domingo, 31 de diciembre de 2023

Las Bolsas: Feliz Año Nuevo, Feliz Récord Nuevo

Cuando los mercados se comportan como en 2023 es difícil no preguntarse si la mano invisible verdaderamente existe. Si en realidad existe un mecanismo fantasmagórico y consciente que dirige los precios de los activos para teatralizar y convencer al público de la precisión del mecanismo de mercado. Después de sufrir en 2022 uno de los peores años de la historia, sorpresivamente las bolsas regresaron con furia en 2023, y en el último día hábil el índice más importante concluyó a un suspiro de un máximo histórico, a una micra de implantar un récord. Como si fuera una coreografía planeada de antemano por Hollywood. 

El índice más importante de todo mercado, el S&P 500 cerró la última jornada y el año a un tris de un nuevo nivel máximo histórico, en 4,770, lo que coronó un año espectacular, ganando 24.23%, acompañado por sus cómplices, el Dow Jones, el cual brincó 13.70%, mientras que el espumoso Nasdaq se catapultó un espectacular 43.42%.

¿Qué provocó el sorpresivo auge de los mercados en 2023? De nuevo, como los mercados no hablan, hay que interpretarlos, y como todo traductor, corremos el riesgo de comunicar mal lo que se quiso decir.

Pero la explicación más probable del comportamiento de las bolsas de valores fue la convicción, la apuesta, de que los bancos centrales del mundo, encabezados por la Fed de Estados Unidos, realizaron un acto de prestidigitación de manera impecable: lograron controlar la inflación, sin matar al crecimiento económico. Pudieron subyugar el incremento de los precios sin incrementar el desempleo.

Todos los datos disponibles sugieren que esa apuesta de los mercados en 2023 fue correcta, pues parecen confirmar que la economía logró lo que los economistas llaman un aterrizaje suave, capitaneada por la Fed, la inflación ha cedido con el mínimo costos social posible. Este logro, anticipado desde inicios del 2023, hizo que los inversionistas se volcaran a comprar cualquier clase de activos y redondearan un año fantástico en donde todo salió inmejorable.

Si los datos acaban confirmando que las economías más importantes del mundo logran un aterrizaje suave, entonces los mercados habrán leído las sobras del café mejor que la mayoría de los economistas y analistas financieros, pues una mayoría de ellos (incluyéndome), pensaba que la posibilidad de un aterrizaje forzoso, en donde la economía cayera en recesión durante el intento de la Fed por controlar la inflación, víctima del abrupto incremento de las tasas de interés.

Pero no nada más las bolsas habrán vencido a los economistas, sino que habrán desmentido a su hermano mayor, el mercado de bonos, en donde uno de los más famosos indicadores del ciclo económico, la curva de plazos emitió desde hace meses la señal de que una recesión económica estaba en el horizonte.

Al menos hasta hoy, cada vez que la pendiente de la curva de plazos se ha invertido, le ha sucedido, con algunos meses de retraso, una contracción del PIB. Al cierre de año pasado, sin embargo, este peculiar indicador del ciclo económico lleva 430 días invertido, sin que haya hasta el momento sobrevenido recesión alguna, lo que provoca entre aquellos creyentes del poder predictivo de la pendiente de la curva la duda sobre su eficiencia en esta ocasión.

Porque la fortaleza de la economía de Estados Unidos ha sorprendido a todos; propios y extraños; expertos y neófitos; salvo a los inversionistas de las bolsas de valores, quienes apostaron desde mediados de año que las empresas y sus ganancias serían capaces de capear todos los temporales: la inusitada y abrupta alza de las tasas de interés por parte de los bancos centrales; la quiebra de varios bancos medianos insignia en los Estados Unidos; la bancarrota y desaparición de Credit Suisse; la erupción de nuevo de la violencia en el Medio Oriente; la prolongación del conflicto en Ucrania; la continuada retirada de la liquidez financiera por parte de los mayores bancos centrales. No hubo cerro que se les empinara. Todo fue sorteado por los mercados con alegría. Es más, con euforia.

