, Emmanuel Lubezki. Todos acompañados por una tropa de mexicanos que producen películas en inglés para un mercado global. La estrella de la última película de la saga de Star Wars, la más exitosa de la historia, es el mexicano Diego Luna. ¿Son películas mexicanas o estadounidenses?
Los últimos tres años entonces Hollywood, el epítome de la dominación cultural estadounidense, ha sido dominado a su vez por los mexicanos. Lo que ellos producen allá, es mexicanos o estadounidense. ¿o tiene caso hacerse esa pregunta? Si no existiera Donald Trump la pregunta no vendría al caso: los suyos son productos de Norteamérica. Pero dado que Trump y sus aldeanos van a acabar con el Nafta, vale la pena reflexionar si a Alejandro Gonzalez Iñarritu, al “chivo” Lubezki y a Alfonso Cuarón les van a cobrar 20% de impuestos adicionales, pues en sentido estricto, son exportaciones mexicanas a los Estados Unidos.
Si Donald Trump quiere imponer aranceles de 20% a las importaciones mexicanas, en realidad acabará imponiéndola a productos que quizá sean mayoritariamente hechos en los Estados Unidos. Si los mexicanos queremos protestar contra la furia racista de Trump boicoteando la compra de productos estadounidenses, quizá acabemos dejando de comprar productos que en realidad fueron hechos en México. Durante los últimos años la manufactura ha hecho que no existan bienes producidos en México o Estados Unidos, sino hechos en Norteamérica. Gravar a uno o a otros será contraproducente.
Tomemos un carro producido en Saltillo, Coahuila, uno de los centros automotrices más importantes del continente. Cuando una camioneta de General Motors se termina de ensamblar en una de las plantas del lugar, sus partes y componentes atravesaron la frontera varias veces para irse completando parcialmente hasta el ensamblado final en la capital coahuilense. Imponer un arancel de 20% a las importaciones mexicanas implicaría que esa camioneta final sería gravada varias veces antes de su ensamble final, lo cual sería muy ineficiente en términos fiscales.
Pero más allá de esa ineficiencia fiscal hay un problema más complejo. Esa camioneta salida de una planta de Saltillo, y cuyo contenido en términos de valor sea quizá más de 50% estadounidense, al ser gravada como mexicana en realidad tendría el mayor impacto en las fábricas estadounidenses que enviaron las partes para el ensamble final en México. Esa camioneta de GM salida de la planta de Saltillo es en realidad una camioneta estadounidense: ¿Por qué gravarla con un 20% adicional?.
Algo similar ocurre con marcas estadounidenses en México. El valor de un café hecho en el Starbucks que está en la esquina de mi casa, de donde soy parroquiano, puede ser desagregado peso a peso: desde el costo del café, el agua, la renta del local, el pago de la franquicia y el pago de la mano de obra que lo produce en la barra. Casi seguramente la parte más importante del costo es el pago de la mano de obra, el pago de la renta, la operación y el mantenimiento del local, y el pago de impuestos. Quizá el pago de la franquicia a su matriz en Estados Unidos sea el componente más importante, pero la suma del valor de los componentes producidos y pagados en México de ese café que me bebo es muy seguramente superior a lo que acaba yéndose a los Estados Unidos.
Así como la camioneta mexicana que sale de la planta de Saltillo es mayoritariamente estadounidense, el café estadounidense que me bebo en División del Norte y Coroco, preparado por Andrés o Arturo es un café mayoritariamente mexicano.

Los ejemplos abundan: las computadoras, las televisiones, los aviones, la ropa de moda, los automóviles, las lavarropas, y una multitud de servicios son producidos en una red geográfica que abarca toda Norteamérica, y que es muy difícil segregar para propósitos fiscales. Acabar con el Nafta no sólo es una pésima idea de Trump y sus aldeanos, es brutalmente ineficiente y cualquier estructura fiscal que intente gravar bienes y servicios de la región como provenientes de un solo país será enormemente complicado. También es no saber en dónde está parado el Donald: sin nosotros, los Estados Unidos no serían ni la mitad de lo que son.

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