Wall Street, los banqueros en general,
tienden a ser conservadores: gustan de bajos impuestos y baja regulación pues
consideran que esa mezcla, receta conservadora, es buena para los negocios. Por
eso Wall Street sucumbió a Trump. Poco importa que, una y otra vez, se
demuestre que los mercados suben bajo presidentes demócratas y caen con
presidentes republicanos. Los banqueros pocas veces votan con la cabeza, y
suele ganarles el corazón. Pero los inversionistas son más cínicos: Trump les
importa poco, pues a pesar de los avatares del neoyorquino, los mercados siguen
ascendiendo.
Los inversionistas son una clase distinta
a los banqueros: son diversos e institucionales, y suelen no mirar las cosas
con pasión, sino con frialdad. Durante la larguísima campaña presidencial
estadounidense los inversionistas permanecieron en las laterales, cautos y
expectantes, hasta ver cómo se resolvía el peculiar dilema Trump-Clinton.
Durante más de un año los mercados subieron muy poco. Tampoco bajaron. Y cuando
la elección al fin arrojó un resultado, los mercados, aliviados, se dispararon.
La mayoría de los analistas explicaron el
alza de los mercados diciendo que lo mismo que los banqueros veían: un Trump
favorable a los negocios, lo vieron los inversionistas, y que por ello se
volcaron a comprar acciones tras la victoria del neoyorquino. Pero si la
expectativa del avance de una agresiva agenda pro-negocios de Trump hubiera
sido el catalizador del rally, entonces los mercados no estarían ahorita en los
niveles récord en que se encuentran.
Si los inversionistas hubieran apostado
por la agenda Trump ahorita los mercados estarían en el cadalso, pues el
impresentable neoyorquino ha sido incapaz siquiera de llenar los puestos
suficientes en el gobierno que necesitan ser confirmados por el congreso, ya no
digamos que ha sido incapaz de pasar una sola ley o reforma, por insignificante
que esta sea, en estos primeros seis meses al mando.
Y sin embargo, tras el patético fracaso
del millonario casinero en pasar la mínima reforma, los mercados han subido y
subido alcanzando alturas históricos, como si cada fracaso de Trump alimentara
alguna buena noticia secreta.
¿Están locos loe mercados? ¿Por qué están
celebrando el desfonde prematuro de Trump y su agenda? ¿Saben algo que nosotros
no sabemos?
La explicación parece ser bastante
sencilla: los negocios, a pesar de Trump, van mejor de lo que se esperaba, como
muestran las cifras de crecimiento de las ganancias de las mayores empresas de
los Estados Unidos. En los dos trimestres que lleva la administración Trump los
beneficios han crecido más de 15% en el primero y por encima de 10% en el
segundo. Por encima de las expectativas iniciales y sorprendiendo gratamente a
los inversionistas, quienes han visto cómo, mientras las bolsas ascienden a
nuevas alturas, ver caer frente a sus ojos a Trump al tiempo que miran las
ganancias pasar volando a las alturas frente a ellos.
Qué importa que Trump se desplome, si las
ganancias son más rotundas y afluentes de lo que se estimaba y por tanto
merecen precios cada vez más altos. Lo que Wall Street da, Trump no lo quita.
Nadie parece, en los mercados, estar lamentando la patética tragicomedia de la
administración Trump, pues esta se da en un ambiente en donde los beneficios
corporativos, con las petroleras a la cabeza, sorprenden a la alza.
De hecho la tasa de crecimiento de los
beneficios está creciendo al mayor ritmo desde 2011, un récord de casi seis
años, y las ventas están avanzando a un ritmo del 5% anualizado, con múltiples
sectores caminando más aprisa de lo originalmente proyectado. Dicen en Wall
Street: se sobreestimó a Trump, pero se subestimó la fortaleza de la economía,
y esa compensación ha propulsado los índices a nuevas alturas.
Nada de lo que Trump prometió y que
pareció gustarle tanto a los banqueros, se ha concretado: ni la reforma al
sistema de salud, ni la miscelánea fiscal, ni el paquete de infraestructura.
Poco importa a los inversionistas sin embargo: la economía se aceleró a 2.6% en
segundo trimestre, luego de avanzar 1.2% en el primer trimestre. Eso ha
alimentado un tranco más veloz de las ganancias y la perspectiva halagüeña
invade los mercados.
De corto plazo entonces la economía ha
dado lo que Trump no ha podido. Pero el entusiasmo suele ser volátil e
impredecible, y los factores de riesgo latentes pueden materializarse. Los
mercados por lo pronto celebran y seguirán celebrando: Obama dejó una economía
tan sólida, que ni siquiera Trump ha podido contra ella.