lunes, 15 de septiembre de 2008
Les Dije Que Hay Que Estar Cortos (El Fin del Imperio Estadounidense)
De manera intermitente en este Blog, durante el último año y medio hemos tenido la oportunidad de anticipar, primero, y de narrar después, el asombroso derrumbe del sector financiero más sofisticado, grande y complejo del mundo: el de los Estados Unidos. Quienes nos han acompañado estos meses saben que nuestro pesimismo de entonces suena a moderación ahora, y los hechos que se desataron el fin de semana del 13 y 14 de septiembre nos ponen en el borroso umbral de un período inédito en la historia económica del mundo.
El 15 de septiembre, mientras en México nos preparábamos para dar el grito de independencia, en los Estados Unidos se escuchaba otro grito: este de espanto ante las señales inequívocas, pero aún inciertas de que el sistema financiero del país más grande del mundo, está entrando en una crisis de proporciones históricas, y en un proceso de cambio del cual surgirá un entorno que ahorita es difícil de precisar, pero que sin duda incluirá bancos nacionalizados, un rescate a la Fobaproa, la desaparición de grandes nombres, y la consolidación del super atomizado sector bancario estadounidense en un puñado de grandes bancos sobrevivientes.
Otra consecuencia surgirá de este recambio: los bancos estadounidenses dejarán de ser los líderes del mercado, y deberán de abrir paso a los bancos de Asia, Europa, Brasil, Rusia y la India en el curso de la próxima década.
Una idea de la escala histórica por la que estamos atravesando es que, de las cinco grandes bancos de inversión que hasta hace sólo un año se erguían sobre Wall Street con su prestigio y riqueza, sólo quedan dos: Goldman Sachs y Morgan Stanley.
Bear Stearns fue absorbida de manera vergonzosa por JP Morgan Chase; la centenaria Lehman Brothers tuvo que acogerse a la bancarrota; y el gigante Merril Lynch, la mayor casa de bolsa del mundo, no tuvo otro remedio que venderse al Bank of America.
El fin de semana del 14 de septiembre, Lehman Brothers, luego de una semana en que su acción había caído casi el 50% tras fallar en su intento de venderse al banco de desarrollo de Corea (KDB), buscó a la Fed y al Tesoro de los Estados Unidos, buscando que, como lo había hecho la Fed en el caso de Bear Stearns, o el Fed en el caso del Fannie Mae y Freddie Mac, se usara dinero de los contribuyentes para salvar la compañía.
Con lo que se encontraron los directivos de Lehman, y los mercados ese fin de semana, fue con el límite de intervención del gobierno de los Estados Unidos. Era clarísimo que lo que Hank Paulson, el secretario del Tesoro, y Ben Bernanke, el presidente de la Fed, habían provocado con los rescates anteriores era justo lo que Lehman (y muchos dicen, Merril) estaban buscando: el rescate con dineros públicos a cualquier entidad importante del mercado.
Al intervenir para rescatar a Bear Stearns, Fannie Mae y Freddie Mac y evitar el desplome de los mercados, la Fed y el Tesoro lo único que hicieron fue invitar al resto de los bancos, fondos y casas de bolsa de Wall Street, que en la última década habían apilado cerros de activos de pésima calidad crediticia a recurrir al gobierno como rescatista de última instancia.
Como el iluso que quiere evitar el desgaje de un dique a punto de desbordarse cubriendo con un dedo una mínima fisura, Bernanke y Paulson intervinieron en el rescate de Bear Stearns, de Fannie Mae y Freddie Mac, con la esperanza de evitar lo que es imposible que pase: un riesgo sistémico.
Es decir, quien está en crisis no es Bear Stearns, Merril Lynch, Fannie y Freddie. Estos fueron sólo los síntomas de una enfermedad mucho más generalizada. Quien está en crisis es el sistema financiero estadounidense en general, y su cura requiere una cirugía mayor.
Durante las próximas semanas y meses lo que está por venir será de la talla de lo que vimos el fin de semana histórico del 14 de septiembre: Bank of America, ya de por sí el mayor banco de los Estados Unidos, luego de la implosión del otrora imponente (y ahora catatónico) Citigroup, compró por medio de puras acciones, a la mayor correduría del mundo: Merril Lynch.