La evidencia reciente sin embargo muestra que el equivalente a la ley de la gravedad económica, tarde que temprano, aplica también: el incremento en el costo de financiamiento resultante de la elevación de las tasas de interés han comenzado a jalar a economías como la Europea, el reventamiento de la burbuja inmobiliaria china ya muestra sus efectos en el resto del país, la persistente inflación en Japón da muestras de incomodidad entre los consumidores, los países menos desarrollados están incumpliendo sus deudas públicas. Algo está moviéndose ya, por lo que los inversionistas están ya preparados para el capítulo siguiente: la reducción de las tasas de interés.

Todo quedó listo para que, quizá en la primera sesión de este 2024, el S&P 500 inaugure el año con un nuevo récord histórico, como si fuera una puesta en escena, como si la mano invisible pusiera todo en su lugar para seguir la fiesta.

domingo, 24 de diciembre de 2023

La Nueva Geopolítica Y La Inflación

La Reserva Federal de los Estados Unidos, la Fed, es el banco central más poderoso del mundo. Sus acciones y palabras son capaces de mover mercados y economías en todas las latitudes, pero ni toda su capacidad tiene el poder de arreglar un balance geopolítico en transición, que está desequilibrando a las cadenas de suministro, incrementando el riesgo de que la inflación global sea distinta a la que era hasta antes de la pandemia de Covid.

El balance geopolítico existente comenzó a alterarse de manera significativa en 2020. No únicamente porque el origen del virus que detona la pandemia provino de China, sino, sobre todo, porque los países avanzados se percataron de su dependencia industrial de aquel país, ante la necesidad de tener respiradores e insumos estratégicos para combatir la emergencia sanitaria. En una obvia elección, China privilegió la fabricación para atender la pandemia en su territorio y suministro al resto del mundo de manera secundaria.

La pandemia expuso la relevancia estratégica de la producción local, o en la vecindad geopolítica. Los países avanzados se percataron que la lógica corporativa de producir al menor costo para maximizar los beneficios, que convirtió a China en el corazón manufacturero del planeta, tiene un límite: la seguridad nacional. Caer en el escenario en donde la vida de sus ciudadanos dependía de la decisión de un soberano extranjero. 

En esos extremos los Estados deben de decidir entre lo que es mejor para los intereses de sus corporativos, o para sus ciudadanos. No es difícil entender que en esa coyuntura se inclinen por quienes proporcionan la legitimidad política a cualquier gobierno.

El cambio en la relación China-Estados Unidos (incluyendo el asunto de Taiwán)  es una de las líneas de fractura del orden geopolítico que está alterando la cadena global de suministros. Las otras más conocidas son el intento de Rusia de restablecer las fronteras soviéticas; y el sempiterno conflicto en el Medio Oriente, cuya repercusión más reciente implica el cierre a la navegación de contenedores por el Mar Rojo debido a los ataques de los Houthi de Yemen.

El balance geopolítico es siempre dinámico y delicado, pero en esta ocasión hay un componente que no existía en episodios históricos previos: la cadena global de suministros.

Las tensiones geopolíticas anteriores no representaban necesariamente una dislocación en la producción, distribución y consumo de bienes y servicios. Las economías eran más o menos autárquicas y las redes comerciales poco profundas.

Pero tras la incursión de China a la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 2001, el despliegue de la cadena de suministros cambió radicalmente: la producción se hace en China; la distribución depende de nodos críticos (como el canal de Suez, el estrecho de Singapur, el Mar del Sur de China), y de un conjunto de puertos claves; mientras que el consumo se lleva a cabo de manera preponderante en los países centrales. El planeta entero es la fábrica en donde se produce y distribuyen los bienes y servicios consumidos por las sociedades, buscando minimizar los costos e incrementar los ingresos corporativos de las empresas encargadas de suministrarlos.

