viernes, 26 de agosto de 2011

Elogio de Monterrey

Un forajido español en 1577 tuvo la extravagante idea de fundar, a la vera del desierto, y al filo de los bosques de la sierra madre, en el ojo de agua de Santa Lucía, una ciudad. Esa primera ciudad cayó, pero volvió a levantarse. Cayó de nuevo, pero una vez más y esta vez para siempre, se puso de pie, erigiéndose en 1596 como la Ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey.

Lo que la garra homicida del crimen no sabe, es que Monterrey está acostumbrada, no a caer, sino a levantarse. Que lo suyo no es la derrota, sino la conquista. No saben las fauces torvas del crimen que en Monterrey la catástrofe es alimento del que se nutre el esplendor. No saben que de la muerte esa ciudad ha sacado una vida cada vez más plena.



En algún momento entre los finales de los 50 y principios de los 60, una bella colegiala abandonó Monclova y se fue a estudiar la Normal Superior a Monterrey. Más de veinte años después, los hijos de esa colegiala viajaron desde Sinaloa hasta Monterrey para ir por su madre, quien había regresado a estudiar como bibliotecaria a la UANL.

Mi madre, mi tío Rubén, mi tía Silvia, mi tío Noé, estudiaron en Monterrey. Allí viven mis primos, mis primas, mis tías y tíos. Allí tengo amigos que estoy seguro que me quieren porque saben que a esa ciudad la quiero casi como ellos la quieren.

Nadie se merece lo que está pasando en el país. Ninguno de los crímenes que han ahogado a nuestro asombro ha valido la pena. Si la muerte es ridícula e inoportuna siempre, en estos años la muerte ha descendido a la nausea y al hartazgo. Nadie se merece este espinoso árbol de navajas sobre el cual andamos de rodillas en México. Nadie. Pero menos esa ciudad que brilla al costado del desierto, que fluye por los pies de las montañas, que se yergue presumida y ostentosa.

Si yo tuviera ahorita a mi lado a Monterrey, le diría, como grandes amigos que somos, que guarde su luto, que llore esta amarga desgracia, que sufra y se desgarre para poder encontrar el ojo de agua manso del consuelo. Pero le diría también que mire de aquí a cien años, cuando sea la reina absoluta del norte, y que se mire como ha sido siempre: chula como ella sola.

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