En castellano endrogarse es sinónimo de endeudarse. Curiosamente en nuestro idioma una droga y una deuda son sinónimos. La sinonimia es muy útil: la deuda, como la droga, ayudan a que el organismo vaya temporalmente más allá de sus posibilidades. Puede potenciar el desempeño. Pero abusadas, la deuda y la droga, pueden tener efectos colaterales devastadores. La deuda de la economía global es ya mayor que el PIB mundial, así que vale la pena un par de reflexiones al respecto.
El último reporte del Institute of International Finance (IIF), muestra que la deuda de la economía global es de 246.4 billones (millones de millones), de dólares, equivalente a 320 por ciento del PIB mundial. Si, el stock de deuda global es más de tres veces mayor que lo que se produce en el mundo en un año.
El mayor deudor del mundo son los gobiernos de los países desarrollados (y en el margen, el de los Estados Unidos), representando 109.1 por ciento del PIB mundial; seguido por los corporativos de los mercados emergentes (chinos sobre todo), que deben el equivalente a 92.6 por ciento del PIB global, mientras que los gobiernos de mercados emergentes deben el equivalente al 50.5 por ciento. Las empresas de los países desarrollados deben el equivalente al 90.7 por ciento del PIB.
Curiosamente las familias son las menos endeudadas, representando las de los países en desarrollo 38.8 por ciento del PIB; mientras que la deuda de las familias de países desarrollados equivale a 72.3 por ciento.
Las cifras son muy claras, de 2016 a la fecha, como nunca antes en la historia de la economía moderna habíamos estado, todos (gobierno, familias y empresas), tan endeudados, tanto en términos nominales, como en porcentaje del PIB.
La deuda interminable ha sido la forma en que los bancos centrales, los gobiernos, las empresas y las familias, optaron para salir de la terrible recesión de 2008-2009. En medio del colapso económico financiero de ese momento, las tasas de interés se recortaron al cero por ciento, se inyectó liquidez a manos llenas, se redujeron impuestos (y el déficit público resultante se cubrió con más deuda), y las empresas usaron deuda hasta para pagar dividendos a sus accionistas dado lo barato que está el crédito.
Lo irónico es que se usó el recurso del crédito para salir de una crisis causada precisamente por el exceso de crédito. La crisis de 2008-2009 fue en el fondo detonada por la incapacidad de pagar la deuda que las familias habían adquirido para comprar bienes raíces cuyos precios, luego de una inflación de muchos años, acabaron desplomándose, impidiendo el pago de los créditos usados para adquirirlos.
La solución en ese momento para levantar de nuevo a la economía global, fue la de reabrir la llave del crédito: para pagar los créditos que no se habían pagado, y para invertir y consumir de nuevo, rescatando a la economía global de una gran depresión. Quizá no había otra alternativa. Quizá fue lo correcto en esa circunstancia.
Lo cierto es que la dependencia renovada de la economía global de una deuda cada vez mayor nos tiene en este momento en un nivel históricamente alto de apalancamiento. Es tan grande la deuda en el mundo que estamos atrapados en una trampa: los bancos centrales no pueden subir las tasas de interés a niveles históricamente normales, porque el aumento en el costo de la deuda es tan severo, que inmediatamente impacta en los márgenes de ganancias y por ende en las expectativas de inversión.
La deuda es un poco más compleja de lo que parece. No es cierto que todas las deudas se pagan. Para alguien que vive un tiempo infinito (como los Estados y las grandes corporaciones), la deuda no se paga nunca. No se liquida, pero si se sirve. Y el acervo de deuda es tan grande, que por más bajas que sean las tasas, pronto comenzarán a presionar los márgenes de ganancias o las bases gravables que alimentan el balance fiscal de los Estados.
Si la deuda no se paga nunca, sino que se refinancia, como lo hacen la mayor parte de los países, entonces lo que importa es que el PIB crezca más rápido que la deuda. Y eso no ha estado ocurriendo.