Existen importantes beneficios de esa estrategia. La especialización de las diversas fases de la producción en distintas áreas geográficas permite un incremento notable en la productividad laboral promedio en el mundo, presentando significativas ganancias de eficiencia en el agregado. ¿Quién captura esas ganancias de eficiencia? Los productores chinos y los consumidores globales. ¿Quiénes pierden? Los productores locales desplazados, así como los salarios de los trabajadores de las regiones menos competitivas.

La lógica anterior determinó en las últimas tres décadas una geografía, una economía, y una política, pero al cambiar el balance de poder, como ocurre en este momento, necesariamente esos tres factores se modificarán.

La necesidad de reducir la dependencia de la manufactura china está detonando fenómenos como el “nearshoring”; la guerra en Ucrania ha producido un repunte de los precios de múltiples materias primas, dificultando que la inflación converja hacia los objetivos de los bancos centrales; y el rebalanceo económico, militar y migratorio está sacudiendo las estructuras políticas en todas partes.

Los países más avanzados han tomado la decisión de contar con una mayor seguridad estratégica para sus suministros; lo que implicará probablemente una menor eficiencia global y mayores costos. Este nuevo balance geopolítico implica que la poderosa fuerza deflacionista que significó el avasallamiento de la manufactura china menguará, lo que implica, por lo tanto, que la inflación sería un problema más difícil de administrar en el futuro. Todo en esta vida, (en este caso la seguridad nacional) cuesta. 

 

domingo, 17 de diciembre de 2023

Las Consecuencias Económicas Del Calor

La especie humana se convirtió en la dominante en la naturaleza por un conjunto de características: una de ellas es su notable capacidad de adaptación. Los ambientalistas nos previenen sobre el colapso que implicaría que la temperatura del planeta se eleve un grado y medio respecto de su promedio pre-industrial. Nuestra historia evolutiva muestra que la especie podría adaptarse sin mucho problema a un planeta más caliente. Nosotros no somos el problema: lo grave es que el resto de las especies, vegetales y animales, quizá no puedan sobrevivir.

Este año fue, con bastante margen el más caliente en la historia post-industrial del mundo, de acuerdo con los registros especializados. Peor aún, es el quinto año consecutivo en que se registran récords de calor. Los datos parecen ser irrefutables, y por ello es gravísimo que aquellos grupos de interés, económicos y políticos, que niegan el calentamiento global, como los representados en Estados Unidos por Donald Trump y los suyos, tengan la credibilidad que gozan entre amplias capas de votantes. 

¿Qué significa que el mundo sea un grado y medio más caliente, de manera permanente? Los científicos que estudian el problema sostienen que dicho umbral implicaría un punto de no retorno: el efecto sobre los mares, los glaciares, el clima y la biodiversidad alteraría al mundo que conocemos y provocaría catástrofes climáticas, alimentarias, y económicas irreversibles en el corto plazo.

Hay varias ilustraciones de ese escenario, pero una de las más contundentes es que la disponibilidad de agua dulce, el insumo necesario para la vida en la superficie terrestre menguaría de manera muy significativa, desatando una cadena de colapsos económicos y sociales difíciles de prever.

No hay que esperar mucho. En 2023, la confluencia del fenómeno de El Niño, y el calentamiento provocado por actividades humanas, elevó la temperatura promedio a 1.46 grados por encima de la temperatura promedio existente antes de la era industrial. Estamos ya en el umbral de detonar un cambio irreversible en nuestro mundo natural.

Puede ser que 2023 haya sido un año atípico, y que conforme El Niño pase, y otros factores mengüen, la temperatura del planeta se enfríe un poco, alejándonos de la marca ominosa de un grado y medio. Podría ocurrir que la estimación puntual de los científicos de un grado y medio como la marca en donde se desata el apocalipsis climático sea imprecisa y que el umbral sea más holgado. Puede ser que corramos con esa suerte y el planeta aguante más tiempo una temperatura más alta antes de que el medio ambiente comience a colapsarse.

Puede ser.

