sábado, 3 de marzo de 2018

El Populismo Del Norte Y El Populismo Del Sur

Un presidente baja los impuestos y aumenta el gasto incrementando el déficit de manera irresponsable; pregona que para solventar el problema anterior elevará la deuda pública; al mismo tiempo sube aranceles arriesgando un repunte inflacionario, y afrentoso vocifera una guerra contra sus socios comerciales; repudia los tratados comerciales que permiten el libre flujo de bienes, servicios y capitales; y promete cerrar las fronteras para proteger la industria local. Si ese presidente viviera al sur del Río Bravo se le llamaría populista. Pero como vive al norte la prensa especializada le llama a su agenda “pro-business”.
Si ese presidente viviera al sur del Río Bravo o en África, o en el sureste asiático, la moneda de ese país estaría hecha pedazos, mientras que durante el breve reinado de su alteza loquísima, Donald Trump, el dólar se ha fortalecido, debido a una razón muy sencilla: las tasas de largo plazo de los bonos estadounidenses han trepado debido a los mayores riesgos de inflación y a la perspectiva de un déficit mayor.
Los economistas clásicos conocieron muy bien este truco de los príncipes: el señoreaje. Como los señores emitían la moneda, al tenerla en sus manos le raspaban un poco del oro acuñado y de moneda en moneda juntaban para acuñar una nueva, convirtiendo su poder en la capacidad de crear dinero de la nada, solo por el hecho de ser el dueño de la moneda de uso corriente.
Donald Trump ha aprovechado descaradamente el señoreaje que implica que el dólar sea la moneda de reserva global y la más usada como medio de pago. No importa qué barbaridad diga, no importa qué afrenta económica o fiscal cometa, el resto del mundo querrá seguir conservando dólares (mientras no haya una alternativa mejor), y podrá salirse con la suya de manera temporal, salvo por un detalle: el mercado de bonos no le dará licencia.
Si bien el dólar podrá resistir la avalancha de barbaridades de Trump debido a su calidad de medio de cambio global; la inversión en bonos no será inmune. Warren Buffet tiene absoluta razón: en este momento las acciones de empresas de primera línea son un activo más seguro que los bonos emitidos por el gobierno de Trump.
Si usted compra bonos de Trump corre un gran riesgo: que los mayores déficits, los aranceles, y el sobrecalentamiento de una economía en sólida expansión que está comandando el neoyorquino sean erosionados por el despertar de la inflación, la cual se ha mantenido dormida los últimos treinta años. Dicha probabilidad, en una horizonte de diez o treinta años es muy alta. Si usted compra esos bonos de Trump a los actuales, altísimos precios, y los guarda para su retiro o la herencia de sus hijos o para su pensión, probablemente su patrimonio acabe echo pomada cortesía del irresponsable de la Casa Blanca.
A los mercados, especialmente a los de bonos, les gusta el libre comercio: alienta la competencia y eso mejora los productos y baja los precios. Trump desafía al libre comercio, repudia tratados y declara guerras comerciales, empezando con un producto icónico: el acero, extremadamente sensible a aranceles y subsidios. Cierto, los acereros chinos han inundado el mundo con productos subsidiados, con tal de darle salida a la producción proveniente de su exceso de inversión, pero los aranceles anunciados afectarán sobre todo a Europa, Canadá y Latinoamérica debido a su estructura de costos, y los chinos serán los últimos en sentir el golpe arancelario.
Europa respondió a los aranceles siderúrgicos de Trump prometiendo responder con la misma moneda, y su alteza loquísima disparó en twitter amenazando con poner aranceles a los autos europeos tan codiciados por los estadounidenses, incapaces de hacer máquinas tan perfectas como las alemanas. Si Trump cumple e impone aranceles a ese sector el resultado serán autos más caros y peores opciones para los consumidores del mayor mercado del mundo.

El inculto de Trump, irracional hasta al absurdo, está poniendo en riesgo un inusitado capítulo de crecimiento sincronizado global: todo está saliendo bien, casi todas las economías del planeta están creciendo de manera armónica y balanceada, basadas en el libre comercio y la integración económica. Pero su alteza loquísima, tratando de probar que nadie le es superior, blande su cetro enloquecido sobre el equilibrio económico del mundo, y puede interrumpir de manera inesperada y ridícula, uno de los períodos más balanceados de crecimiento de la historia reciente.

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