sábado, 12 de septiembre de 2009

Yehuda Amichai en "Círculo de Poesía"

Al menos para mí, la vida sería distinta sin Yehuda Amichai. El dulce poeta hebreo, descubierto a la literatura occidental por otro de mis monstruos, Ted Hughes, me ha acompañado desde hace tiempo, en el día y en la vigilia.

Una tarde, reunido con los poetas de "Círculo de Poesía", Amichai salió a la conversación. Yo acababa de comprar en Houston un par de libros del poeta, entre los cuales se incluían algunos de la serie traducidos por Amichai-Hughes, y les propuse traducirlos.

Los del "Círculo" aceptaron y me puse a chambear. La verdad es que el resultado no me disgustó, y por lo que me dijeron, tuvo una buena respuesta en el cyber espacio.

Van entonces dos traducciones, de mis favoritas, para los esporádicos visitantes de este blog (la liga a mi columna de "Camisa de Once Varas" en Círculo de Poesía, está aquí).

Esta Es La Casa de Mi Madre

Esta es la casa de mi madre. La planta

que comenzó a treparla en mi niñez

ha crecido desde entonces y cuelga de sus muros.

pero yo fui arrancado ya hace tiempo.



Madre, me pariste en medio del dolor,

Y en medio del dolor vive tu hijo.

Su tristeza está peinada, acicalada,

su felicidad bien vestida.

Con su sueño se gana el pan

y con su pan, su sueño.

La precipitación promedio anual no lo toca

y los grados de temperatura pasan junto a él

como una sombra llorosa.



O madre mía, quien se presentó ante mí

con un primer trago de bienvenida

y estas palabras: ¡L’haim, l’haim[1]

hijo mío!

No he olvidado nada, pero mi vida

se ha vuelto apacible y profunda

como un segundo estrago en la garganta,

no como el primero, con labios ruidosos

chupadores y felices.



Tus pasos en la escalera

Han quedado siempre en mí

Nunca se acercan y nunca se alejan

Como latidos


Carta de Recomendación


En las noches de verano duermo desnudo

en mi cama en Jerusalén

la cual queda al borde de un hondo valle

sin despeñarse sobre él.



Durante el día doy caminatas

con los Diez Mandamientos en mis labios

como una vieja canción que uno se tararea a sí mismo.



O tócame, tócame tú, buena mujer

No es una cicatriz esto que sientes bajo mi camisa.

Es una carta de recomendación, plegada

de mi padre:

“Es todavía un buen muchacho y lleno de amor”.



Recuerdo a mi padre despertándome

para las oraciones tempranas. Lo hacía

acariciando mi frente, no jalándome las sábanas.



Desde entonces lo amo aún más

Y sólo por eso

dejad que le despierten

con amor y delicadeza

en el Día de la Resurrección

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