Pero es innegable que, si este año es el inicio de un período permanente de un mundo más caliente, debido a la alteración de la actividad económica humana, los escenarios de desastre climático, hídrico y ambiental comenzarán a concretarse y a hacer a nuestra vida social y económica más difícil y costosa.

Incluso en un escenario medio, es decir, si excluimos eventos catastróficos como el derretimiento de los casquetes polares y la elevación del nivel de los mares, puede tener consecuencias severas sobre nuestras vidas.

Un ejemplo es el rendimiento agrícola. Todo aquel que haya sembrado sabe que un año caluroso reduce los rendimientos de las plantas: bajan las toneladas por hectáreas, el jugo de las uvas merma, las frutas son más secas y pequeñas, etc. 

Junto con el calor viene la sequía. Una atmósfera más seca implica también menores rendimientos agrícolas y menor oferta de alimentos en escala global. Quienes niegan el calentamiento global difícilmente pueden refutar el incremento en la sequía en vastas zonas del mundo. Las sequías en la última década son más extensas, prolongadas y agudas.

Si los siguientes años son un grado y medio más calurosos, los rendimientos agrícolas serán menores, el suelo agrícola se degradará más velozmente, reduciendo la oferta mundial de alimentos, y como consecuencia, los precios de los víveres aumentarán de manera constante. El impacto económico de un planeta más caliente se puede medir en pesos y centavos, los alimentos serán más caros.

No nada más 2023 fue el año más caliente, el récord lo comparte con la última década, lo que sugiere que el impacto podría ser ya de largo plazo, y podríamos estar ante escenarios de difícil reversión.

Los océanos del mundo son las grandes fábricas climáticas de nuestro planeta. Nosotros sentimos, en el pedacito de tierra que habitamos, que los días son más calurosos y secos. Pero nadie percibe el calor en medio del mar, salvo por los animales y organismos que seguramente sufren ya los efectos.

Los meteorólogos y oceanógrafos cuentan con modelos que les permite simular qué pasaría con mares más calientes. Pero son eso, modelos. Lo que ocurra puede ser más o menos grave que lo que los modelos predicen. Si los efectos son más suaves, tendremos suerte. Pero en el caso contrario, pagaremos caro nuestra obsesión con el crecimiento económico a cualquier costo.

 

domingo, 10 de diciembre de 2023

La Inflación Es Mala, Aquí Y En China, ¿Y La Deflación?

Muchas de las cosas que compramos cotidianamente traen impresas una leyenda: “Hecho en China”. Desde la última década del siglo pasado China se convirtió en el gran centro manufacturero del mundo, desplazando a otras regiones industriales, atrayendo a las fábricas de las empresas globales con la baratura de su mano de obra, el bajo precios de sus materiales e insumos, y una vasta infraestructura de comunicaciones y transportes. Pero en meses recientes el producto más común en China se llama “deflación”, y hay que estar atentos pues es posible que se convierta también en un producto de exportación al resto del mundo.

Los precios al consumidor en China cayeron 0.3 por ciento en noviembre respecto de octubre (cuando ya habían caída 0.2 por ciento). La de noviembre fue la caída más fuerte desde que las economías del mundo, la China incluida, se hundieron en la recesión causada por el aislamiento del Covid, así que la dinámica de precios en China se asimila a un estado de recesión económica, si bien el PIB se está expandiendo a una tasa cercana al cuatro por ciento.

Los precios al productor, que se miden digamos, a la salida de las fábricas, cayeron tres por ciento, y llevan ya un año entero con registros negativos.

¿Por qué ocurre esto en China, y cómo nos podría impactar?

Los precios suelen caer cuando hay una recesión económica y la falta de empleo y la caída de ingresos deprimen la demanda de los compradores, presionando a la baja los precios. No obstante, como mencionamos arriba, la economía china sigue expandiéndose, aunque lo hace a un ritmo pausado para su historia reciente.