Lo asombroso no fue eso, sino que probablemente la creación de un coloso financiero como no se había visto en la historia financiera de los Estados Unidos, con presencia desde el crédito al consumidor, hasta la emisión y trading de bonos y acciones, pasó casi desapercibido cuando los mercados reabrieron el lunes 15 de septiembre, en medio de las noticias de la bancarrota de Lehman, y de que el gigantesco coloso de las finanzas globales: AIG, se encontraba también al borde del precipicio, y de que la Fed había pedido a Goldman Sachs y a Morgan Stanley, conseguir la friolera de 70 mil millones de dólares para salvarlo.
En otras palabras, se demostró lo que sus críticos habían dicho una y otra vez al patético –en la acepción literal, no peyorativa del término- dúo de Bernanke y Paulson: que no es posible ponerle piedras al campo y que los esfuerzos enclenques de evitar una crisis sistémica salvando a Bear, etc podrían evitar la catástrofe.
Porque eso es lo que es: Fannie Mae y Freddie Mac, los dos colosos hipotecarios, ya no existen; Bear Stearns y Lehman Brothers, los iconos centenarios de Wall Street, ya no existen, ¡Merril Lynch ya no existe!
Las tres líneas precedentes sintetizan el tamaño de la crisis del sector financiero estadounidense: nombres e instituciones que simbolizaban el poder financiero de los Estados Unidos, que eran la envidia de Wall Street, hoy no valen nada. Literalmente, nada.
Pero lo pero no es eso: lo peor es que aún falta camino por recorrer, lo peor es que la Fed, y los bancos centrales del mundo, y los ministros de finanzas del mundo, no tienen las herramientas para combatir el origen del mal: la falta de ahorro de los estadounidenses.
Lo hemos insistido mucho en este espacio: detrás de toda esta catástrofe se encuentra un problema fundamental: que los estadounidenses no ahorran, lo cual obligó a la economía estadounidense a vivir de prestado durante los últimos quince años. Y Greenspan y Bernanke, al mando de sus respectivas Fed, lo único que han hecho es bajar y bajar las tasas de interés (y lo harán de nuevo), cuando las tasas deberían de estar arriba para incentivar el ahorro interno.
Lo que veremos en los siguientes semanas y meses será determinante: alguien, quizá varios bancos, y fondos de inversión privados (private equito) van a acabar engulléndose a pedazos al gigante AIG, y la Fed y el Tesoro, aunque no lo quieran, van a tener que meterle mucho, mucho dinero; y luego veremos a los bancos españoles, a los chinos, a los árabes y a los rusos, sacando sus chequeras y comprando participaciones enormes, casi de control, en algunos otros bancos estadounidenses de primera línea (Wachovia, Sovereign, etc.).
Veremos algunos bancos europeos siguiendo la ruta de Lehman, quebrados; o de Bear Stearns, vendidos a los bancos centrales y a otros bancos; o de Merril Lynch, vendidos a los bancos más fuertes.
Veremos a los private equity funds haciéndola de buitres, regocijándose de ver los restos mortales, el cascarón de lo que fueron alguna vez orgullosas naves insignias del sector financiero estadounidense, cayendo bajo la rapiña de hedge funds y audaces inversionistas a la Carlos Slim.
Pero sobre todo veremos un mega Fobaproa. El costo para los contribuyentes estadounidenses de salvar su sistema bancario es ineludible, y será extremadamente costoso. Por mucho que se nieguen a aceptarlo la Fed y el Tesoro, la única salida es la de rescatar a los bancos, sin salvar a sus accionistas (con lo que las pérdidas del mercado cambiario podrán ser mayores aún), y luego rematar los bancos ya saneados mediante la emisión de bonos con el respaldo del gobierno estadounidense, antes los inversionistas extranjeros.
Estamos en el umbral de un periodo definitorio en las finanzas mundiales, de l cual no sabemos bien a bien cómo ni cuando saldremos, pero del que podemos aventurar una hipótesis, cuando esta redefinición concluya, el sistema financiera estadounidense ya no será el más poderoso del mundo.
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