domingo, 15 de enero de 2012

La Vergüenza de la Tarahumara: Atenuar El Hambre Es Lo Fácil

Para quienes somos de Los Mochis, y de allí p’arriba, los Tarahumaras son una imagen familiar. De Cuiteco para arriba, incluso a veces más abajo, los pobladores de la Tarahumara, una de las más bellas regiones del mundo, y una de las razones que más nos deberían de avergonzar como mexicanos, son comunes.

Este domingo, y gracias a las redes sociales, la dispersión de rumores de suicidios masivos de Tarahumaras (incluso el corrector ortográfico los ignora) súbitamente ha puesto en el centro de la indignación y de la acción de cientos, quizá miles de mexicanos, las condiciones humillantes en las que sobrevive esa etnia del norte de la República.

La reacción inmediata y encomiable ha sido la de reaccionar con el acto reflejo con que los medios masivos nos han enseñado a movernos cada vez que una desgracia ocurre: una solidaridad distante (pero efectiva), basada en el acopio de víveres, en depósitos en cuentas bancarias, en artistas que limpian su culpa de fama y fortuna con llamados de asistencia.

Ninguna de las acciones referidas en el párrafo anterior merece ser rechazada, incluso el más interesado de  los apoyos es bienvenido con el fin de acopiar víveres, frazadas, comestibles, medicinas e implementos para apoyar a los Tarahumaras.

Pero mitigar el hambre urgente de esa etnia es la parte fácil, de veras. La parte difícil no es el cómo menguar su hambre, sino cómo ayudarles a sobrevivir y a prosperar en una economía global cada vez más brutal y enemiga.

Yo soy un convencido de que la economía de mercado y las soluciones emanadas de ella, deben prevalecer en la inmensa mayoría de los casos. Estoy seguro que las políticas económicas y sociales que no se diseñan atendiendo a los incentivos creados por los mercados fracasarán en el mediano y largo plazos. Mi experiencia profesional me ha mostrado a lo largo de ya varios años cómo políticos tomados por modernos (¿les suena Carlos Salinas?) han diseñado políticas completamente insostenibles bajo principios de la economía de mercado y llevado a millones al desastre.


Pero el caso de las etnias indígenas de México es otra cosa, allí yo no veo cómo el mercado pueda ayudarnos a ayudarles. Allí yo no visualizo cómo vamos a ayudar a millones de descendientes de los pueblos originales de nuestro país a sobrevivir y a prosperar si no es mediante transferencias importantes de dinero durante mucho tiempo y una política que respete a sus costumbres y renuncie a incorporarlos a la modernidad: es decir, a que hablen castellano, a que entren a la economía Nafta, a que sean gobernados por nuestros partidos políticos.

Las etnias de México han renunciado a incorporarse a nuestra modernidad desde hace quinientos años: ha sido una decisión tanto como una exclusión, ellos han decidido mantener su civilización tanto como nosotros les hemos expropiado sus tierras, los hemos querido exterminar y mantenerlos apartado de nuestra vista.

Durante cinco siglos la brecha entre la modernidad y las etnias originales ha crecido, pero en estos años en que la tecnología y el comercio global han hecho de la competencia bárbara el estándar con el que se miden compañías, individuos y países enteros, la distancia entre lo moderno y la tradición de las etnias parece casi insalvable y entre muchos existe la tentación de resolver este asunto con el expediente de la inanición y el olvido.

La modernidad económica se sustenta en la competencia, nuestras etnias originales viven en y sobreviven por la cooperación. Nuestra modernidad capitalista basa el bien común en el egoísmo generalizado; entre nuestras etnias, el individuo es un subproducto de la comunidad. La modernidad económica y la civilización de nuestras etnias no pueden mezclarse, y esta insolubilidad amenaza con la extinción de los pueblos originales, que no encuentran inserción en el mercado global más allá de las artesanías, la cocina tradicional y el turismo ecológico, esfuerzos que son loables pero que no serán suficientes para que los pueblos tradicionales sobrevivan y prosperen.

En el caso de los Tarahumaras estos esfuerzos por insertarlos en la modernidad capitalista se ven dificultados además por el hecho de que su país ancestral: la Sierra Madre Occidental, es el terreno de acción de los mayores carteles del narco, para quienes las etnias no son otra cosa que carne de cañón.

Acabar con el hambre de los Tarahumaras por unos días o meses es la parte fácil. Los burgueses de izquierda como yo, que vivimos en Coyoacán o en la Condesa, nos movilizaremos y lograremos enviarles algunas toneladas de alimentos para ayudarles. Y eso no está mal. Nada mal. Al contrario, responderemos en la medida de nuestras posibilidades.

Pero lo difícil viene después. Incluso si alguna vez logramos rescatar a los Tarahumaras del secuestro en que los tiene el narco. ¿Cómo vamos a conciliar la modernidad con las tradiciones de las etnias?

Es necesario reconocerles la propiedad de vastas tierras, es necesario transferirles mucho dinero, es necesario tratarlos de manera distinta a como los trataría el mercado. Las políticas hacia nuestros pueblos originales es el límite de la mayoría de las cosas que me enseñaron, y que yo imparto en  Economía. Esa parte será la difícil.

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