Hay una posible explicación, con consecuencias funestas, de la deflación china: que la gravísima depresión inmobiliaria en ese país esté causando una pérdida, no de ingresos, sino de riqueza, entre los consumidores, quienes se retraen del mercado en consecuencia.

Para contar esta historia es necesario recordar la explosiva crisis de 2008-2009 en Estados Unidos, causada por la implosión de la burbuja inmobiliaria, y que arrastró consigo al resto de las economías avanzadas, salvo a la China, quien logró sustraerse del remolino financiero impulsando una sobre inversión en su propio sector inmobiliario, con el fin de estimulas la inversión y el consumo, y construir hogares para los millones de personas que migraban del campo a las fábricas urbanas.

El recuento de esa expansión inmobiliaria china es espectacular: se construyeron ciudades enteras, súbitos edificios masivos en medio de solares desiertos que fueron ocupados por millones de ciudadanos que recibían financiamiento barato para comprar sus hogares.

Lo anterior devino una sobreinversión que creó un inventario gigantesco de pies cúbicos construidos sin vender, que está provocando el desplome de los precios de los bienes raíces chinos, arrastrando consigo a las mayores inmobiliarias del mundo, y llenando a los bancos de ese país con millones de préstamos vencidos que deberán de castigar con reservas de capital en un momento u otro.

Para la mayoría de las familias, su casa es la mayor fuente de riqueza, allí se plasman los años de trabajo y ahorro. En economías con sectores financieros desarrollados, los bienes raíces sirven, además de como un hogar, también como una fuente de financiamiento, al hipotecarse y facilitar el acceso a crédito a sus poseedores.

Pero al perder valor los bienes raíces, como está ocurriendo en China, los consumidores pierden su principal garantía para acceder a financiamiento. Peor aún, sus inmuebles valen ya menos del precio al que la compraron, por lo cual la deuda ya es mayor que sus casas y departamentos: el activo perdió valor, mientras que el pasivo sigue subiendo en términos reales.

Esta última dinámica es la más peligrosa de todas: que el precio de los activos de los chinos caiga, mientras que el valor de sus deudas suba. Esto es lo que los economistas llaman una “recesión de hoja de balance”: los consumidores, aunque tengan un empleo que les genere ingresos, son más pobres cada vez debido a que sus activos pierden valor y sus pasivos crecen.

En 2008-2009, los Estados Unidos estuvieron al borde de una crisis prácticamente idéntica a la que hoy sufre China. ¿Cómo la resolvió? Mediante una expansión monetaria inédita, bajando las tasas de interés de referencia a cero por ciento, e inyectando una voluptuosa masa de liquidez en la economía que provocó un inflamiento en el valor de los activos, sacando así a los estadounidenses del riesgo de una recesión de hoja de balance.

China dejó avanzar su recesión inmobiliaria, quizá por el prurito de no rescatar a empresarios voraces que se hicieron ricos construyendo inmuebles que no se venderían nunca.

China es la segunda mayor economía del mundo, y con mucho, su mayor exportadora. Solía ser el caso que su destino económico no era relevante para el resto del mundo. Ya no es el caso, y sería un riesgo si la nueva exportación china fuera la deflación. 

domingo, 3 de diciembre de 2023

Los Mercados Dicen Que El Nirvana Está Muy Cerca

Luego de un espantoso mes de octubre, Wall Street tuvo el mejor mes de noviembre desde 1980 (con la excepción de 2020, cuando todo rebotaba tras la pandemia). El índice líder, el S&P 500 se disparó un asombroso 8.9 por ciento, mientras que los abatidos bonos tuvieron uno de los mejores meses de su historia. El rally en casi toda clase de activos fue esplendoroso, todo subió. ¿La razón? Todos los indicadores de inflación fueron más benignos de lo que se pensaba, y los inversionistas están apostando que lo que sigue es que la Fed de Estados Unidos encabece a un ejército de bancos centrales en una ruta de reducción de tasas de interés.

