domingo, 14 de mayo de 2017

La Ruta De La Seda Vs El Muro de Trump

Si quisiéramos adivinar cómo será el próximo milenio (si no destruimos nuestro planeta antes), consideren lo siguiente: Donald Trump quiere construir un muro para aislar geográficamente a los Estados Unidos. Xi Jiping, el líder chino, quiere reconstruir la “ruta de la seda”, aquella milenaria senda de las caravanas que cruzaba desde Portugal hasta China, conectando Europa y Asia. Trump quiere encerrarse, China está abriendo los continentes a billetazos. Súbitamente la estafeta de la globalización está cambiando: de Washington a Beijing. Y la historia muestra quien será el ganador en el largo plazo.

La semana pasada, mientras Trump despedía al jefe del FBI y se enclaustraba más en su cascarón aislacionista, Xi hospedaba a 29 jefes de Estado, desde Vladimir Putin hasta Recep Erdogán de Turquía, para anunciar su iniciativa de conectar con caminos, rieles, aeropuertos y comunicaciones, todo el macizo geográfico de Eurasia y África, aportando los chinos un chequecito de 125 mil millones de dólares.
Mientras Trump está más ocupado en poner a un vasallo leal en el FBI, olvidando su plan de infraestructura, con la excepción del muro con México, Xi abre la chequera para financiar una vastísima red de infraestructura para reconectar decenas de naciones e integrar a la globalización a los tres continentes.
La jugada contra la hegemonía estadounidense es muy astuta: mientras los estrategas estadounidense esperan el enfrentamiento con China-Rusia en el Pacífico: en Corea del Norte o en el Mar del Sur de China, China-Rusia están tocándoles la puerta por el lado del Atlántico, llevando trenes, mercancías y servicios desde Vladivostok hasta Lisboa. Han decidido enfrentar la hegemonía norteamericana tomando el camino más largo. Pero quizá el más efectivo.
India ha respondido a la iniciativa China con alarma. No únicamente por que su milenario rival está articulando una nueva hegemonía ante el rechazo del mundo anglosajón a ejercerla, sino porque advierte que dicho plan implicará una montaña colosal de deuda para construir los proyectos que la conforman, y que dicho financiamiento resultará eventualmente en una catástrofe financiera.
El financiamiento de infraestructura es muy complejo, pues implica el gasto hoy y un retorno incierto en el muy largo plazo. Es muy fácil equivocarse. Es fácil hacer predicciones disparadas del futuro (que por definición es inescrutable) y decir que el enorme gasto que se realiza hoy será compensado con los beneficios futuros. El mundo, nuestro país, están repletos de ejemplos en donde el gasto presente resultó no ser compensado por mayores beneficios cuando el luminoso futuro proyectado resultó no ser tal. Y si, en ese caso, las deudas contraídas explotan y arrastran consigo economías enteras.
Pero si los proyectos se articulan bien, alrededor de rutas geográfico económicas que en el largo plazo coinciden con la demografía y la innovación tecnológica, el retorno puede ser incluso muy superior a lo esperado: la red de carreteras interestatal que unió a los Estados Unidos, la costosísima red de cables submarinos que llevan internet alrededor del mundo, el faraónico Canal de Panamá, la desecación del mar para crear un país entero que se llama Holanda, son ejemplos clarísimos de que un mega proyecto de infraestructura bien diseñado, ejecutado y operado, producirá un retorno a su financiamiento que de forma amplia compensará el enorme gasto realizado en el presente.
Vale la pena mirar la foto de esa reunión encabezada por China en donde estaban 29 jefes de Estado. No había ningún representante de los Estados Unidos. Todas esas naciones se estaban poniendo de acuerdo en como conectar el mundo, y la mayor potencia no estaba sentada a la mesa. Eso se llama un desafío, al cual Trump está respondiendo de la peor manera posible: aislándose.

Si la estrategia china resulta exitosa, entonces el nuevo milenio se parecerá mucho a como inició el  anterior: caravanas recorriendo Eurasia para intercambiar productos con el fastuoso imperio chino. A mediados del milenio pasado algo inesperado ocurrió: se descubrió un nuevo continente que acabó dominando el mundo al cierre del milenio. La China imperial fue incapaz de hacerle frente al nuevo emperador y se durmió durante casi quinientos años. Pero el viejo imperio ha despertado y aquello que sustentó la corte celestial: su enorme población, su genio inventivo y su ambición comercial, están haciendo que la historia mundial presencie una gigantesca vuelca de tuerca.

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