domingo, 12 de noviembre de 2023

El Tiempo Si Regresa: Vuelve La Liberación de Ucrania

¿Por qué estudiar la segunda guerra mundial? Porque sus efectos fueron tan profundos que siguen reverberando en la economía y la geopolítica actuales. Basta recordar lo siguiente: la capital de Ucrania, Kiev, era liberada de las manos del ejército invasor hace exactamente ochenta años. Pero el invasor era la Alemania Nazi, y el libertador era el imparable ejército rojo, en donde ucranianos y rusos eran uno y lo mismo en el esfuerzo para recuperar el territorio de la entonces Unión Soviética. Podemos ignorarlo a nuestras expensas, pero el destino del mundo se ha decidido más veces en las llanuras del este europeo que en casi cualquier otro lugar del planeta.

Si a dos soldados del formidable ejército rojo, un ruso y un ucraniano, que en el invierno de 1943 estaban luchando contra los nazis por la liberación de la tercera mayor ciudad de la Unión Soviética, Kiev, les hubieran dicho que ochenta años después sus nietos estarán matándose el uno al otro por la misma ciudad, no lo hubieran creído nunca 

No únicamente Napoleón y Hitler. Desde las hordas mongolas, los hunos, los tártaros, todos los grandes imperios han puesto sus ojos sobre la vastísima y fértil llanura, cruzada por múltiples ríos, localizada entre los montes Urales y el Mar Negro. Esa zona incluye el cuerpo de agua dulce más vasto del mundo: el Mar Caspio, y ha sido por milenios, el granero que alimenta a millones de personas a lo largo de dos continentes.

La conquista de esas llanuras, desde hace siglos, por parte de las naciones eslavas, las convirtieron en una potencia global desde hace un milenio- Ya sea por separado, o agrupados por Rusia, las naciones eslavas han controlado el trigo, la cebada, el mijo, el ganado, los metales y minerales, que Europa y Asia necesitan. 

Los eslavos cuentan, actualmente, con alrededor de 200 millones de habitantes, repartidos en media docena de países. Historiadores y estrategas militares se han hecho por siglos la misma pregunta: ¿Cómo un pueblo de población relativamente tan modesta pudo controlar la mayor extensión territorial en la historia de la humanidad? 

Una forma de responder la pregunta anterior es, justamente, estudiar la historia de la segunda guerra mundial, especialmente en su parte más decisiva: el frente oriental, el infernal enfrentamiento entre el ejército nazi y el ejército rojo. En el primer año de la invasión, los nazis estuvieron a sesenta kilómetros de Moscú. Un año después lograron capturar el ochenta por ciento de Stalingrado. A pesar de las colosales pérdidas humanas y materiales, en el borde del colapso y la derrota, los eslavos lograron no únicamente detener a los nazis, sino que los derrotaron, los hicieron retroceder, y dos años después, tomaban Berlín, la capital del tercer Reich.

Los nazis aprendieron, a costa de su derrota, lo que los mongoles, árabes, griegos y franceses supieron antes: la resistencia de los eslavos a la adversidad; su capacidad de suplantar la estrategia militar por el sacrificio de vidas humanas; la ferocidad en el combate.

¿Qué pasa entonces cuando dos naciones eslavas se enfrentan? Lo que ocurre desde hace dos años en Ucrania: el estancamiento de las hostilidades. Más allá de la ilusión óptica de un enfrentamiento Rusia-Ucrania, estamos frente a una guerra civil. Putin arguye que Ucrania no es ni siquiera una nación. Los ucranianos podrían decir lo mismo de Rusia, cuyo origen histórico es justo, la Rus de Kiev.

Es normal que desde México miremos la situación en Europa del Este bajo la óptica europea/estadounidense. Es una región tan ajena a nosotros histórica y geográficamente, que necesariamente adoptamos la visión más cercana a nosotros. Pero si entendiéramos lo que los territorios ucraniano, bielorruso, ruso y cosaco significaron en la Segunda Guerra Mundial, y cómo los más de veinte millones de muertos soviéticos siguen pesando como fantasmas en el alma de las naciones eslavas, quizá ganaríamos precisión en la naturaleza y la perspectiva del conflicto.

En agosto de hace ochenta años, alrededor de la ciudad ucraniana de Kursk, se llevó a cabo la mayor batalla en la historia de la humanidad. Unos meses después, en noviembre de 1943, Kiev era liberada. Diecisiete meses después, el ejército rojo, formado por rusos y ucranianos, había avanzado 1,364 kilómetros, hasta el búnker de Hitler en Berlín. 

Ocho décadas después, el equilibrio geopolítico del mundo se define en las mismas tierras. Pero va más allá: los mercados de materias primas y el de energía son también afectados por la exclusión de dos de los mayores proveedores de insumos en el mundo, lo que está afectando la perspectiva de inflación en nivel global.

Estamos acostumbrados a pensar en el tiempo físico, el cual es una progresión lineal que no regresa más. Pero el tiempo histórico no es una línea recta, es más bien un rizo espiral que asciende: ochenta años después el destino de Eurasia se decide en las mismas llanuras, en las naciones eslavas. Como si ocho décadas no hubieran transcurrido nunca, y se abriera una puerta en el tiempo que nos conectara con la segunda guerra mundial, la cual nunca se ha ido.

 

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