Bajar las tasas de interés de Estados Unidos suele tener un efecto afrodisíaco en los mercados financieros, es algo que emociona a los inversionistas. Conforme menores son las tasas, más valor tienen los ingresos proyectados en el futuro de sus empresas, o los pagos de los bonos que poseen y otros instrumentos. Más valioso es el futuro conforme las tasas de interés líderes del mundo, las de la Fed, se reducen.

Todo comenzó hace un mes, cuando las tasas de los bonos de 10 años de Estados Unidos treparon por encima de la barrera del cinco por ciento. En esa marca, muchos inversionistas, algún par de ellos (Como Bill Ackman y Bill Gross) famosos twiteros, anunciaban que era momento de entrar a comprar. Dijeron que, con ese rendimiento, y las perspectivas favorables para la inflación en Estados Unidos, los bonos eran una opción muy atractiva.

A partir de ese momento las tasas de rendimiento, de largo plazo primero, y las de corto plazo después, se desplomaron, produciendo ganancias voluptuosas en el mercado de renta fija, e inyectando una dosis de desaforado optimismo en el mercado de renta variable, encabezado por las empresas tecnológicas agrupadas en el Nasdaq, cuyo principal índice remontó un sorprendente 11 por ciento en noviembre tan solo.

No es inusual que los mercados vayan más allá de sí mismos y comiencen a descontar noticias más que positivas. La exuberancia les es natural. Las ganas de subirse a un mercado alcista suelen nublar al buen cálculo, produciendo rallys desproporcionados e incomprensibles. No hay nada que hacer. Es la naturaleza humana mirando con codicia a esa máquina de expectativas que son los mercados financieros.

Pero en esta ocasión, sí hubo motivos para disparar un rally, independientemente de que su escala sea o no justificable. Prácticamente en todas las latitudes, el conjunto de datos provenientes de la economía mostró una imagen similar: la actividad y el empleo continúan firmes, al tiempo que la inflación desciende incluso más rápido de lo que se esperaba. Los datos fueron bastante buenos, y eso bastó para que los inversionistas apostaran a que los Estados Unidos y el mundo, se dirigen rumbo a un nirvana económico.

En noviembre, en los mercados, todo lo que tenía que salir bien, salió bien. ¿Qué podría salir mal? Varias cosas, como siempre, por supuesto.

La más importante de todas es que la inflación dejara de descender rumbo a los rangos deseados por los bancos centrales. Puede haber nuevas sacudidas por el lado de la oferta; puede haber un alza inesperada en los precios de los energéticos o de los alimentos; algunos sectores, como los servicios de salud o las universidades, pueden jalar al alza a la inflación; el cambio climático, que ya está subiendo los precios de las naranjas, el cacao y el café, podría extender sus efectos a otros alimentos. Eso por el lado de la inflación.

Por el lado del asombroso crecimiento, que ha sorprendido a todos, podría ocurrir que el peso de las tasas de interés más altas en quince años acabe fracturando algún sector económico relevante que pueda arrastrar con ella al resto de las industrias. Hasta ahora hemos tenido algunos sustos: la industria de pensiones en el Reino Unido, el sector inmobiliario chino, los bancos regionales en los Estados Unidos. Todos ellos relevantes pero que fueron contenidos eficazmente antes de producir alguna contaminación al resto de la economía. ¿Qué podría desmoronarse, que no lo haya hecho ya, y que acabe por hundir a todo lo demás? Hasta ahora la economía ha aguantado todo lo que le han tirado.

Hay un problema. Cierto, la inflación ha descendido más rápido de lo que se esperaba, hay buenos motivos para que los inversionistas festejen en los mercados. Pero cada vez que Wall Street espumea, se crea riqueza, y cuando la riqueza se gasta, sube los precios, y cuando suben los precios, la inflación regresa. En un contexto en que la inflación, si bien ha bajado, aún dista de sus metas, no va bien que los inversionistas anden con los bolsillos llenos, subiendo los precios por todas las tiendas, y reavivando a la inflación que tanto trabajo les ha costado controlar a los bancos centrales.