sábado, 10 de abril de 2010

Notas de Viaje: Llorando Por la Banca Central Argentina

Con toda la familia nos fuimos de vacaciones de Semana Santa a Argentina y Chile, países que no conocía directamente, pero de los que fui un dedicado y creo afortunado analista económico por muchos años, y a los que llegué a conocer bastante bien.

Uno nunca deja al economista en casa y junto con las fotografías y los recuerdos y compras, fue inevitable tomar notas respecto de las economías de esos países entrañables, a los que sigo aún con detalle.



Argentina es el país del futuro, y del pasado: la cáustica frase de Charles de Gaulle sobre Brasil puede ser parafraseada para Argentina: Argentina es el país del pasado, y siempre lo será. Para la mayoría de los países emergentes, el desarrollo es un territorio en el futuro al cual pacientemente, y si se toman las políticas correctas, se llegará; para Argentina el desarrollo ya ocurrió y está en el pasado.

Argentina lo que añora es siempre regresar al futuro, su futuro se encuentra en volver al pasado, a ese pretérito en donde fueron la potencia económica sin par que les permitió edificar una capital que se adivina gloriosa una vez, y que pudo por ejemplo, producir el fastuoso Teatro Colón.

En el nombre Argentina lleva la penitencia. Es rica a su pesar, es afluente aunque no lo quiera: granero y rastro de un mundo cada vez más hambriento y demandante de comestibles, Argentina está destinada a ser rica sin tener que hacer nada más que ser ella misma: una pampa fértil, enorme y templada.

Pero justo porque no necesitan hacer nada para ser rica, las élites ganaderas, agrícolas y comerciales argentinas han abandonado la administración del país a distintos agentes: los bancos a los españoles, las telecomunicaciones a españoles y mexicanos, la energía a los estadounidenses, y la política a un grupo de partidos vertebrados por una de las agrupaciones políticas más complicadas del mundo: los peronistas.

Mezcla de tácticas electorales populistas, con discurso nacionalista, prohijador de una clase empresarial ligada a su poder político, calificado de derecha por la izquierda y de izquierdistas por la derecha, el peronismo argentino mantiene aún las figuras de Evita y de Perón como si estuvieran vivas, y son activos valiosísimos para la permanencia de dicho grupo político amorfo en el poder.

Argentina no necesita de instituciones fuertes para ser rica: la pampa es una mina de oro independientemente que el gobierno saquee las reservas del Banco Central o no, y ese es su problema. Las élites argentinas han preferido no asumir el costo de institucionalizar la política y han dejado la política en manos de partidos que buscan la renta del Estado nutrido por los impuestos que dejan la carne, la soya, el trigo, los granos, etc.

El resultado es que la política Argentina es una industria en sí misma, un oficio en donde los grandes capitanes partidistas se apropian de los recursos públicos sin contar con un sistema de rendición de cuentas mínimo fuera de un sistema electoral confiable en las urnas pero manipulable en la víspera.

Si Argentina no fuera la argentífera tierra que es, si no fuera tan fácil para sus colosales ganaderos obtener del resto del mundo los precios cada vez más altos resultantes de una población creciente, y cada vez más rica y por tanto, demandante de carne, trigo, soya y los granos que en Argentina se producen casi sin querer, entonces las élites se darían cuenta de la enorme importancia que la construcción de instituciones económicas sólidas, y de un sistema de partidos competitivos y transparentes tienen para el desarrollo económico.

A diferencia de Brasil, cuya enorme población dificulta una política distributiva, la relativamente poca población Argentina ha incentivado una distribución del ingreso de las menos sesgadas de Latinoamérica, lo que ha producido una clase media educada, abierta al exterior, y políticamente muy activa, sobre todo en Buenos Aires.

Pero los argentinos son los peores enemigos de si mismos: incapaces de sacudirse al peronismo, los argentinos se han rezagado en la agenda de reformas estructurales y en algunos sentidos, han retrocedido a los primeros años de la década del ochenta.

En estos días, Argentina está a punto de regresar a los mercados de capitales, proponiendo una re-estructura de su deuda en moratoria, a la cual podrían acogerse hasta el 80% de los acreedores actuales. De lograrlo, Argentina abandonaría la mayor moratoria de un país soberano en la historia, y regresaría a los mercados de crédito.

Pero los mercados de plano no entienden. Uno de los factores que han animado a los inversionistas es la decisión de Cristina Fernández de Kirchner (el apellido del esposo debe de ser siempre mencionado) de utilizar las reservas del Banco Central para financiar la deuda del Estado. Eso muestra, dicen los inversionistas, la determinación de honrar los compromisos. Eso muestra también, lo poco que les importa a los inversionistas el hecho de que Argentina ofrezca en holocausto en su honor y con tal de regresar a los mercados, la independencia misma del Banco Central, regresando a esta institución económica fundamental, a la edad de las cavernas.

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